Chile

Maite Alberdi sobre el cine chileno: “Aunque la película sea buena, la contienda es desigual”

La cineasta destaca por captar los ritmos de sus personajes, el color de sus historias y el humor propio de la vida. Su último documental, “Los niños”, nos muestra la realidad de los adultos con Síndrome de Down que buscan libertad e independencia, pese a las barreras impuestas. ¡Un imperdible aún en cines!

Por Carolina Palma Fuentealba. Fotografías Gonzalo Muñoz F. Maquillaje y pelo: Sole Donoso A. Agradecimientos a Hotel Director.

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Siempre tuvo un interés artístico. Estudió Estética, Fotografía, y llegó al cine porque integraba todas las artes que le gustaban. Mientras estudiaba Cine se dio cuenta que prefería los documentales, trabajar con gente real, conocer espacios desconocidos para otros. No tenía referentes, así es que se enfrentó a este formato desde la práctica. «Cuando estudié Cine no habían tantas escuelas, ni documentales en el cine y tampoco se podían descargar con facilidad. Hace 15 años uno no tenía acceso a esos contenidos», reconoce la cineasta Maite Alberdi (34).

Hace 12 años comenzó su carrera, y ya cuenta con 6 trabajos como directora, 7 de guionista y otros como productora ejecutiva. El 2010 creó su propia empresa, Micromundo, con la cual realiza todos los proyectos, los que se financian con fondos concursables nacionales e internacionales; así ha logrado ganar diversos premios. «Me gustan los premios porque te dicen que sí te estás comunicando con el público. Cuando tiene éxito en otro país significa que tu trabajo es universal, que estás hablando de emociones humanas».
Su último trabajo se llama «Los niños» –aún en cines– cinta que sigue a un grupo de amigos con Síndrome de Down que van al colegio desde pequeños, aunque superan los 40 años. No se trata de un documental serio sino que, a través del humor, nos muestra una realidad que sólo sospechábamos. Como espectador miras a través de una ventana sus luchas por incorporarse al trabajo, cuidarse solos y mantener relaciones amorosas normales. Al igual que «La once», obtuvo el galardón internacional a Mejor Documental en la competencia oficial de DocsBarcelona, y fue distinguida con el premio a la Mejor Dirección Femenina Documental, en el Festival de Cine Documental de Ámsterdam.

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Todos sus trabajos requieren tiempo. «La once», uno de los documentales más conocidos y que puedes ver en Netflix, se filmó en 5 años. Una vez al mes acompañaba a mujeres de la tercera edad –su abuela era una de las protagonistas– quienes se juntaban desde muy jóvenes a tomar el té. «Los documentales implican un trabajo largo, que requiere mucha paciencia. No puedo hacer que la historia se desarrolle o que los personajes avancen rápido. Uno va al ritmo de los personajes, y los proyectos se adaptan a eso». En una semana comienza a filmar su próximo trabajo.

¿Consideras que tus documentales tienen un sello particular?
Creo que existen muchas formas de hacer documentales. Es diferente a la ficción, donde hay géneros más encasillados. Aunque sí hago trabajos muy distintos a los documentalistas chilenos. Mi procedimiento se relaciona con esperar y desarrollar a lo largo del tiempo. Filmo el presente, pero muchos documentales son sobre el pasado y requieren de otra técnica. En general se hacen entrevistas, yo no hago, porque lo mío son documentales de observación. Pese a que ambos estilos trabajamos con la realidad, son muy distintos.

Incluyes el humor, pese al drama que encierran, ¿cómo lo logras?
El humor es muy importante. Las formas que tiene el público de empatizar con los personajes son las emociones, y las emociones no tienen que ser sólo el drama. El humor también te conecta, y es una herramienta rápida y de fácil conexión. «La once» tiene un final dramático, pero las protagonistas lo pasaron súper bien, el humor está presente. Trato de encontrar siempre eso en los personajes, situaciones simpáticas. La vida está llena de eso también, llena de matices. No vas a excluir la risa porque estás contando una historia dramática. Los documentales siempre estuvieron asociados a lo serio, al documento, a la información, y ya no es así.

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Imagen foto_00000002¿Cuándo decides que el documental está terminado?
Para «La once» había decido que las iba acompañar hasta el último día que se juntaran, y así fue. Mi final tuvo que ver con una decisión de ellas más que mío. En general uno se imagina qué tipo de final quiere y, cuando lo estás grabando, te das cuenta cuál es tu final. En el caso de «La once» ellas no se querían seguir juntando, y no podía obligarlas, forzarlas; sabía que era el último día. En «Los niños» se va un personaje, se despide, y es claro que es el final.

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¿Existe ayuda suficiente en Chile para hacer documentales?
Hay que buscarla, postular, como en todos los géneros. Lo más difícil en Chile es la exhibición, porque todavía existe un público que no está acostumbrado a ver películas documentales en sala. Todavía lo asocian al reportaje, a un género televisivo. Falta que se entiendan los documentales como película, y falta que la gente vaya a ver cine chileno.

¿No tenemos el ojo educado para un documental? ¿Cómo cambiamos esa realidad?
Sí, uno tiene poco educado el ojo para otro tipo de cine no comercial. Nos hemos acostumbrado a un tipo de narración. Uno hace campañas de marketing lo más parecida posible a lo que el público quiere ver. Lo que pasa es que los cambios que se pueden generar son legislativos, como la protección del cine chileno en sala, así que como se hizo con la música en las radios. Chile es uno de los pocos países que no tiene protección de su cine en salas, no tiene una cuota. ¡Competimos de igual a igual con «Superman»!

Hay pocas películas chilenas en cartelera…
Y hay cintas muy buenas que se van rápido porque no llegan al número de público que se pide. El presupuesto para el marketing es el 3% del que tienen las películas gringas. Aunque la película sea buena, la contienda es desigual. No tiene que ver con mejorar la calidad de las películas, porque les va excelente afuera y tienen distribución en muchos países, pero en Chile cuesta más por esa razón, porque no hay ley de protección. A largo plazo es importante generar audiencia desde pequeños, en los colegios.

¿Las cineastas sufren algún tipo de discriminación?
No, te discriminan por tu proyecto. Sí, hay pocos técnicos mujeres, no hay sonidistas, por ejemplo. Directoras y productoras es lo que más hay, aunque hay una discriminación enraizada en la sociedad misma. ¿Por qué tengo que pagar un plan 3 veces mayor en la Isapre? Obvio que nos cuesta todo el triple. Siendo directora estoy en una situación particular porque me evalúan por proyectos, entonces tengo una libertad que no tienen otras personas de la industria.

¿Te parece que los documentalistas deben tener responsabilidad social?
Depende. Con «Los niños» claramente sentí una responsabilidad social. Hicimos una campaña importante para la inserción laboral de las personas con discapacidad. Trabajamos tres años en crear un portal laboral, y lo lanzamos recién. Se llama Incluye Empleo (www.incluyempleo.cl). Sentí que me quedé corta con la película, busqué qué hacer para generar cambios. Si me preguntan cómo ayudar a personas con Síndrome de Down, ¡contrátenlos!

Tienes una tía con Síndrome de Down, que aparece en «La once». ¿Has visto todos los cambios que se han producido en estos años?
Cuando ellos nacieron no se veían niños Síndrome de Down en la calle, los tenían escondidos, no habían escuelas especiales. Incluso veo los cambios en estos dos últimos años. Acaba de cambiar la ley laboral. También trabajamos en las comunicaciones de esa campaña. La ley laboral decía que a las personas con discapacidad intelectual se les podía pagar menos que el sueldo mínimo, y eso ya cambió. Las empresas están obligadas a contratar un 1% de personas con discapacidad intelectual y pagarle el sueldo mínimo. Eso es otro contexto. Cuando filmé a mi protagonista de «Los niños», le pagaban $10.000 mensuales, nunca podría ahorrar para su vida. Ahora tiene una pega donde le pagan el sueldo mínimo. Quizás uno puede evolucionar en términos legislativos, pero falta generar cambios sociales, porque la integración se entiende como igualar a los demás, respetar su diferencia, y eso es súper clave.

Con respecto a los prejuicios sobre las personas Down, ¿cuáles persisten?
Pensar que son ingenuos, que son niños por siempre. Hay algunos que son más inocentes que otros, pero no todos. No tienen discapacidad emocional, entonces sienten igual que todo el mundo. Hay un desconocimiento en entender cómo piensan, y se les estigmatiza al pensar que todos son de una forma. Lo que aprendí haciendo la película es que son muy distintos, y la única característica en común es que tienen Síndrome de Down.

¿Uno de tus objetivos es «normalizarlos» en Chile?
Sí, hay que normalizarlos e integrarlos asumiendo sus diferencias. El otro día me decían si creía que se puedan casar, y por qué planteaba eso en la película. Creo que sí se pueden casar, tener una relación de pareja, pero no igual a la de cualquier persona. ¿Por qué se tienen que casar y vivir el mismo modelo de vida que uno entiende de un matrimonio? Se pueden casar, pero necesitan un tutor, alguien que esté cerca para saber si todo va bien. No funciona para ellos la independencia total.

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En el documental «No soy de aquí» abordas el Alzheimer de una fuerte mujer vasca en Chile. ¿Por qué quisiste tocar esa tecla?
Quería representar el Alzheimer desde otro lado: qué se recuerda cuando todo se olvida. La Josebe es un personaje que no sabe dónde está, que está súper perdida en el presente, pero recuerda todo el pasado. Cuando la conocí me costó darme cuenta que estaba perdida. Todos los días que fuimos a filmar, era como un primer día con la Josebe. No hay algo positivo sobre la enfermedad, pero sí se puede plantear una reflexión sobre qué te va acompañar para siempre. A ella su pueblo Rentería la acompañó hasta el último día.

¿Tenemos algo que envidiar al extranjero en cuanto a producción?
No, tenemos una industria súper avanzada. El cine chileno tiene la ventaja de ser súper diverso, hay todo tipo de cineastas. A veces ves cine de otros países y son parecidos, pero acá tenemos para todos los gustos y altos estándares de calidad técnica y artística. ¡Nada que envidiar! (ríe). Sí debemos envidiar cómo otros países protegen su cine.

¿Qué documental recomiendas en Netflix?
Me gusta mucho uno que se llama de «The Wolfpack». Trata sobre unos niños que están encerrados en su casa porque sus papás no quieren dejarlos salir. También «The Act of Killing», sobre la dictadura de Indonesia.

¿Es necesario siempre el conflicto en los documentales?
Uno necesita el conflicto para tener historia, pero el problema es que se piensa en un conflicto grande, pero no es necesario. Los conflictos son proporcionales a los personajes. ¿Es más conflictivo que muera mi papá o mi canario? Me dirías que mi papá. Pero si el canario es lo que más quiero en la vida, puede ser un conflicto. Puedes trabajar cualquier cosa como un conflicto, incluso situaciones pequeñas. Hay una película que me fascina donde el conflicto es que se les quema la ampolleta. Uno piensa que no es un conflicto, pero cuando la cambian te pones a llorar de emoción… La protagonista es una enana y su pareja es ciego.

¿Te interesaría hacer un documental político?
Me encantaría, pero un político no me va a dejar seguirlo todo el día con una cámara. Me interesaría si tuviera el acceso, pero es difícil llegar a esas cúpulas de poder. Por algo «House of Cards» es ficción y no documental. Hay uno que se llama «Weiner» que es increíble. El director era congresista, y por eso lo dejaron filmar. De todas formas, mis documentales son súper políticos. La política determina las formas de vida, las relaciones, todo. Al hablar de un microespacio hablas de sociedad, y cómo las decisiones políticas los afectan.

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