Colombia

#Opinión Con Sara Millerey volvimos a los tiempos donde ser y vestirte diferente te causan la muerte

Quizás siempre estuvimos: el transfeminicidio de Sara muestra cómo la comunidad LGBT y la diferencia expresada en el cuerpo vuelven a ser violentadas por grupos armados.

Ofrecen recompensa por los asesinos de Sara Millerey González, mujer trans a quien le rompieron las piernas y los brazos
Ofrecen recompensa por los asesinos de Sara Millerey González, mujer trans a quien le rompieron las piernas y los brazos.

En 2022, la autora de esta columna y editora de este portal en Colombia entrevistaba al congresista Andrés Cancimance por su poderoso acto simbólico: llevó tacones a su posesión, mostrando cómo el hecho de ser LGBT en un lugar como Putumayo, como tantos del país, equivalía a ser agredido, violentado e incluso asesinado. Solamente bastó con ver los comentarios contra el político.

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Comentarios de odio por vestirse con tacones en un recinto así, siempre dominado por la hegemonía. Incluso le deseaban la muerte. Y así, un acto simbólico, como los que hubo al comienzo de este Gobierno (tantos, tantísimos), se diluyó en la noticia, pero mostraba una realidad latente que hoy viene a confirmar el transfeminicidio de Sara Millerey: vestirte diferente y, sobre todo, expresar eso a través de tu cuerpo y vestimenta en un país como Colombia equivale a ser violentado de muchas maneras más allá de la muerte.

El comediante Ricky Gervais decía alguna vez, en alguna de sus rutinas, que lo que se decía en clave de humor era solamente simbólico, que no llegaba a la realidad. Permito diferir con él, que viene del Reino Unido y que jamás podría dimensionar la realidad de un país como este, en ese aspecto.

En Colombia las palabras violentas llegan a ser reales. Las “opiniones diferentes” llegan a incidir en la realidad. Una que ya tiene en Antioquia, al menos, a 13 personas de la comunidad trans que han sido asesinadas. Y que lamentablemente hacen parte de una estadística que viene del conflicto armado. Y que a través de los sesgos que se normalizan en medios de comunicación y la violencia hacia quien se atreve a ser diferente se llega a la crueldad infinita y revictimizante de lo que pasó con Sara.

Sara Millerey nos muestra que el país volvió, o siempre estuvo, en la época de violentar al diferente de maneras brutales

Porque ella hace parte de una larga lista de historias de horror que hemos sufrido en toda nuestra historia, y sobre todo en los años de la dominación paramilitar (que ha vuelto) sobre el país y en los primeros años de cambio de siglo. Han sido documentados los testimonios de cómo los paramilitares o los guerrilleros, al tomar un pueblo, tenían como primeros blancos a las personas de la comunidad LGBTI. Hay testimonios de cómo les arrancaban las uñas, los despojaban de su identidad cortándoles el pelo o destrozando su ropa. Y en público.

Esto también pasó con otros exponentes de la diferencia: subculturas como el metal fueron perseguidas a comienzos de los dosmiles en la Costa norte por “satánicas”. Y así, hay testimonios del conflicto que evidencian cómo expresarte llevaba a la muerte y a la tortura. Tal y como sucede justo ahora.

Pero esto va más allá de los grupos armados. Viene de una cultura donde se violenta y se revictimiza, se señala y se trata de anular a quien se sale de la hegemonía.

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¿Seguros que esas burlas hacia cómo se viste el otro son inofensivas?

No quiero posar de moralista aquí, porque es inevitable que el traje y la moda sean sometidos al escrutinio público y al comentario social. Esa es su función. Y más en una era como la de las redes sociales que es tan vertical en comentar las pasarelas y en generar opinión, ya no exclusiva ni de editores ni medios.

El caso es que hay, en Colombia, una cultura normalizada en ambos ámbitos: periodistas como Juan Carlos Giraldo de ‘La Red’ y desde sus redes personales, disfrazando de ‘crítica de moda’ su misoginia, clasismo y desconocimiento, llegan a millones de personas violentando a mujeres como Karol G por su estilo, que es reflejo de sus tiempos y las nuevas generaciones. Entre muchas otras acciones cuestionables.

Incluso llegaba a tomarles fotos a desconocidos en los eventos de moda para señalarlos y someterlos a burlas y a violencia por sus elecciones y expresiones, validando solo una forma de ser, un gusto eurocéntrico, señorial, blanco y clasista que ya no tiene cabida en la moda actual, pero es el que millones de colombianos validan gracias a él.

Por otro lado, Yina Calderón también es reflejo de esta cultura: por ser no normativa (como Lady Gaga, por ejemplo) es sometida a insultos racistas o comentarios sobre su fisonomía y su falta de “clase” al experimentar con su propio estilo, sometida también a la burla y al meme.

Nuevamente el vestido de Yina Calderón acaparó las miradas de los televidentes de ‘La casa de los famosos Colombia’
Vestido de Yina Calderón en 'La casa de los famosos Colombia' Foto: redes sociales

Siendo tan valiente para expresarse en un país que sí, mata y violenta a los otros incluso en espacios públicos e institucionales si tu expresión de moda es distinta. Si te atreves, si eres distinto, si te sales de esos parámetros del “deber ser” en una sociedad que cambia a pesar del atraso de su cultura establecida.

Y sí, siempre se teme a lo distinto. A Andrea Echeverri le llovieron hasta acusaciones de satanismo cuando mostraba el mood de la subcultura underground de los 90 en el rock, por ejemplo. Ya muchas jóvenes tienen su pelo y sus piercings hoy en día, como cosa natural.

Pero siendo así, y cuando hay tantas expresiones de estilo y tanta “democratización” (aunque muy poca, insultantemente hasta tokenista) , nos damos cuenta de que Colombia es un país alejado de esos centros “seguros” para la expresión estilística de la comunidad LGBT y otras minorías y otredades (ni qué decir de Bogotá).

Que sus pueblos y ciudades pequeñas son otros mundos, anclados en décadas atrás y con expresiones del “deber ser” que no incluyen esas diferencias. De ahí a que Andrés Cancimance haya hecho una protesta que terriblemente se cumplió con el destino de Sara Millerey. Y que pasa con miles de personas que, como él, encumbrado en lo más alto de la política, y ella siendo una trans violentada, empobrecida y arrinconada, y millones en el medio, sufran violencia simbólica y que espantosamente pueda llegar a ser verdadera y profundamente cruel.

¿Qué se está haciendo, entonces, más allá de la justa indignación, para dejar de violentar a quien se atreve a expresarse en su cuerpo vestido, y que simplemente quiere ser? ¿Cuándo vamos a dejar de normalizar esa violencia simbólica y estructural hacia lo que no conocemos? ¿Por qué siendo tan supuestamente diversos nos cuesta la diferencia?

Y sobre todo, abrir la visión y la mente hacia un mundo al que nos hemos cerrado moral y espiritualmente pero que ya está tocando a nuestras puertas. Y en donde muchas mujeres y personas como Sara no están dispuestas a esconderse ni a callarse más. Si no te gusta, no lo veas. Pero no señales, porque esa también es una forma de matar.

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