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Los secretos que guarda Colombina Parra y sus canciones. Por Leo Marcazzolo

Recuerdo que estaba haciéndome pedazos el alma, mientras presenciaba cómo mi errático y reventado ex novio de por aquel entonces se metía con la niña más linda de mi universidad, cuando de pronto irrumpió la Colombina.

 

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Colombina Parra, más que una persona, es un mundo. Su mundo se compone por tres elementos gravitantes: su padre Nicanor, sus dos hijos, y el rock. Porque Colombina Parra es una de las pocas mujeres rockeras que quedan en Chile.

Tiene 43 años y es realmente rockera. No tan sólo porque se viste con jeans y chaquetas de cuero, sino también porque es capaz de crear verdaderas fotografías con su música. Imágenes tan sorprendentes como la que sigue a continuación: «Luces de todas las clases se ven en tu cara… Sabes que si me lastimas miro al revés para dentro». Ese es sólo un extracto del tema «Rompecabezas», de su disco «Flores como gatos». Un disco que sacó como solista el 2011 y que se caracterizó, principalmente, porque en él, se fue para adentro. Se vio tan tocada por la experiencia de estar embarazada, que simplemente se fue para adentro. No le quedó más remedio que componer canciones. Canciones para describir las escenas más recurrentes. Las más cotidianas que le iban entrando. Desde el punto de vista de la familia Parra. Desde la posibilidad de la crudeza y la realidad misma.

Porque escuchar «Flores como gatos» es eso, es como estar allí. Es como presenciar una película, como si ella misma la estuviese narrando. Como si ella misma estuviese relatando cada uno de sus detalles. Es la descripción más exhaustiva del universo cotidiano que uno podría escuchar. Como un cuadro de naturaleza muerta. Repleto de almuerzos con pollo, de siestas con olor a mar y de llegadas intempestivas de su hijo a la playa. La Colombina aquí una vez más demuestra que hace canciones simplemente porque tiene la necesidad de hacerlas. De sacar afuera todo lo que está viviendo. O como ella misma dice, para encontrar un camino. «Yo siento que encontré un camino y cuando avancé por él, sentí que estaba más arriba del caballo, eso me pasó», cuenta de este último disco folk.

Y luego uno inevitablemente la proyecta al pasado. A su pasado más crudo. Más eléctrico y corrosivo. Cuando la Colombina era grunge. Cuando en la década del ´90 junto a su banda, Los Ex, hacía canciones que simplemente dejaban «marcando ocupado». Inclusive a los críticos más duros. De hecho, los sencillos «Sacar la Basura» y «La corbata de mi tío», por ejemplo, para muchos, quedaron caratulados como «imprescindibles» en la historia del rock chileno. ¿Y por qué? Bueno, porque detrás de cada uno de estos temas, estuvo siempre ella. La Colombina. Su figura. Su furia contenida como liberada de una cápsula negra. Su garbo. Su estampa desgarbada. Su pelo revuelto y sus ojos azules inyectados de insomnio. Ella en los escenarios más under mostrándose como una rockera frágil, filosa y real. Tal vez demasiado real. Porque escuchar sus letras de por aquel entonces era lo mismo que caminar sobre cuchillas.

En su tema «Sacar la basura», por ejemplo, hacía una mixtura tan radical entre los quehaceres domésticos y la vida en pareja, que llegaba incluso a provocar miedo. Ahí cantaba: «Limpiar el baño con cloro. Pensar a veces en algo. Dormir, los ratones en el techo. De nuevo te apareces en mi vida. Se me olvidan las palabras cuando hablo. Hay olores extraños en mi pieza. Busco alguien que no ronque por la noche. Y el efecto de la tele me libera. He perdido la mitad de mi vida. Cuando quieres apareces y me dejas. Pero claro que soy monje taoísta. No conviene que me muera todavía».  Y estás imágenes sueltas con una guitarra eléctrica a todo pulmón. Y la Colombina otra vez allí, en el escenario oscuro, como una sombra, antisocial y a la vez irónica. Porque lo único cierto es que ella es intrínsecamente irónica.

De hecho, es justamente su ironía la que me lleva a recordar las circunstancias exactas en que conocí su música. Las circunstancias exactas en las que me encontraba cuando la escuché por primera vez. Recuerdo que estaba en una fiesta de la calle Riquelme. Recuerdo que estaba haciéndome pedazos el alma, mientras presenciaba cómo mi errático y reventado ex novio de por aquel entonces se metía con la niña más linda de mi universidad, cuando de pronto irrumpió la Colombina.

Sonó la canción «La corbata de mi tío» y creo que me causó el mismo efecto que si me hubiesen lanzado un torrente de agua fría a la cara. La canción habló por sí sola. Y es que a veces a uno simplemente las canciones le hablan. Y me atrevería a asegurar que a muchas mujeres les ha ocurrido lo mismo. La Colombina nunca ha sido feminista, pero desde su extraña manera, siempre se ha acercado más a la verdad que ellas. Nunca ha necesitado de ideologías ni de pancartas. Sus verdades simplemente llegan. Están ahí. Vigentes. Simplemente como son. Como es ella. Como una niña antisocial, que goza repartiéndoles caramelos de fierro a las demás niñas, para luego escapar, antes de que se les rompan los dientes.

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