Colombia

#Opinión El caso de Poncho Zuleta muestra que el machista costeño debe salir de las cavernas de una buena vez

El acoso de Poncho Zuleta y su normalización en la Costa muestra que la violencia de género allí es tratada con rótulo de “cultura”.

Diomedes Diaz y Poncho Zuleta

Por: Luz Lancheros @luxandlan*

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Por ser bogotana, ilustrada y privilegiada (así como muy poco heteronormativa) seré blanco fácil de los hombres costeños que se ofendan con esta columna. Lo sé, y estoy orgullosa de eso: soy la mujer que ellos consideran una amenaza para su cavernaria visión del mundo. Una que a través del vallenato ha dejado mujeres muertas (Doris Adriana Niño), dañadas y hasta explotadas sexualmente, como las que quiso traficar el hermano de Poncho Zuleta.

Porque seamos sinceros: por más poesía que le dediquen a las mujeres en sus canciones, las tratan como si fueran cosas para exhibir, usar y tirar. O guardar en una vidriera, si son “las oficiales” . Yeguas de cría que deben verse bonitas y ser sumisas mientras cuidan a sus hijos y a todos los que dejan regados, porque el buen “macho alfa” costeño debe ser casi como un caballo de carreras, un semental a todo dar, en una extraña forma de dar validación a su existencia.

Y precisamente que a él lo haya defendido su disquera de la manera más repugnante posible ante el acoso hacia Karen Lizarazo y la reverencia con la que se le trata, me muestra cómo se normaliza allá (y acá también, en Colombia y en Latinoamérica nadie se salva) el hecho de que una mujer sea forzada, acosada o incluso exhibida como un trofeo.

Así como Zuleta exhibe a las mujeres más jóvenes que él que están a su lado. Las “frunas” que puede comprar. Las mujeres que su hermano quisiera explotar.

En la cultura del vallenato y la cultura costeña la mujer no debe tener voz (y las que han llegado son casos excepcionales en los extremos, como Patricia Teherán y Adriana del Castillo) . Es un pecado imperdonable que una mujer mande, que una mujer no corresponda a sus estándares, que una mujer se ilustre, que una mujer no se deje y pelee en consecuencia. Tienen que siempre estar a disposición del hombre, para complacer sus deseos. Siempre verse bien, así ellos sean unos pobres currutacos (así lo decía Abelardo de la Espriella al hablar de su esposa y el “deber” de la mujer de ser bonita). Y por supuesto, es un pecado que se niegue a ser una cosa.

O que no quiera tener hijos.

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De ahí que las mujeres wayuú, así como otras en la región sean tan fuertes y ya hayan elaborado programas y liderazgos ante fenómenos que mutilan, explotan y matan a sus hermanas. Entre otras.

Y ay si una mujer, sobre todo ilustrada (así diga enormes tonterías) se mete con uno de sus ídolos, como le pasó a una tal “caída del zarzo” con el inocente Martín Elías, que era una gran excepción a la regla, más con el padre que tuvo.

Se ganó, claro, bastantes recriminaciones por su sartal de tonterías al alegrarse de su muerte y culparlo por los crímenes machistas de su padre. Pero me dio pesar, porque fue abordada (y peor, siendo bogotana de estrato seis) por estos sujetos que ven en los músicos ídolos que son su modelo de comportamiento. Uno bastante tóxico y que ya está siendo cuestionado, como sucede con Zuleta.

Ahora bien, tampoco es “cultura” y “tradición” la violación de derechos humanos. Punto.

El mundo machista vallenato es perturbador

Cada vez que sale a la luz un escándalo de un artista de este género y se escarba en cómo ha tratado a las mujeres, aparecen cosas aberrantes. Con Zuleta, lo del acoso es la punta del iceberg ante un historial de exhibición de mujeres como trofeos en yates y camionetas. De tener novias menores que él en obvias relaciones dispares de poder.

De definitivamente poder comprar... a esas mujeres ideales “” que por ellos están dispuestas a todo. Incluso a cerrar la boca y no a decir más, como le pasa a Lizarazo en estos momentos.

El machismo costeño es un ambiente que tiene diversos niveles de opresión que incluso también reproducen las mujeres, pero que se vislumbra en sus estrellas musicales más famosas. Esas que nos han tratado de vender como “cultura” el hecho de negar la agencia a las propias mujeres a punto tal de que hay que comprarlas, moldearlas y hasta matarlas.

Pero para su desgracia, estas estrellas son cuestionadas en otros lugares donde no se normaliza que una mujer sea todo esto y en donde ya, sobre todo las más jóvenes se rebelan ante formas tan repugnantes de representación. Y que no se tragan ese cuento, más cuando las mujeres aún en este país luchan por ser ciudadanas con derechos plenos.

Ya sé lo que me dirán también los hombres costeños que lean esta columna: que soy malcogida, pretenciosa, gorda, amargada, fea, cosas aburridísimas que he oído en el pasado. Creo que no me importa.

Al menos estoy tan lejos de ellos, de esos talibanes en guayabera, como para tener una voz que no pasa por alto cosas que han lastimado a sus mujeres por toda la vida. Y sí, señores: si defienden a Zuleta esto también los hace cómplices.

*La línea del portal es independiente a la de la columnista*

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