Los fans más acérrimos de ‘Betty la Fea’, esos que nos sabemos los diálogos de memoria, nos lo temíamos. Y teníamos razones de peso: luego de que hicieron secuelas tan espantosas como la de ‘Sex and the City’, ‘And Just Like That’, temíamos que a una novela tan perfecta le pasara lo mismo. Lastimosamente, con ‘Betty la Fea, la historia continúa’, tuvimos la razón.
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Porque esa obra magistral que hablaba del universo corporativo, del ascenso social, de los grises de la vida y el contraste entre lo popular y lo elitista a través de la historia de Betty, Armando y compañía, lamentablemente, sucumbió a los vicios del entretenimiento actual: un afán torpe de modernización hecho a las patadas, una gentrificación absurda por fines comerciales (la mayoría de series latinoamericanas ahora se quieren ver como ‘Sex and the City’ y eso es aburridísimo), y un afán de explicaciones para borrar los pecados sociales “” que se cometieron en su época de producidas, sabiendo al menos que joyas como ‘Mad Men’ o ‘Lo que el viento se llevó' solamente tuvieron que poner un letrero de advertencia sobre su racismo.
Aunque eso, de paso, dice mucho de estos tiempos donde mucho Generación Z empoderado no sabe lo que es, ni de lejos, el significado de la palabra “contexto”. Ese que hace que las protagonistas de Jane Austen no vayan a conseguir un trabajo en la Inglaterra napoleónica del siglo XIX en vez de un buen marido, por ejemplo. Ese que hace que ‘El Tío Tom’ no deje tirados a sus amos en pleno sur de Estados Unidos pre siglo XX para hablarles de racismo y derechos civiles, por decir algo.
Ese que, en últimas ha pretendido cambiar la historia tal cual como pasó (que lo digan bodrios como el de la Cleopatra de Netflix o la Ana Bolena afro ) y que ponga características de minorías en personajes como una etiqueta para engañar a incautos, porque en últimas no tiene nada más que ofrecer. Y sí, es válido el revisionismo, pero cuando se sabe ejercer como arco de historia y de personaje. Pero en la nueva Betty no solo está todo esto: desde la estructura todo comienza a fallar, irremediablemente.
Porque Betty era una mezcla perfecta de dirección, guión y precisamente eso, contexto. Y esta nueva historia padece de cada uno de esos elementos, que explicaré punto por punto, que son los que han hecho que le haya pasado a la serie algo que a muchas de su tipo les ha pasado: ha arruinado un universo amado por muchos y lo peor, ya no le hace sentir nada a nadie, más que desazón.
Todo lo que ha arruinado a ‘Betty la fea, la historia continúa’ y por qué no es una buena continuación
Ecomoda era un universo en sí mismo: ahora es una parodia
Como escritora de moda que soy, y periodista, he estado dentro de casas de moda de diseñadores y en empresas grandes como Ecomoda. Por ejemplo, dentro de su equivalente en la vida real, Arturo Calle. La empresa icónica colombiana tiene un sofisticado edificio para toda la marca, con varios departamentos, y la oficina de su presidente - heredero de su creador, don Carlos Arturo-es un espacio amplio, sobrio y elegante, desde donde uno puede ver el noroccidente de Bogotá. Pero si algo la caracteriza es ese realismo que se veía en la Ecomoda antigua y que se captó a la perfección en 1999: sobriedad, gente moviéndose por todos lados, paredes sencillas. Una oficina, en últimas.
Hablamos no solo de un taller ni una fábrica, hablamos de elementos administrativos y creativos, conviviendo todos en un espacio. Por eso, ya en esta versión de Betty, esta Ecomoda colorinche- que en un tuit dije que parecía una peluquería traqueta de pueblo y me reafirmo en mi opinión- me hace imposible creer que estén dentro de una empresa de moda con años de tradición. Parece un teatro, o un escenario como el de ‘Pataclaun’, aquella divertidísima serie peruana de los años 90 donde una familia con nariz de payaso, de la clase media de Lima, convivía con tres fantasmas.
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Los colores distraen y cada escena parece como si se viviera dentro de una versión de Ecomoda, pero en ‘Alicia en el País de las Maravillas’. Sí, yo sé que en producción se quisieron inspirar en los colores colombianos, pero eso déjenselo a la ropa. Ahora, no hay casi extras, y parecen más bien en una obra de teatro. Y ahí ya vamos mal.
Por otro lado, en esta versión, donde Ecomoda está “de nuevo en crisis”, hay bastantes inconsistencias. Fernando Gaitán hizo de ‘Betty’ una novela brillante, porque sabía de lo que hablaba en términos económicos y de cómo estaba la industria de moda colombiana en esos momentos. Lo que entretenía de la novela era ver a Betty derrotar a Daniel o exponer sus argumentos: así uno no sepa ni contar las vueltas que le dan en la tienda, se cree realmente que Betty está capacitada para resolver los problemas financieros de la empresa.
En esta nueva versión no se ve nada de eso ni por la sombra: Betty carece de liderazgo, aprueba todas las tonterías de Mila para darle gusto y no hay un solo diálogo convincente alrededor. Ni siquiera la ida a la cárcel de Armando - y su fianza- son creíbles.
Además, hay algo que también “matan” en esta versión y que es imperdonable: no hay vida de oficina. Lo rico de Betty era ver esa vida cotidiana que tienen que soportar muchos latinoamericanos que van a trabajar, y en donde se veían esos contrastes sociales y de estatus que le daban fundamento a la novela. Era muy disfrutable ver esas tiranteces entre las mujeres entre una horda gregaria como la del Cuartel ante Patricia, o el chisme como modo de socializar y convivir. Ver cómo comían en el Corrientazo, cómo llegaban de almorzar, cómo se las veían para llegar a sus trabajos. Las consecuencias que enfrentaban si llegaban tarde, cómo ejercían sus labores.
Todo eso se ha perdido en esa nueva versión, donde Ecomoda es una sombra de sí misma. No nos muestran, aparte de la ridícula huelga, un solo momento cotidiano como tantos que disfrutamos y que nos hacían amar a los personajes en esa empresa donde todo sucedía. Ya no está.
¿Quién investigó sobre la moda en Colombia en 2024?
Hay cosas bastante risibles de cómo ve esta nueva ‘Betty’ la moda en Colombia en 2024. La versión de los 90 fue brillante porque leyó el contexto económico y de industria de moda en Colombia, con Armando fracasando con las series cortas que luego se popularizarían, o Betty triunfando con la inclusión y los personal shoppers, que se hicieron norma en los dosmildieces.
Pero acá todo se va en detalles y frivolidades hasta el punto del ridículo : el robot de Mila es un elemento forzado e inaportante en una industria donde los diseñadores aún se las tienen que ver con muchos procesos para crear y en donde lo máximo a lo que han llegado ha sido a probar sus diseños en 3D e imprimir así para no desperdiciar recursos. Y eso si hablamos de si tienen patrocinadores o una base económica amplia, porque aún tienen que maquilar con mucho esfuerzo, más en un mercado donde los inmigrantes son usados para trabajar de forma indigna, entre otros problemas de la industria.
Asimismo, el hecho de que Ignacio le repita a Hugo que está “pasado de moda” revela su absoluto desconocimiento del cargo y del mercado, sabiendo que las grandes superficies (la competencia directa de la empresa, como lo reveló Armando) se valen de estos diseñadores de la generación de Hugo para crear colecciones cápsula. El Éxito lanzó su última colección en Colombiamoda con Beatiz Camacho, y el año pasado tuvo a Francesca Miranda y en 2018, por ejemplo, tuvo a Diego Guarnizo y a María Luisa Ortiz. Grandes nombres del diseño colombiano y latino, porque Colombia sí sabe respetar a sus diseñadores. Olga Piedrahita sigue lanzando colecciones con Lafayette, así que no se sabe de dónde sale el irrespeto a Hugo como creador.
Y ni qué decir de los diseños de Mila: son más de lo mismo en un mercado donde hay streetwear - sobre todo desde Medellín- creando incluso desde la óptica queer. Algo que tratan de abordar, un poquito sí, y loable, en el desfile del bazar de Inesita. Pero hasta ahí.
Ahora, por supuesto, lo que más me ha indignado es que vayan a salvar a la empresa con una colección “eco”, cuando en Colombia se han tenido desde 2010 colecciones sostenibles de muchas formas (desde telas con botellas pet, entre otros procesos, hasta transformación social). Mila propone, como si fuera un genio del mercadeo, que esta forma de producción saldría más “barata”, cuando realmente para hacer una colección sostenible se necesitan de procesos serios y a ese nivel de producción, que tengan un precio menos accesible que la media del mercado para funcionar.
De hecho esto ni siquiera funciona a escala global todavía: Mango, por ejemplo, que ya llevaba más años en el mercado con el negocio que proponía Armando para 1999, para 2030 tiene como meta tener el 100 por ciento de sus fibras sostenibles, y hablamos de una multinacional. Su proceso ha sido gradual. Ha llevado años. En ese sentido, ¿consultó la producción de la serie a alguno de los expertos, y académicos de moda sostenible en Colombia, al menos? Habría sido perentorio que al menos consultaran el Observatorio de Moda de Inexmoda o visto las conferencias de Camilo Herrera, de RADDAR (instituto que mide cómo es el consumo en Colombia) para hablar de las transformaciones de Ecomoda. Pero Mila llega a salvarlo todo, mágicamente.
Y ella es un personaje que nunca afronta las consecuencias de lo que hace, porque como todos los nuevos, no pinta de nada. Y ahí va el tercer punto: quitaron a muchísima gente interesante por personajes que nadie va a recordar.
Mila y los nuevos personajes: eran tan innecesarios como la serie
Es justificable que el motor de Marcela sea la venganza de la muerte de Daniel, pero lamenté mucho esa decisión de guión: era un personaje interesante que habría sido delicioso ver en pantalla. Pero a cambio, meten a su hijo, Ignacio, un tipo arrogante en papeles que me produce todo lo contrario que Daniel Valencia: un fastidio inmenso. Cada vez que lo veo hackeando a Ecomoda o planeando algo “malo”, pienso que es como si fuera un villano marca ACME: no hay una sola razón por la que lo que él haga me indigne al punto de desearle la muerte como a Joffrey Baratheon de ‘Game of Thrones’.
Lo que sí me pasa con Mila, que para muchos ha arruinado la serie al entero: Juanita Molina lo hace tan bien como mocosa gomela fastidiosa, que me gustaría hacerle lo que su padre le hizo a Nicolás Mora días antes de la junta. Pero realmente, no genera empatía como villana, no llega a generar alguna comprensión, porque es inaguantable en pantalla. No me importa verla bailando reguetón, y además detesto que le pongan hashtags en un intento forzado de modernizar la serie cuando eso es bien 2010 y parecen más bien como la nueva ‘Mean Girls’ tratando de parecer Generación Z.
No me importa verla con Ignacio. No me importa verla borracha. No quiero verla, porque sencillamente es de lo peor que tiene la serie. En cambio, los abogados interpretados por Rodrigo Candamil y Zharick León, y la nueva modelo de tallaje, son pasables. Pero con quien sí se notan los agujeros -inmensos- de guión es con ese nieto costeño de Inesita que perfectamente siendo ruso o canadiense resulta huérfano en Bogotá. Y esa es otra de las fallas principales en esta nueva versión.
Todo está forzadísimo y muy poco desarrollado
Podría comenzar por Betty: le pasan muchas cosas, ¿pero es suficiente el breakdown que tiene para volverse “fea” en una década donde hay jóvenes de 18 años vistiéndose como ella en TikTok y con Bella Hadid usando sus gafas? ¿Por qué esa decisión de guión? Se entiende que querían reivindicarla más allá de su belleza y los conflictos que eso le traía, pero la carta de su madre no explica del todo esta decisión tan acomodaticia. Y por demás, tampoco se explica el por qué un “beso” con Marcela da al traste con la relación. O el por qué Don Roberto decide dejarle al papanatas de su hijo -que ya arruinó la empresa una vez- otra vez la presidencia. ¿Dónde están las historias de todos los demás? ¿Cómo se fueron Mariana y Sofía? ¿Por qué Aura María? ¿Por qué ninguno de ellos creció laboralmente? ¿Por qué hacer a Sandra lesbiana sino es para sacar la carta mágica de la inclusión por mero fanservice? ¿Por qué Daniel se enriquece ilícitamente? ¿Por qué resulta Betty siendo una mala madre?
Así podría seguir: no hay desarrollo de absolutamente nada. No hay justificación de absolutamente nada. La novela se tomaba el tiempo de hacerte creíble cada hecho y consecuencia y entrelazarlo. Incluso cada situación, de nuevo, estaba justificada por el contexto. De este modo, hay cosas enormemente ridículas a las que no les veo sentido. El hecho de que vistan a Armando de Betty, recreando la escena de cuando se viste de Drag, por ejemplo.
¿Para qué? En 1999 era entendible que era un castigo a un personaje homofóbico para que sufriera en carne propia las violencias a la comunidad en el espacio público, pero acá, ¿qué sentido tiene? ¿Acaso van a hacerle revival a ‘En los tacones de Eva’ (no por favor)?
Quizás por eso es que los personajes son pálidas copias de sí mismos. Porque tampoco desarrollan esos contextos. Nadie se cree esa conversión de Bertha a la astrología, y encima le quitan todo elemento cómico. Freddy, que era tan cantinflesco, ahora resulta bastante superficial como terapeuta de lo que sea. Patricia, si bien causa gracia con sus líos financieros, ya no es tampoco un elemento cómico creíble. Don Hermes, si bien sirve para algunas deudas pendientes, es igual que Nicolás, del que uno no se explica cómo es que sigue siendo el mismo. Marcela y Hugo siguen con la fuerza de antes, cosa que se agradece, pero no es suficiente para salvarlo todo: ni siquiera uno termina sintiendo algo por Betty, cuando muchos sufrimos por sus desventuras y nos alegramos por ella. Ya los personajes casi no hacen sentir nada. Y eso se debe también a otros factores más allá del guión.
¿A quién le pareció buena idea hacer todo como ‘Emily in Paris’?
Aquí hablo de la música y de cómo enlazan los momentos de tensión y los rebajan al punto de hacerlos una caricatura. Porque uno puede ver, diez mil veces, la escena donde Betty lee la carta, con ese piano característico, o cuando ella ve el mar, o cuando ella se despide de sí misma cuando era niña antes de ir a su boda y se le salen las lágrimas. Ese es el poder de una buena música y una buena dirección. Uno se tensiona cuando Daniel desenmascara a Armando en la junta, cuando la DIAN confisca las telas de Ecomoda. Se divierte con ese tango cuando Bertha copia a Patricia. La música es poderosísima. Eso se acabó en esta versión.
Es como si fuera música de romcom, y eso hace que momentos en los que Marcela le reclama a Betty que por su culpa su hermano está muerto carezcan de toda tensión. O cuando Armando y Marcela se enfrentan. Las escenas deberían hacer sentir algo. Y al revés: con todo lo que hay alrededor, en su mayoría, parecen muertas. Y ni hablar de esa tensión entre lo popular y lo elitista: ya no existe. Que gentrificaran el Corrientazo y el barrio de Inesita hace que todo se vea hiper aspiracional y todo pasa en ambientes súper controlados donde ya nada es genuino.
Definitivamente, quienes toman las decisiones finales en las plataformas son las que en últimas arruinan toda buena intención de los libretistas (que por demás han estado en ‘La reina del flow’ y ‘Rigo’). Y por réditos y seguridad terminan arruinando toda coherente intención de novedad y de integridad que tenga la historia. En esta versión de Betty se ven los nefastos resultados.
Por último... lo que sí hace bien la serie
Aunque hay cosas para rescatar de esta nueva Betty: el hecho de que ella ya no esté dispuesta a dejarse manipular de nadie. O que haya enfrentado a su padre por ser pésimo esposo. O que haya humillado y despedido a Mario Calderón. El hecho de que Marcela esté dispuesta a reclamar justicia y sea más fuerte que nunca. O ver a Hugo -quién lo pensara- como líder sindical. A Patricia, por fin, como Nicolás y como espía doble en la empresa en la que ahora vive (pobrecilla).
Giros necesarios, importantes y divertidos. Armando, aprendiendo de sí mismo con el fantasma de su padre. Que Hugo ponga en su lugar a Mila (lo mismo que Ignacio, al comienzo). Pero esos momentos, tan virales en TikTok y por los que aplaudimos a rabiar, se ven ensombrecidos por todo lo demás.
Y es una lástima, porque la telenovela original fluye fácilmente por su maestría. La que tenía Gaitán. Que hace tantísima falta en esta nueva versión. Aquí, esperamos ver todo lo que saquen, porque son personajes que amamos. Así tengamos que renegar porque la caricatura posh ha reemplazado la esencia de una fea que nos ha sido tan querida.