«Mi hija y yo estábamos discutiendo en la calle. Cuando saqué el teléfono para ver la hora, ella pensó que iba a llamar a la policía y por eso me lo arrebató. Me empujó y me dio puños y patadas. Me moreteó las piernas. Me arañó los brazos y la cara. Todo eso en la calle».
Sentada en la pequeña sala de su casa en Inglaterra, esta mujer de origen colombiano se agarra la cara con las dos manos cuando me cuenta lo que pasó ese día.
«Fui a la policía y me pidieron la dirección de dónde había ocurrido la agresión, pero no me la sabía».
Después de dar unas indicaciones con ayuda de un intérprete, los agentes la fueron a buscar. Pero no la encontraron.
«Me dijeron que la dirección que había dado era incorrecta, que no podían ubicarla».
«Después, dejé eso así. No seguí con la denuncia».
Orden de alejamiento
No era la primera vez que Dora* veía el lado oscuro de Marina, su hija mayor. Sabía que había sido violenta con una de sus parejas.
«Mi hija es cruel«, asegura.
A una de sus hermanas (la hija que vive con Dora), Marina ya la había atacado físicamente. «Sus manos quedaron marcadas en el cuello de Pilar», me cuenta.
En esa oportunidad, Pilar no quiso denunciarla porque su estatus migratorio era irregular y temía ir a la policía. De hecho, Marina las amenazaba con que iba a hacer que las deportaran.
La segunda vez, cuando su situación migratoria ya estaba legalizada, Pilar decidió denunciarla.
Un juez le dictó una orden de alejamiento por seis meses. Marina no podía acercarse ni a su hermana ni a la casa de su madre.
«Marque 999»
Hubo un tiempo en el que Marina y su hija, Luz, vivían con Dora, pero la convivencia se tornó muy difícil.
Por eso, la madre pasaba el menor tiempo posible en la casa o, al menos, procuraba evitar coincidir con su hija.
«Sábado y domingo me la pasaba en la calle y me llevaba a mi nieta. Me iba huyendo«.
«¿Cuándo le empezaste a tener miedo a tu hija?», le pregunto.
«Un día que tuve una sensación muy rara, le dije a una señora a la que le alquilábamos un cuarto: ‘Por la forma en que Marina se comporta conmigo, siento que me puede llegar a atacar. Usted sabe cuán agresiva es. Si usted ve que me ataca, agarre el teléfono, marque 999 (número de emergencia en Reino Unido) y déjelo ahí, descolgado, para que oigan. Usted no tiene que decir nada'».
Marina decidió irse de la casa con su hija.
La nieta
Tras la denuncia que interpuso Pilar contra su hermana, los servicios sociales se involucraron en el caso y, tras analizar la situación familiar, un juez dictaminó que Marina debía compartir la custodia de su hija con su madre.
Para Dora, esa niña es como una hija, pues -ante la ausencia del padre y la inestabilidad de Marina- prácticamente se encargó de su crianza.
Pero asegura que Marina no cumple con la orden judicial y que le tiene prohibido a su hija comunicarse y ver a su abuela.
Eso atormenta a Dora. Ella quisiera hacer valer sus derechos, pero le frena el miedo que tiene a su hija.
Es un temor que le hace quedarse callada para «no empeorar aún más la situación», dice.
Se para y camina hacia una mesa pequeña que está adornada con unas flores rosadas de plástico y varios portarretratos.
Me trae uno de ellos y me dice con una sonrisa: «Aquí está mi niña».
Es su nieta. Aparece sonriente abrazando a una Dora que luce distinta a la señora que habla con tristeza y que me vuelve a preguntar si ya almorcé.
En esa foto se ve feliz.
«El karma»
Marina no es la única hija que ha abusado de Dora.
Me cuenta que Pilar, la hija con la que vive en la actualidad, le lanzó dos veces una silla y que Sarah, la hija menor, también la ha agredido verbal y psicológicamente.
Cuando le pregunto a Dora por qué cree que sus hijas (todas adultas) la maltratan, se queda pensativa.
Se le llenan los ojos de lágrimas, agarra un pañuelo y se disculpa.
«Yo sé que no tengo hijas, tengo enemigas», me dice.
«Vi un documental sobre el karma y decía que nosotros tenemos vidas recurrentes y karma por pagar ante la ley divina. Nos mandan enemigos de hijos para que pasemos la universidad de la vida. ¡Qué duro! Yo tengo karma con mis hijas. Yo me pongo a pensar y yo no les he hecho nada«.
Después apunta a otro factor que cree que es determinante: «Tienen que ser los genes«.
«El papá era así. Ese carácter se lo sacaron a él. Mi hija mayor se siente orgullosa de ser violenta».
«Usted es una descerebrada»
La situación no es nueva para Dora. A los 14 años, decidió abandonar su hogar porque su padre era muy violento.
Cuando tenía 17, conoció a un hombre que tenía casi 40 años. Se unió a él con 18 años y tuvo sus tres hijas.
Después se enteraría de que su pareja estaba huyendo de la policía porque había cometido un crimen.
Con él también experimentó violencia física, verbal, económica y psicológica. «Usted es una descerebrada», me cuenta que le decía.
Después de varios años, decidió abandonarlo y se fue con sus tres hijas que, en esa época, tenían menos de diez años.
En medio de circunstancias muy duras, las crió prácticamente sola. Cuando se hicieron adultas, dos de ellas se fueron de su lado para «hacer sus vidas».
Le pregunto si recuerda que en la adolescencia fueran agresivas con ella y me responde que no. «Nunca fueron groseras. Eran niñas de bien».
El inicio
Al preguntarle en qué momento comenzó a sufrir el abuso de sus hijas, me dice que fue a partir del momento en que se fue a vivir con su hija menor, quien se había establecido en Inglaterra.
Dora decidió abandonar Colombia con su hija Pilar para acompañar a Sarah.
«Llegué y vi su hogar hecho un caos. Ella maltrataba a su compañero. ‘Lo tengo amansado a punta de cacerola’, me dijo un día».
«En una ocasión, por celos, porque ella decía que él andaba con otras, le llegó a cortar las venas cuando estaba dormido«.
«Él no la denunció porque me decía: ‘¿Y las niñas con quién se van a quedar?’ Pero yo le decía: ‘Mijo: usted le hubiese hecho un bien porque ella se tiene que someter a un tratamiento, ella no está bien'», recuerda.
Cuando Dora le dijo a Sarah que «no le veía nada malo al muchacho, que era un buen esposo, un buen padre», su hija la acusó de estar en contra de ella.
«Y en ese momento empezó la cosa en mi contra».
«¿Usted sabe lo que es que me haya dicho que qué clase de madre era yo por ponerme del lado del yerno y no del suyo? Por eso, para ella, soy una mala mamá».
«Me iba de la casa»
De acuerdo con Dora, Sarah también era agresiva con su propia hija y la hija de su compañero, quien tiempo después decidió separarse de ella.
«Cuando yo la veía violenta, me iba de la casa. No soportaba. Era pura furia. No había paz».
«Cualquier cosa que decía, era un problema. Decidí no hablar más, terminó acallándome«.
Dora no aguantó y se fue a vivir a otro lugar.
«Es que más que tenerle miedo a Sarah, lo que siento es que no soy capaz de decirle que no a lo que diga. Lejos y por teléfono sí soy capaz. De frente, no», confiesa.
«Como un día le dije a Marina: ‘Para que ustedes estén felices conmigo, les tengo que apoyar los errores'».
La cadena de la violencia
Dora ha sufrido la violencia doméstica desde que era niña.
«Mi papá nos pegaba por todo. A mi hermana una vez le dio una pela que le sacó el aire», me cuenta.
Dora vivía con sus padres y sus seis hermanos en un «ranchito», en situación que ella describe de extrema pobreza.
«Mi mamá no se defendía, no decía ni una palabra. Pero un día, cuando mi papá estaba a punto de pegarle, nos retó: ‘Mijos: ¿ustedes van a dejar que su papá me pegue otra vez?'».
«Todos éramos pequeños. Recuerdo que ese día mi hermano cogió un azadón, el otro cogió un hacha, yo cogí un machete, mi hermana agarró un palo de leña y mi mamá estaba recostada en la hornilla esperando lo que iba a pasar. Rodeamos a mi papá y cuando se vio rodeado, se frenó. Ese día no le pegó».
Después de eso, evoca Dora, su padre no volvió a golpear a su mamá frente a ellos, pero el maltrato siguió en la intimidad. «Mi mamá se la pasaba llorando».
«Era lo más lindo»
Dora me dice que nunca ejerció violencia en contra de sus hijas. «Al contrario, les di mucho amor».
«Siempre lo dije: cuando yo tenga mis hijos, no les voy a dar como mi papá me dio a mí. ¿Pegarles, garrotearlas? No. Yo le decía a mi mamá: ‘¿Es que mi papá nos odia? ¿Es que no somos sus hijos?'»
«Cuando mi primera hija nació, para mí ella era lo más lindo. Me parecía mentira tenerla, era mi muñeca. Y que ahora me haga eso…», me dice llorando.
Para ella, «no es justo». No encuentra motivos para que la maltraten.
«Cuando me separé de su papá no me quise volver a meter con ningún hombre para no ponerles padrastro. La verdad es que me quedé sola para protegerlas«.
«Di todo por ellas. Empeñaba mi máquina de coser para que estudiaran. ¿Qué no hacía? Vendí arepas, lo que fuera. Ellas dejaron de estudiar porque se enamoraron, no porque no las pusiera a estudiar».
«Durante 16 años no supe nada de Marina porque se fue con un hombre, a quien me opuse. Le advertí que no le convenía y el tiempo me dio la razón».
«Recuerdo que me dijo: ‘Usted no me va a impedir mi felicidad y con él me voy hasta el infierno'».
Tras terminar esa relación, Marina buscó a su madre en Inglaterra.
«Espero cualquier cosa»
«¿Todavía amas a Marina?», le pregunto.
«No sé», responde, y tras un silencio añade: «Siento que si ella me pidiera perdón, tal vez… Pero ya no confío en ella. De ella espero cualquier cosa».
Dora ha recibido ayuda psicológica de los servicios de salud de Reino Unido y apoyo de una organización benéfica dirigida a atender a la comunidad latinoamericana en Inglaterra.
«A veces me pongo a pensar que tengo que hacer una carta para llevársela al GP (General Practitioner, como se conoce al médico de cabecera) para que no me vaya a dejar caer en las manos de esas dos mujeres, porque me matan», dice en referencia a Marina y Sarah, ya que la vida con Pilar es «más llevadera».
Con sus otros dos hijas no ha hablado desde el pasado mes de enero.
«No quiero hablar con ellas porque me han causado mucho dolor. Lo único que me nace es cortar todo con ellas. No porque les tenga odio o rencor, sino porque tengo mucho dolor».
«Prefieres arriesgarte»
Myriam Bell es la encargada del área de violencia del Servicio de Derechos de Mujeres Latinoamericanas (LAWRS, por sus siglas en inglés), una organización de caridad que asesora a inmigrantes de la región en Inglaterra.
Cuando la entrevisté, no le mencioné la historia de Dora. Pero lo que me contó de su experiencia con mujeres víctimas de sus hijos, me hizo establecer algunas similitudes: muchas son madres solteras y muchas son sobrevivientes de la violencia de la pareja.
«Hay casos de niños altamente impactados por una situación de violencia emocional, económica, física, de la cual fueron testigos», señaló Bell.
«Las madres quedan solas y tienen que proveer absolutamente todo, desde la manutención de los niños, la crianza, el apoyo emocional, psicológico… Ellas quedan abandonadas y estos niños muchas veces no tienen el apoyo que necesitan», agregó.
«A veces hay un cierto grado de culpabilidad porque como diste el paso para liberarte de la violencia, eso significó el quiebre de la familia y, por lo tanto, que el padre ya no esté presente».
«A lo mejor muchas de estas mujeres terminan recompensando la ausencia de los padres y les dan a sus hijos todo y mucho más», afirmó Bell.
Y es que varios de los casos que Bell ha apoyado involucraban a adolescentes, quienes según la experta ejercen una violencia más dirigida a las amenazas y a la coerción: «Si no me das esto, voy a…»
De esa forma, muchas mujeres quedan atrapadas en un circulo de abuso que puede extenderse muchos años si no es atendido.
Hacer una denuncia contra un hijo es impensable para muchas madres porque, como mencionó Bell, eso puede significar no solo criminalizarlo sino «arriesgarte a que tu hijo o tu hija no te hable más nunca, a que lo pierdas».
«A veces, esa realidad es tan dolorosa que prefieres arriesgarte hasta el final y tratar de contener la situación».
Y muchas veces, reflexionó, la mujer tiene que enfrentarse a una sociedad y a un sistema que empieza apuntando hacia ella: ¿Es buena madre o es mala madre?
Las estadísticas
El abuso de hijos a padres no es tan ampliamente conocido como los casos en que la mujer y los hijos son víctimas de la pareja y el padre, respectivamente.
Sin embargo, de acuerdo con expertos, es más común de lo que se cree aunque las estadísticas no siempre lo reflejen, ya que no todos los casos se llegan a reportar.
En Inglaterra y Gales, por ejemplo, se estima que entre marzo de 2016 y marzo de 2017, 1.900.000 adultos (entre 16 y 59 años) experimentaron abuso doméstico.
El Ministerio del Interior de Reino Unido publicó en 2015 una guía informativa sobre la violencia y el abuso de adolescentes hacia sus padres, en el que se cita un estudio que contabilizó los casos de ese tipo ocurridos en Londres y reportados a la Policía Metropolitana entre abril de 2009 y marzo de 2010.
El estudio halló 1.892 incidentes de violencia, amenazas de violencia o daño criminal en la casa, perpetrada por personas entre los 13 y 19 años contra sus padres o cuidadores.
De esos casos:
- Los adolescentes reportados a la policía por violencia contra sus padres fueron mayoritariamente varones (87,3%)
- Las víctimas que denunciaron eran principalmente mujeres (77,5%)
- La mayoría de los casos involucraba una relación hijo-madre (66,7%), mientras que el vínculo hijo-padre suponía el 20,6%; hija-madre, el 10,8%; e hija-padre solo el 1,9%
En España, donde las autoridades hacen una distinción entre violencia de género y violencia doméstica, sus estadísticas especifican el parentesco.
De acuerdo con las cifras de Violencia Doméstica y Violencia de Género 2016 del Instituto Nacional de Estadística, al analizar la relación existente entre la víctima y el denunciado en los casos de violencia doméstica de ese año se encontró:
- En el 27,9% de los casos, la víctima fue la madre de la persona denunciada.
- En el 27,1% de los casos, las víctimas fueron los hijos.
- En el 11,2% de los casos, la víctima fue el padre.
- En el 9,8% fueron los hermanos.
En muchos países se percibe el esfuerzo de instituciones estatales, organizaciones no gubernamentales y académicas por crear conciencia sobre el hecho de que cualquier miembro de una familia se puede convertir en un agresor.
Y es indudable que, desde hace algunos años, la violencia ejercida por los adolescentes hacia las madres se ha posicionado en la agenda de discusión.
Pero más allá de cualquier tendencia, lo que queda claro es que el abusador, independientemente de su edad y género, siempre va a explotar la vulnerabilidad de su víctima, sea quien sea.
Incluída su propia madre.
* Todos los nombres que aparecen en esta nota son ficticios para proteger la privacidad de la entrevistada. Todas las fotografías son imágenes genéricas con fines ilustrativos y no corresponden a la entrevistada.
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