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Cómo es por dentro la toma feminista de una universidad en Chile. BBC Mundo estuvo en una

En medio de la ola de protestas feministas en Chile, decenas de universidades han sido tomadas por estudiantes. Estuvimos en una de las más emblemáticas: la Facultad de Derecho del Universidad de Chile.

(Mario Ruiz/EPA)

«Señor decano, procedemos a tomar la Universidad».

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Con esas palabras recuerda Isidora Parra, una de las voceras de la toma feminista de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, el momento en que ella y sus compañeras anunciaron a las autoridades de la entidad que este —el pasado 27 de abril— sería su último día de trabajo hasta nuevo aviso.

«Recojan sus cosas y no vengan mañana», les ordenaron.

Ya había pasado la «asamblea de emergencia» en la que cientos de estudiantes, entre euforia e improvisación, decidieron la toma.

Ya las feministas habían tomado otras universidades del país. Ya el machismo estaba instalado en la agenda política.

De la mano de las tomas, las protestas feministas en la calle se han proliferado en Chile durante el último mes.

Decano, profesores y funcionarios —entonces— procedieron a retirarse.

Los jóvenes cerraron las puertas, tomaron cientos de sillas y las colgaron de las rejas de la fachada del edifico, una monumental estructura curvilínea de 1938, estilo art decó, en pleno centro de Santiago.

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Los «cabros» armaron sus camas, pintaron sus murales y se declararon en huelga.

«Derecho en toma feminista«, anuncia desde entonces un aviso en la puerta.

Así es como, hace casi dos meses, se encuentran dos decenas de facultades de universidades en Chile (y algunas en Argentina, en el marco de la votación en el Congreso de la despenalización del aborto el miércoles).

Cada toma tiene pedidos particulares, conflictos concretos, reglamentos específicos. Pero todas buscan una educación no sexista que, como primera medida, castigue los abusos en contra de las mujeres.

Las sillas colgadas de las rejas son un símbolo de las tomas en Chile. Acá, en Derecho, no fue la excepción.

Horizontalidad y hermetismo

Acá, en la facultad de derecho de la universidad pública más importante del país, el mandato de ocupación se renueva cada jueves a través de una votación en internet de la que participan casi 2.000 estudiantes.

Uno de los rasgos más característicos de estos movimientos feministas es que todas las decisiones, tanto fútiles como transcendentales, son sometidas a votaciones y amplios debates.

En Derecho, una vez al día se hace una asamblea en la que deciden turnos de guardia, cocineros, roles de limpieza.

Esa es la «asamblea de toma». Pero también tienen una «asamblea de escuela», en la que todos los miembros discuten las decisiones más importantes, y una «asamblea de mujeres», la más pequeña y exclusiva, en la que se marca la línea del movimiento.

Aunque no hay clases, las actividades en las universidades tomadas son recurrentes, con cursos y capacitaciones con enfoque de género.

Además, tienen cuatro comisiones: limpieza, cocina, comunicaciones y seguridad.

El acceso de BBC Mundo fue aprobado por voto en un grupo de WhastApp. Nos dejaron tomar fotos de algunos espacios, pero no de todos ni de las caras de las personas que estaban ahí.

En general, en las tomas el acceso de los medios —e incluso de los hombres— ha sido limitado, en busca de garantizar seguridad y controlar el mensaje que se divulga.

Dentro de las tomas algunos venden ropa o objetos de limpieza. En algunas tomas el consumo de drogas o el sexo están prohibidos. En casi todas hay ley seca.

Una toma moderada

Cuando visité la toma, el pasado viernes, los hombres estaban a cargo. Las «wachas» tenían un encuentro feminista en el sur del país.

Isidora me llevó a salones que están convertidos en campamentos llenos de maletas, colchones inflables y sábanas gruesas; no hay calefacción que mantenga caliente durante la noche estos enormes espacios de techos altos.

También entramos a otros salones donde estudiantes practicaban cursos de danza o de capacitación. Acá, cada semana, los hombres se reúnen en un «círculo de construcción de la masculinidad» para hablar de sus privilegios y las formas de adaptarse al nuevo mundo.

En la plaza central, a unos 10 grados centígrados, varios grupos de rock le ponían melodía a un colorido atardecer. Entre una canción y otra se emitía una consigna feminista. Con alegría se saludó la llegada de unas sopaipillas, un pan frito que había preparado la comisión de cocina.

El ambiente dentro de la toma es amigable, tranquilo. Muchos duermen acá. Otros van y vienen.

También repartieron un vino afrutado que había sido hervido para sacarle el alcohol, porque en esta toma, como en otras, rige una ley seca.

«Si andái curao (borracho) se pierde la esencia de la toma«, me dijo el encargado de este «navegado» sin alcohol.

Pero esta, la de Derecho, es una toma moderada: en otras, rigen prohibiciones de marihuana —ley lúcida—, de relaciones sexuales —ley fría— y de hombres, en los movimientos que se denominan separatistas.

Pero prácticamente en todas se aplica una regla de oro: los cursos que se pierdan por las protestas se remplazan en el verano. Las vacaciones se sacrifican por la militancia.

La comisión de cocina de la toma hace sus deberes: bebida sin alcohol y sopaipilla de cena.

«Somos nietas de las brujas»

Isadora cree, en todo caso, que en esta lucha el extremismo es necesario, «porque el cambio de mentalidad no se logra pidiendo el favor».

La toma de entidades educativas, frecuente también en Argentina, fue común en Chile durante las protestas estudiantiles de 2011, las cuales dieron un vuelco a la política chilena que finalmente se tradujo en la aprobación de la gratuidad universitaria en enero.

Esta vez el movimiento feminista se jacta de haber logrado que el presidente, Sebastián Piñera, pidiera al Congreso hace dos semanas reformar la Constitución para que la igualdad de género sea garantizada por el Estado. El oficialismo también espera introducir leyes sobre violencia familiar y administración del patrimonio.

Pero gran parte del feminismo desconfía de Piñera, cuyas medidas son vistas como insuficientes. Las tomas y marchas, entonces, se han mantenido.

En la marcha del miércoles 6 de junio se vio mucha piel, algo que para los críticos del feminismo desvirtúa su causa.

«Los estudiantes están en un proceso de autoformación e indagación que no solo lucha en contra del machismo, sino contra de las formas tradicionales de entender la política», explica Luna Follegati, historiadora del feminismo y profesora de la Universidad Metropolitana.

«Cada grupo, según su mirada, establece su propia lógica interna de regulación, la cual responde a la manera como están deconstruyendo las relaciones y las formas de hacer política», añade.

«Esto (la toma) no tiene fecha de término», dice Parra. «Esperamos que se termine el patriarcado», añade entre risas. Pero luego aclara: «Estaremos acá hasta que se resuelva nuestro petitorio«.

La toma exige la destitución del profesor Carlos Carmona, expresidente del Tribunal Constitucional, acusado de abuso sexual a una alumna.

Desde el dormitorio de la toma, del cual nos pidieron no sacar fotos, se ven varios pañuelos del movimiento feminista que lucha por la despenalización del aborto en Argentina. Se ven como "hermanas".

También pide capacitación con perspectiva de género para estudiantes, académicos y funcionarios; que se revise el currículo académico; que se revalúen las becas para estudiantes padres; que se reconozca el nombre social de las personas transexuales.

El petitorio, escrito entre decenas de personas y sometido a voto en diferentes instancias, tiene requerimientos tan específicos como que se pongan mudadores en los baños para los estudiantes padres.

«Somos nietas de las brujas que no pudieron quemar en la Inquisición», me dice Parra. Es una idea que marcó la marcha feminista del 6 de junio en Santiago, donde se vieron crudas e irónicas expresiones artísticas de protesta llenas de sangre, piel y ojos vendados.

El tono de la marcha dio pie para que algunos tacharan a estas mujeres de «feminazis».

«En el siglo XV nos intentaron quemar porque no aceptábamos la condición de subordinación en la que estábamos«, afirma Parra, que tiene 20 años.

Y concluye: «Esa vez no lo lograron y esta vez tampoco lo van a lograr».

Las tomas van de la mano de expresiones artísticas como esta, que fue pintaba en plena plaza de la facultad de derecho.

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