Por Luz Lancheros*
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Al ver tantos testimonios de abuso y acoso, y hasta de violencia denunciados por alumnas y exalumnas del Colegio Bethlemitas, se me viene a la cabeza cuán violento y abusivo ha sido el modelo de colegio católico con muchas jóvenes y niñas en el país.
Celebro mucho la valentía de estas mujeres, pero también me estremezco: muchas de las que hemos estudiado en este tipo de colegios católicos, donde aparte de saberse que los profesores también coqueteaban con alumnas, normalizamos por años todo tipo de violencias hacia las mujeres que exploraban su sexualidad y que incluso quedaban embarazadas.
Lo de las Bethlemitas es casi que normal en muchos colegios católicos femeninos
Tapar abusos, silenciar, castigar y anular. En TikTok, en los muchos testimonios que he encontrado, vemos el mismo modus operandi con quienes comentan.
Tiendo a pensar que es un patrón, y recuerdo mi propia experiencia. Estudié en un colegio del que no diré el nombre, que pertenece a la comunidad de las hermanas dominicas. Su “formación en valores” fue más bien superficial y precaria, alienante. Una, claro, donde se veía problemático el hecho de disentir y en donde las misas constantes se combinaban con pláticas vacías sobre la felicidad y la espiritualidad.
Todo aquello para tapar, por ejemplo, hechos como el que a una de mis compañeras, al quedar embarazada, la apartaron como si tuviera peste y la recluyeron en su casa, castigándola por su derecho a ser madre, castigándola de forma violenta por algo que hoy es un fenómeno común en el país, lastimosamente (las cifras de la Cepal no son nada alentadoras) . Y todo por la falta de educación sexual real, que era mediocre y que condenaba cualquier expresión de sexualidad, fuese LGBT, fuese de cualquier forma.
De hecho, la única educación sexual que tuvimos fue ese pacatísimo libro de “Juventud en Éxtasis”, donde su misógino autor no bajaba de “zorras” a las mujeres que sí querían acostarse con los hombres consensualmente.
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Eso dice mucho de cómo nos querían castigar por tomar las decisiones con nuestros propios cuerpos.
Abuso y violencia simbólica
Y, por supuesto, tampoco se me hace raro que hablen de discriminación en las Bethlemitas. En mi propio colegio se sentía el sesgo clasista a través de los códigos de la apariencia, de quiénes sí pagaban, de quiénes no pagaban, de quiénes tenían las mejores cosas.
Ay, claro, de quienes transgredían las reglas, como el uso de sustancias. En vez de pedagogizar, los castigos eran humillantes y severos. Ni hablar, claro, de cómo se castigaba a quien quisiera ser distinta con su apariencia. A veces los maestros lo hacían en público.
Ahora que recuerdo esto, y los informes de la Comisión de la Verdad, no hay mucha diferencia entre aquella violencia simbólica a la que sometían las monjas y maestros a las que eran distintas con lo que hacían los paras y guerrilleros a los metaleros en los pueblos o la comunidad LGBT. Claro, no hay torturas, no hay muertes. Pero la muerte de la identidad sigue siendo la misma.
Callarse. No pensar. Adorar a la Virgen. Que tú seas el problema si eres distinta, si tienes que disentir. Cuántas maestras que lo hicieron fueron echadas por eso (Diana Fagua, si me estás leyendo, gracias por enseñarme en Historia Medieval lo que fue en verdad el catolicismo). Que te castiguen si exploras tu sexualidad, que te repriman si haces preguntas, que te juzguen si tomas decisiones sobre esto, tu maternidad, tu no maternidad.
Y por supuesto, normalizar que un maestro de treinta y tantos comenzase a coquetear, con secretos a voces, con una alummna. O con varias. O que las mirara de formas espantosas. Y estas, solo con 14 años.
No digo, claro, que todos los colegios católicos sean así ni su modelo educativo absolutamente, sea espantoso. Estudié en una universidad de Jesuítas, donde si bien no toleraban que yo programara Iron Maiden en su emisora , gracias a la Teología que me impusieron como materia, irónicamente me permitieron entender otras creencias y religiones. Tampoco estoy diciendo que todas las mujeres tuvieron malas experiencias.
Pero sí hay un modelo que para muchas otras resultó violento, revictimizante, abusador. Y que debería repensarse. Y que debería actualizarse de cara a las mujeres que hoy no creen en estos modelos patriarcales y que han arrastrado y anulado a muchas de sus antepasadas. Y que debería enfrentar sus propios fallos.
No lo harán, claro. La reacción de las directivas de las Bethlemitas es más que lamentable. Así como cuando en mi propio colegio se unieron para irle a protestar a Gina Parody por “imponer la ideología de género”, mostrando que desde siempre han sido no un lugar desde donde su religión podrían seguir las enseñanzas de su increíble líder espiritual, sino un lugar donde desde el odio anularon, traumaron y violentaron a muchas generaciones.
*Las opiniones de la columnista no son las mismas de Nueva Mujer Latam