Por: Jessica Celis Aburto. Fotos: Gonzalo Muñoz.
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Es la primera vez que Marcelo Alonso (47) sube a las tablas con una obra de teatro infantil. Y aunque su carrete sobre ellas es abundante desde que egresó de la Universidad de Chile, «con esta siento un miedo infinito. Tengo en mi cabeza al público y mi vocación por él es cada vez mayor. Mi actividad se vincula cada vez más a la gente que la mira. Lo digo porque cuando era más joven no me importaba. Ahora para mí es fundamental que la gente disfrute, entienda, que se haga preguntas difíciles, que se ría. Me interesa mucho provocar desde la claridad, trato de ser claro cada vez más», confiesa.
Se refiere a «El corazón del gigante egoísta», obra que protagoniza con su pareja en la vida real, la actriz Amparo Noguera, que cuenta con la dramaturgia de Manuela Infante. «Siempre sentí que me faltaban dos cosas: hacer un monólogo, que nunca he hecho, y teatro infantil. Salí de la Chile, que tiene una vocación teatral muy grande, y he hecho mucho teatro siempre con muy buenos directores. Me faltaba trabajar con niños, y ahora que lo hice me encontré con una audiencia magnífica. Los niños no tienen ningún filtro. Hicimos una función con niños de 10 años y fue súper bueno. Me sorprendió ver cómo entran a la sala, sin ninguna predisposición a nada y mirando lo que les llama la atención. Con esa misma disposición ven la obra. Si hay algo que ya no les parece atractivo, se descuelgan sin ninguna educación: lo que les funciona, funciona, y lo que no, no. Es trabajar en un espacio indómito», dice.
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Esta obra te conecta con la niñez, ¿cómo recuerdas la tuya?
Mi infancia fue en dictadura y los niños ocupábamos otro lugar. Encuentro que ahora es más entretenido ser niño, están más en el centro de la familia. Creo que Chile los ha puesto más al centro, y eso me parece hermoso. Cuando chico me sorprendía el lugar que ocupaban los niños argentinos en sus familias, y que no tenía que ver con que tuvieran «perso». Ellos estaban al centro. Eran muy europeos y nosotros muy españoles. Recuerdo que existía la mesa del pellejo, y si los adultos hablaban uno se tenía que callar.
Si miras tu infancia, ¿cumpliste tus sueños?
En mi vida nunca he tenido ideas de lo que quería hacer. Andaba a ciegas por la vida. Para mí la vida siempre ha sido como una pieza oscura.
¿Nunca has planificado?
No, nunca he elegido. Creo que en ese sentido soy muy budista, espontáneo. Es una picantería lo que estoy diciendo pero es verdad: nunca he elegido. Las cosas han llegado y las he tomado. Jamás he tenido una carta Gantt ni objetivos a mediano ni a largo plazo. Y lo que me ha tocado hacer lo he hecho con muchas ganas. Quizás mi libertad es haber sido capaz de aceptarlas. De repente hay gente que está tan concentrada en lo que hace, que cuando aparece al lado otra cosa no ve lo que tenía que hacer.
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En lo profundo, ¿has cambiado mucho?
Sí, uno deja de ser la persona que fue. A los 5, a los 10, a los 17, a los 20, siempre fui otra persona. Me quedo con una frase que me dijo mi mamá hace poco, un día que me enojé y le dije «¿por qué eres así? Antes eras de otra manera». Me respondió «porque ya no soy esa mujer».
¿Y qué cosas esenciales han cambiado?
Soy muy cambiante. No podría responder eso.
ELLOS Y ELLAS
¿Te marcó especialmente ser uno de 8 hermanos?
Un mundo muy masculino tiene que ver con cómo uno se enfrenta a las mujeres, porque uno las pone en un lugar muy exaltado a veces, idealizado, distante. Cuando me tocó abordarlas, fue muy difícil.
Has dicho que nunca sacaste a bailar ni fuiste a una cita…
Sí. Me costaba mucho porque era muy tímido también. No te voy a exagerar cuando recuerdo que de repente bailando un lento a los 15 años, dije «tienen olor».
Pero, ¡cómo!
(Risas) Sí, totalmente primitivo… En mi familia en general hay muy pocas mujeres y muchos hombres. Por el lado de mi madre, sólo una.
¿Recuerdas tu primer acercamiento «con tutti» a una mujer?
(Silencio) Sí, me acuerdo, pero no fue como siempre pensé. Tenía problemas con mi altura porque soy muy alto (1.90). A los 15 ya medía 1.85 y parecía que tenía 17 o 18 años, entonces pinchaba con cabras de 16 o 17. A esa edad la diferencia de edad se nota y a mí me gustaba mucho una chica mayor, entonces omití mi edad, pero no me resultó. Igual se fue (risas).
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¿Lo pasaste mal en esa época?
Creo que todos lo pasamos mal, eran muy pocos los que lo pasaban bien.
¡Hay hombres que la pasan bien desde la cuna!
(Risas) Yo no. Tampoco me iba mal.
Se dice que eres un romántico a la antigua, pero también medio machista.
(Risas) No, eso se ha ido desvirtuando por una entrevista que di hace años. Soy súper equilibrado con mi pareja, no tan machista. Lavo platos, en mi casa cocino todo, limpio el baño. La sopa de zapallo la hago yo, pongo la mesa, sirvo, y le llevo a la Amparo el desayuno en la mañana.
¡Qué romántico!
No es por romántico, lo hago cada vez que puedo y es más fácil, rico.
Entonces, ¿te sacaron de contexto?
Mi alcance era más político. Hombres y mujeres tienen diferencias sexuales secundarias (físicas), pero también tienen diferencias sexuales secundarias sociales, que hacen que la tensión sexual, el erotismo y el deseo se mantengan.
Ya, ¿entonces?
Que hay una cierta dominancia que el varón debe tener para que las cosas resulten.
¡Viste que eres machista!
(Risas) Nooo… ¡Eso no es machismo! ¿Cómo se te ocurre? Si cabe la pregunta «¿vamos para acá o vamos para allá?», yo digo «vamos para allá», y si ella dice «¿por qué?», le digo «porque sí!» (risas). Eso lo encuentro súper sexy.
No, eso no es ser sexy.
(Risas) Es bueno que ella entienda el juego y vaya porque sí…
¡Te pasaste!
(Risas)… Bueno, hubo gran escándalo en las redes sociales…
¿Qué te mata en una mujer?
Me encantan las mujeres femeninas.
¿Y cómo ves a las feministas, las empoderadas?
Me encantan, tengo muchas amigas así y buena onda, pero a mí me gustan más femeninas.
¿Más sumisas?
No, femeninas. Y femenino no implica sumisión. Lo femenino implica un nivel de dominancia importante.
Explícate, por favor…
Me refiero a las visualidades. Y no hablo de la curvilínea con las pechugas afuera. Hablo de un femenino súper controlado, entre que sí y que no, la ambigüedad… Me encanta.
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Y en ese sentido, ¿qué cualidades o cosas te parecen sexy?
El quedarse mirando, el silencio, los movimientos. Me llaman la atención las mujeres que se mueven bien, que saben hacerlo, que saben estar. Cuando veo que una mujer sabe cómo estar, lo que provoca con ese movimiento, me encanta. No hablo de un contorneo de carne ni nada grosero. La mujer tiene que saber caminar. ¡Ah! Y me gusta que se vistan de negro, de grises, no me gustan mucho los colores.
¿Y Amparo se viste de negro?
Sí.
Apuesto que le dijiste que lo haga o la llenaste de ropa negra.
(Risas) No, siempre ha sido así.
«NO SOY LINDO»
Si pensamos en lo estético, debo decir que perteneces al grupo de los «minos de la TV».
¿Cómo te va con la vanidad?
Nunca me he hecho cargo de eso, te lo juro. Tengo una relación conmigo súper estricta. Justo ayer hablaba con Roberto Farías (el actor) y nos preguntábamos «¿cómo sería la vida siendo lindo? LINDO….»
Muchas mujeres piensan que eres un hombre lindo.
No soy lindo. Tengo amigos lindos, pero LINDOS, es otro mundo. ¡Yo no pertenezco al mundo de los lindos!
¿Porqué no te haces cargo de eso?
No puedo porque no lo soy.
Entonces, ¿qué te pasa cuando se exalta esa cualidad en ti?
Creo que son los medios y la televisión. Es súper loca la TV. Una vez estaba grabando una teleserie y fuimos a filmar una escena a un café con piernas. Una de las actrices que contrataron era la Loreto Aravena. Yo la miré y dije «qué cabra mas linda». Y ahora está transformada en una estrella. Y es más bonita. Entonces me pregunto, ¿por qué yo la veo más bonita? Creo que es porque cuando la pantalla de TV o cine elige una cara, se produce un cierto consenso que de alguna manera es artificial y que algunos llaman belleza. Si tienes los ojos bonitos, en la televisión se te verán aún más bonitos. Siempre pienso en Javier Bardem. Si a él lo pones en la vida así no más, alguna mujer dirá «puta, el huevón rico», pero en general van a decir «puta, el huevón feo». Bigas Lunas lo puso en el centro de «Jamón Jamón» y al verlo dices «puta el huevón a… e..». No alcanzas a terminar ninguna palabra con él. Se crea un enigma.
LA FAMA
La gente te reconoce en la calle, se acerca, ¿cómo te va en esa cancha?
Al principio me daba vergüenza que me pidieran fotos o se me acercaran, pero ahora me acerco a la gente con harta generosidad.
¿Te has puesto más melancólico?
Me he puesto más buena persona (risas). Me he puesto súper bueno, pero soy brutal.
¿Te llegó el «viejazo», «la reflexión de los años»?
Una de las cosas más interesantes que me han pasado con los cuarenta y tantos es bajarme de la ceguera que uno tiene cuando se es joven, de la ceguera con los otros, la ceguera del sentido común. Yo era un huevón muy ciego, vehemente y radical con respecto a todo, feroz en todo: con el teatro, las personas, las relaciones, con las mujeres. Una de las cosas buenas de mis 40 ha sido abrazar mi sentido común con respecto a las cosas, aceptar, empatizar, saber que no soy tan distinto del otro.
¿Te sentías un bicho raro en relación a los otros?
Tremendo, súper marginal. Nunca he logrado entrar a «la sociedad», en el «calzar con». No tengo una familia como se supone que hay que tenerla. Mi familia, y que la adoro, es la Amparo y muchas otras personas que la componen. Tenemos como una familia secreta que no tiene nombre. Entre todos la hemos inventado y es distinta. No es una donde existe la mamá, el papá, el hijo, el perro, la camioneta y la casa en la playa. Nunca he logrado calzar en nada. Desde cabro nunca encontré la ropa o zapatos o forma de familia que me gustaban. Nunca había algo que me satisfaciera.
¿Y ahora te satisfacen más las cosas?
He aprendido que me importan menos. Me siguen no satisfaciendo igual. La familia tradicional como tal, no me satisface. La veo y me da sueño. Tengo problemas con todas las instituciones chilenas. No soporto la familia a la chilena, la casa en la playa o en el campo a la chilena, la forma de tener un perro a la chilena. Y también tengo muchos problemas con lo que yo debería haber sido.
En una entrevista, Amparo me dijo que hoy se cuestiona el no tener hijos, que hay una falta. ¿Cuál es tu postura frente a ese tema?
Todos los días uno se hace la pregunta con respecto a un hijo. Alfredo Castro, alguien a quien quiero infinitamente y es muy cercano a mí, me dijo una vez «no te hagas más esa pregunta. De la misma forma en que te preguntas todos los días ‘¿qué habría sido de tu vida si hubieses tenido un hijo?’, las personas que tienen hijos se hacen la misma pregunta, pero al revés, ‘¿qué habría sido de tu vida si no hubieses tenido un hijo?'». Me pareció tan cercano a la vida. Uno siempre se va a preguntar ‘¿qué hubiese pasado si hubiese hecho esto o si no hubiese hecho esto otro?’. Y eso tiene que ver con el sentido humano no más. Y lo del hijo es una pregunta que todos los días me habita. Me imagino que si soy muy viejito y no he tenido hijos, me seguirá rondando, pero uno nunca sabe.
¿Y adoptar es una opción?
Siempre lo hemos hablado con la Amparo, pero en Chile es muy difícil, es como si no hubiese un problema allí. Es atroz. En Chile no hay SIDA, no hay abortos. Antes no habían separaciones. Y lo de la adopción es muy complicado. Está lleno de cabros chicos que no tienen familia, pero es muy difícil lograr que te den uno. Te hacen unas encuestas gigantes, con miles de preguntas idiotas, donde calculan tu edad y qué edad debe tener tu cabro chico. Entrar a la adopción desde ahí es muy violento. Hemos investigado sobre el tema.
SU GIGANTE EGOÍSTA
«El corazón del gigante egoísta», de Manuela Infante (en el GAM) es un análisis del egoísmo, muy para niños pero también para los no tanto. Plantea que el egoísmo no es malo, que todos somos egoístas y que éste depende del tamaño de cada uno. «Un pájaro tiene un egoísmo muy pequeño y alguien gigante uno inmenso. El egoísmo de Eliodoro Matte es gigante, porque es un gigante, y el de alguien que tiene menos económicamente, es menor. En ese rollo se mete. Es una obra política para niños, fantástico», destaca.
¿Y tu egoísmo es pequeño, mediano o gigante?
Gigante. Y luchando siempre contra él. El egoísmo tiene que ver con el miedo y uno es muy miedoso.
¿Desde qué edad se recomienda que la vean los niños?
Desde todas las edades. De hecho vino un niño de 2 años, con una bufanda y una parka comiendo Doritos, al que le pusimos el «bomba de tiempo», porque podía explotar en cualquier momento de la obra (risas). Creo que de 6 a 12 están muy bien.
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