“Hasta que la plata nos separe”, en su nueva versión - y lo dicen los televidentes- no le ha llegado ni a los talones a la original. Esto, porque si bien los actores tienen buenas intenciones, no tienen la fuerza ni la personalidad de sus versiones anteriores. Sin contar los desbarajustes de la trama.
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Ahora bien, no es la primera vez que Telemundo hace remakes que han resultado flojísimos en comparación con las versiones originales. Eso sí, súper exitosos para el resto de Latinoamérica, pero ante el público colombiano... más bien “nanay”.
Estas son las telenovelas que han resultado más polémicas y que definitivamente, son una pálida copia de lo que las hicieron tan triunfadoras.
1. Hasta que la plata nos separe
Sebastián Martínez interpreta un “Juanpis González” a la inversa: un niño “bien” haciendo de hombre humilde en la fiesta del colegio. Carmen Villalobos no transmite ese terror que transmitía Marcela Carvajal (ni su elegancia, ni por las curvas).
Sin contar cómo está el resto del elenco: todos bastante limpiecitos, bonitos, meras parodias, cuando Fernando Gaitán leía muy bien el arquetipo del oficinista en Colombia (sus tres novelas más exitosas, señores, han sido en oficinas), las dinámicas de trabajo y sus relaciones.
Por su parte, Gregorio Pernía no cabe de “gomelo” ni con calzador, es más: hasta Enrique Carriazo podría interpretar a Juan Manuel Santos mejor que él. Así está la cosa.
Y todo, forzadísimo.
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2. Café, con aroma de mujer
En Netflix le están dando la segunda oportunidad, porque lo que fue en televisión abierta, el público no se olvidó de la aguerrida Margarita Rosa de Francisco (Laura Londoño, sí, lo era, pero era más cuchicheable que guerrera), su consumo de alcohol por despecho, sus garroteras y cómo encaraba al bobalicón autodestructivo de Sebastián Vallejo.
Y claro, su transformación en súper ejecutiva. Nuestra “Working Girl”, la que reflejaba los cambios sociales de la mujer colombiana en el siglo XX. Eso no se vio en la novela todo lo que podría ser posible.
Ahora, ni hablar del bobalicón autodestructivo de Sebastián: este tenía la apostura de un poeta maldito tropical que no hace ni mú ni para salvar su vida, y que hasta lo último es que agarra carácter y lucha por Gaviota. Esa era la gracia de Guy Ecker. En el caso de William Levy solo destaca la parte de “bobalicón”.
Y si bien sí responde lo que hubiera pasado con la pareja de haber existido Internet, el elenco también es flojo: otra vez Carmen Villalobos como Lucía, que fue interpretada por Alejandra Borrero y cuya frialdad traspasaba la pantalla. Y pues no llega al nivel: fue medio “odiable”, aunque se le nota lo primerizo en el papel de mala.
3. Betty en Nueva York
Lo único rescatable de esta novela es que dan a los “malos” ciertos arcos de redención, que “Don Armando” aparece al estilo Multiverso y que Gaitán la adaptó, con todas las situaciones en estos nuevos tiempos (ah no, Armando no le jala del pelo a Patricia mientras le dice “mi pequeño león marino” en plena oficina).
Y es eso precisamente, “mis pequeños leones marinos”: los diálogos son totalmente olvidables. Si ustedes ponen en estos momentos cualquier escena de Betty, la original, claro, sea los diálogos crueles y deliciosos entre el frenético de Armando y el mordaz de Mario, o los del cuartel o los de Hugo , son perfectos. Atemporales.
La gente los recuerda, recuerda las frases, por eso Betty es carne de meme en estos tiempos. Obviamente, esta versión pasó sin pena ni gloria.
Además, ya hubo una Betty en Nueva York: la de Ugly Betty, que sí se tomó el trabajo de desligarse de la historia de la original, con personajes completamente nuevos, con situaciones más creíbles, con personajes entrañables como el de Wilhelmina y adivinen qué: esta Betty tiene novios, y lucha más que todo por su carrera.
Solo acepta, y eso, salir con su “Don Armando” hasta el final de la serie.
4. Sin senos no hay paraíso
Vale ya, que fue interesante ver el What If de Catalina si no le hubiesen pegado un tiro y que han hecho toda una historia de policías alrededor de ella. Y eso fue lo que atrajo a la gente, más la soberbia actuación, cómo no, de Majida Issa.
Pero... si esa era una producción aleccionadora en principio sobre lo que puede hacerle el narco en Latam a una mujer, todo eso se perdió. Bueno, se ve un poco en “La Diabla” y su hija, pero la original sí exploraba la problemática social del narco en la sociedad colombiana y acá se desdibuja con toda esa acción y la trama tipo “John Wick conoce a Cuna de Lobos” que le ponen a Catalina y compañía.
Además que algunas situaciones se pasan de absurdas.
5. Pasión de Gavilanes 2
Genial, muy genial, que por fin exista un personaje LGBTQ+ más allá del exquisito pelirrojo de la primera telenovela. Pero horrible, muy horrible, que a fuerzas vayan separando a parejas que ya la gente tenía en su santoral pop. Mejor dicho, con un ejemplo: es como si en “Betty la Fea 3, 20 años después″ Betty y Armando se divorcian y ella termina casada con Daniel por un motivo muy estúpido.
Así ha sido el trauma con Sarita y Franco y Jimena y Óscar, para comenzar.
También, los televidentes se han tenido que tragar el sapo de que Gabriela sigue siendo la Logan Roy latinoamericana más famosa (sí, igual de abusadora y madre horrible, como el millonario de Succession) y que Santo Dios... no está Jorge Cao, que era el que realmente balbuceaba tres cosas inteligentes en aquella primera novela, lo que era muy necesario después de ver a los Reyes malconstruir esa horrible casa que jamás terminaron (¿o era muro? Jon Snow, ayuda) sin camiseta.
En fin, sigue siendo hashtag, con la nueva generación, pero muchas cosas no terminan de ser aceptadas por el televidente.
Bonus track: Telemundo, en cambio, sí hace excelentes novelas de narcos. Y productos que han trascendido la cultura.
Prueba de eso, la inolvidable “Reina del Sur”, adaptación del libro de Arturo Pérez- Reverte, con una Kate del Castillo en sus máximos, y con una exquisita Cristina Urgel como la desequilibrada y hedonista aristócrata Patty O’ Farrell.
Y cómo no, “El señor de los cielos”, que elevó las sangrientas guerras del narco mexicano a otro nivel estético.