El silencio y el sonido del viento también pueden ser música.
La música que nos conecta con una naturaleza siempre dada por sentado, que tiene sus propias lógicas, sus propios sonidos. Sus propias historias. Esa que por milenios nuestras comunidades, en un intercambio probable de saberes en el territorio materializaron a través de instrumentos de viento como las ocarinas y otros dispositivos que encerrados en museos perdieron toda su alma.
Porque para los indígenas son seres vivos. Y esa vida fue la que obtuvieron en un lugar tan enigmático y poderoso como Cerro Azul- en el Parque Nacional Natural de la Serranía del Chiribiquete, donde las pinturas que una comunidad sin nombre y sin rostro han mostrado rastros de humanidad, orden y sobre todo, divinidad desde hace más doce mil años- en la gira que hace el Festival de Música Sacra por todos los territorios del país y en donde más allá del eurocentrismo, se vislumbran maneras en las que la música genera conexión.
Es imposible no sentirla, al lado del sinuoso río Guaviare, en una ciudad ribereña como lo es San José del Guaviare, que abastece de personas, mercancías e historias a toda la Amazonía y es la frontera hacia el Llano y el norte de Colombia. El último.
Un enclave que se ha hecho de colonización, avionetas, vapores y barcazas que atraviesan inundaciones, una jungla inmensa y han llevado las veleidades de la modernidad a los lugares más recónditos del país.
Uno en donde se come casabe (un pan ácimo de yuca), con pescados de río como el dorado y hormigas como la Maníbara. Donde hay helados y una producción para resaltar un legado cultural escondido a través de sabores como el Acai, o el Moriche, en Helados Amazónicos, o en el que se pueden consumir las cocinas indígenas a través de expertas locales.
Guaviare es eso: un lugar donde una modernidad ha llegado a trompicones, donde la han adaptado al ambiente, donde la han adaptado a su cultura, crisol de etnias e historias de mestizaje y una naturaleza que domina la cotidianidad.
Es claro que eso también se ve en el incipiente turismo que ofrece la región como destino.
Sonidos ancestrales en Cerro Azul
Entrar a Cerro Azul, descubierto en los años 70, es pedir permiso a los espíritus de la selva (un ritual que tienen muchos guías en Colombia), pero también crear esos instrumentos de viento que datan de miles de años y que han sido rescatados de los museos, tal y como lo ha hecho el músico Luis Fernando Franco, que se ha dedicado a investigar los sonidos de estos instrumentos, que están hechos para conectar con una cosmovisión ligada a la naturaleza.
Los silbidos, los sonidos, las interpretaciones que escapan a las limitadas escalas occidentales no podrían ser equiparados en un sistema de solfeo tradicional. Pero sus interpretaciones a través de la música electrónica dan más posibilidades para traer de nuevo instrumentos que tienen que perdurar en la memoria sonora a través de lo digital.
“Cuando me pidieron hacer una partitura al tocar estos instrumentos”, explicó,“era imposible, ya que no hay un sistema que pueda unir o equiparar estos sonidos al sistema occidental. Por eso queda la interpretación de la música electrónica, que tiene rangos más amplios para poder explorar el instrumento en piezas perdurables y digitales”, afirma Franco, quien tuvo que hablar con las comunidades para expresar el deseo de compartir este saber, que se trasladó desde los taironas hasta los nukak en el suroriente a través de los ríos y las rutas mercantes, y así hacerlo perdurable para poder conectarlo con la espiritualidad y su visión de Dios.
Ese hombre enorme que aparece en los frescos del primer nivel en Chiribiquete (son cuatro, en realidad), luego de un vertiginoso ascenso. Y uno que también transmiten esos instrumentos de viento que se hacían con maestría y artesanía hace siglos y que muy pocas manos humanas hoy podrían evocar con tanta destreza y refinamiento.
Los sonidos difieren, hay que hacer pruebas con el barro o la arcilla, siempre maleable y sorprendente. Estar proclives a los cambios caprichosos de la naturaleza, como el viento, las lluvias.
El paso silencioso del jaguar, los aullidos de los monos y las retahilas de los loros. Y al crear un instrumento que pueda ser interpretado (los indígenas dicen que este tiene el alma de cada uno y trae vida), donde se puedan escuchar agudos y graves que no se pueden traducir en notas, pero sí para interpretar el enorme e inmenso silencio que provee la selva colombiana apenas deja de tocar las llanuras.
Llanuras. Verde. Más verde, el sol. Hombres que adoraron dioses, que honraron a mujeres y pintaron dantas y aves en un lugar que algún día se irá borrando por las lluvias o las inclemencias químicas de las rocas.
Y que fueron honrados en una experiencia que conectó la belleza expresada en otro tiempo hacia los espíritus de las montañas y al mismo propio a través de unos instrumentos que hasta ahora empiezan a comprenderse no solo a través de la historia y la geografía, sino a través del sonido mismo y lo que genera en los individuos modernos. Un vacío que se llena a través de sonidos y en donde no hay nada, solamente viento, hojas y el ruido de una inmensa nada que lo embarca todo.
De esta manera, el Festival de Música Sacra lleva las músicas del alma a través de los territorios. Tumaco, San Jacinto, Cali y Valledupar serán otros destinos que sean honrados a través de un juicioso ejercicio de investigación que muestra que la adoración no simplemente es una cruz, sino que sus símbolos y sus sonidos tienen significados que comenzamos a descubrir.
Recuadro
Guaviare, el enclave hacia la Amazonía- Recomendaciones
-Tome tiamina. Use repelente. En lo posible el selvático. El clima es húmedo.
-La puerta de Orión y Cerro Azul- Cerro Pinturas, por más exigentes que sean, son inolvidables e imperdibles. Los guías podrán ayudarle en lo que requiera.
-Hay restaurantes de alta factura donde podrá comer comida amazónica o internacional. Recomendados, Helados Amazónicos y las hormigas Manibaras.
-Puede comprar artesanía indígena en la Casa de la Cultura del Guaviare a precios justos.
-Guaviare es un contraste entre selva, colonización y modernidad. Hay restaurantes de comidas rápidas, piscinas y otros lugares de ocio.