Ante la fiesta de yate de Rodolfo Hernández, todas las críticas se han enfocado en las jóvenes que están allí (contratadas) y sobre todo, a comparar a la esposa de Petro ,Verónica Alcocer, al bailar en bikini cuando ese ni siquiera es el punto.
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De hecho, se ha señalado mucho a las mujeres que han estado en el yate de Hernández por mostrarse como mujeres sujetas al gusto masculino, que de paso refleja el traquetismo con el que se ha manejado la cultura en este país.
Y que en el caso de Hernández es totalmente aspiracional (ya había sacado un video emulando al infame Hugh Hefner). Olvidando así que las mujeres tienen agencia: no todas las trabajadoras sexuales son esclavizadas sin agencia, muchas lo hacen dignificando este trabajo y han luchado por ello.
Por eso, ante estos señalamientos, activistas como Amaranta Hank, actriz porno, han dado acérrimas críticas ante los señalamientos.
Porque ¿dónde está para comenzar, la responsabilidad de Hernández con su esposa, cuando se ha mostrado como defensor de los valores tradicionales? ¿Y cuál es el papel del consumidor hombre ante estos contextos? Y de paso, ¿por qué sólo se señala a las mujeres?
“Ustedes, de izquierda o derecha, han violentado con su discurso a las trabajadoras sexuales durante esta campaña. Respeten el trabajo de mujeres que están decidiendo sobre sus propios cuerpos y que están trabajando honestamente”, expresó con contundencia.
Verónica baila porque quiere. Y estas mujeres también.
Ahora bien: el hecho de mostrar opulencia y consumo desproporcionado en una cultura que ha estado permeada por 30 años por el narcotráfico es lo que muchos critican como modelo aspiracional. Pero centrarse en las mujeres que están allí debería ser lo de menos.
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¿Por qué? Porque nadie las obliga a estar ahí. Porque quieren. Así como Verónica Alcocer ha mostrado su sensualidad y su ritmo porque quiere.
Y es hora de dejar esa misoginia absoluta hacia las mujeres que de una u otra forma, en varios contextos, muestran su cuerpo. Y los contextos difieren, sin que uno sea más indigno que el otro.
De hecho, de esto se han encargado varias cuentas y organizaciones en Colombia: de erradicar esa misoginia ante la expresión de la sexualidad, sensualidad y el cuerpo femenino, que incluso sí, puede llegar a ser blanco de consumo masculino en una relación de poder desigual. Pero que también ha mostrado ser un vehículo para muchas mujeres para asumir su cuerpo como deseen.
Ahora bien, ¿dónde está la agencia masculina dentro de este debate?
