París, la ciudad del amor, emblema urbano del romance y atractivo destino para cualquier pareja que desee consagrarse como tal para toda la eternidad. Serán sus callecitas perdidas, los dulzones atardeceres que entibian las aguas del Río Sena o tal vez la pomposa arquitectura que la adorna, los que convierten a este lugar en la verdadera capital del los enamorados.
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Y haciéndole honor a su título, la capital francesa luce con orgullo todos esos sitios predilectos de los turistas enamorados que desfilan tomados de las manos por sus avenidas y puentes. Entre ellos, uno de los más populares: el Puente de las Artes (Pont des Arts), aquel que atraviesa el Sena y que -hasta hace unas semanas- exhibía más de 18,5 toneladas de candados cerrados en las barandas (y que debieron retirarse por el riesgo que representaba el gran peso para la pasarela). Candados puestos por novios que, queriendo sellar de alguna forma su amor, los colgaron con sus nombres escritos y los sellaron, para luego arrojar las llaves al río.
La creencia dice que al hacerlo, el amor de la pareja será eterno y que jamás volverá a separarse. Pero, ¿se han preguntado de dónde proviene la particular tradición que hace ya más de cinco años se lleva a cabo, y que con el paso del tiempo también se ha apoderado de diversos puentes alrededor del mundo? Aunque no lo crean, ésta se originó en Florencia (Italia), específicamente en el Ponte de Vecchio.
La leyenda es mucho más sencilla y menos cursi de lo que cualquiera creería, y está muy alejada de ser una historia a lo “Romeo y Julieta”. De hecho, el protagonista fue un cerrajero, quien en una fecha no muy clara hasta ahora, quiso hacerle publicidad a su cerrajería ubicada a los pies del puente, enganchando en la baranda uno de los candados que vendía. El resultado fue “negocio redondo”, ya que enseguida las parejitas que por allí pululaban comenzaron a imitar su acción, asignándole un significado profundo y romántico que nada tenía que ver con el propósito del aquel que, en su afán comerciante, inicio la costumbre.
Aunque claro, no faltaron quienes no se conformaron con una razón tan simple y hallaron una explicación sensiblera digna de su amor: la novela “Tengo ganas de ti” del escritor italiano Federico Moccia, en la que los protagonistas sellaban su amor poniendo un candado con sus nombres en la farola del Puente de Milvio, en Roma, lanzando luego la llave a las aguas del Río Tìber.
Puede que la leyenda haya cobrado mayor sentido con elementos de ambas historias, llevando día a día a cientos de personas a sumarse a la tradición que hoy adorna tantos puentes. Pero de la forma que sea, es innegable que esta manifestación amorosa tiene un gran atractivo y que le da ese conmovedor “no sé qué” al Puente de las Artes en París. Sólo es cuestión de cruzarlo un día para respirar el amor parisino presente en la belleza de sus rincones y costumbres.