Johana Marcela Tellez se dirige en un taxi desde su casa hacia la Fundación Acción Interna, donde se encuentra una nueva versión del local gourmet del restaurante Interno. Se escucha bastante alegre.
INTERNO es un modelo de reinserción social, un ejemplo de reconciliación y resocialización, y un escenario permanente para demostrar cómo los errores se pueden convertir en oportunidades.
En 2020 reabrió sus puertas en Bogotá para seguir generando oportunidades que mejoran la calidad de vida de las personas que recuperaron su libertad, jóvenes del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes – SRPA y sus familias. En 2018 INTERNO fue seleccionado por la revista TIME como uno de los 100 mejores sitios del mundo, y en 2020 el ODS10 le reconoció sus buenas prácticas en desarrollo sostenible.
“Yo vengo trabajando con la fundación desde Cartagena hace cinco años y medio, soy pionera del restaurante de Cartagena, vengo traslada de allá con detención domiciliaria y trabajo desde que comenzaron con el restaurante de pospenados de Bogotá” dice Tellez.
Nació en Puerto Salgar pero fue criada en Puerto Boyacá, es madre cabeza de familia desde hace muchos años y aunque siempre luchó por sacar adelante a todas las personas que dependen de ella, pero un día todo cambió.
Su destino se oscureció hace un par de años, cuando encontró en el narcotráfico la solución a sus problemas de dinero, “tengo dos hijos y tengo a cargo a mis papás, mi papá tiene desprendimiento de retina, y mi mamá tiene cáncer de piel, entonces yo vi el negocio que me propusieron como mi mejor salida. Desafortunadamente los errores se pagan y a mí me capturan y me dan una condena de 10 años y ocho meses”.
Pero, cuando todo parecía sin salida, ella encontró una luz de esperanza: las capacitaciones que hizo la Fundación Acción Interna en Cartagena “Cuando nos llaman y nos dicen que vamos a formar un restaurante, yo me metí en todas las capacitaciones que daban, como manipulación de alimentos, todo el protocolo y lo que tenía que ver con eso”.
Con sus ganas de salir adelante, se esmeró por pertenecer y ganarse un lugar, lo que incluso la llevó a que pudiera ser trasladada a Bogotá cuando restaurante cambió de ciudad: “Eso lo motivaba a uno mucho para luchar y para vivir, pues uno tiene a la familia y todo, pero una a veces necesita un poquito de esa voz de aliento, que te inviten a tener una nueva y mejor vida”, expresa con orgullo.
En medio de las paredes interiores del restaurante que fueron pintadas con figuras de hojas verdes, el color de la esperanza, y a lo largo de un corredor, están las mesas donde se pueden ubicar al tiempo unos 50 comensales, Marcela se ha dedicado a cambiar y agradecer las condiciones que tiene, pues pasó de vivir de la precariedad y las dificultades de muchas presas en Colombia, que no solo se enfrentan a la deshumanización por sus espantosas condiciones en los centros penitenciarios, sino también a la deshumanización simbólica a través de los prejuicios y la estigmatización por parte de la sociedad.
“Soy una persona que invita a los demás a creer que sí es posible: gracias a este proyecto siento que he vuelto a renacer”, expresa Marcela, que con sus manos ayuda a dar alegría a muchas personas a través de los sabores y preparaciones de un restaurante que ha sido un bastión de muchas y muy felices segundas oportunidades.