El caso de Wendy Yoselin Ricardo Sevilla, de 16 años, ha causado gran indignación en los últimos días. Había desaparecido desde el 20 de marzo en Xonacatlán, Estado de México pero dos días después fue encontrada en un canal de aguas negras. El jueves 25 de marzo fue sepultada, acompañada de familiares y amigos que siguieron el cortejo fúnebre.
La imagen de sus amigas cargando el ataúd blanco con el cuerpo a casa de sus abuelos, y posteriormente al panteón de Santa María Tetitla dio la vuelta al mundo, despertando rabia e impotencia.
Las niñas no deberían estar cargando ataúdes y estos no deberían contener el cuerpo de otras niñas. Pero ésta se ha convertido en la realidad de México, un país en el que las mujeres y niñas vivimos con miedo todos los días.
A sus 16 años sus rostros expresan un gran dolor y rabia, mientras sus cuerpos soportan el peso de aquella caja con su amiga, cuya luz fue apagada por aquellos que sólo nos ven como un pedazo de carne.
El 20 de marzo Wendy salió de casa y no volvió.
Wendy salió de Xonacatlán en el paraje de Las Peñas, cerca del municipio de Otzolotepec. Según informaron, ese día había recibido una llamada antes de salir de casa pero no la volvieron a ver.
Fue reportada como desaparecida y días después su cuerpo fue encontrado en un canal de aguas negras a unos cuantos metros de la unidad deportiva de la zona. Las autoridades no dieron a conocer si presentaba signos de violencia o algo que diera indici0os de su causa de muerte. Elementos de seguridad llevaron los restos al Ministerio Público y se inició una carpeta de investigación bajo el protocolo de feminicidio. No hay responsables ni pistas de ningún tipo pero Wendy y sus amigas merecen justicia y vivir en un país donde ser niñas no sea una condena.
El Estado de México se ha convertido en la entidad más peligrosa para las mujeres.
«Ni perdón ni olvido, que encuentren al asesino», gritaban los presentes en el cortejo fúnebre de Wendy, mientras sostenían pancartas con consignas de «ni una menos», «ni una más».
Parece mentira que hace unas semanas las mujeres exigimos justicia durante las manifestaciones del 8M, que pintamos los nombres de cada una de las desaparecidas en el «Muro de Paz» (nombrado así por las mismas autoridades que lo levantaron para retenernos afuera de Palacio Nacional). Hoy el nombre de Wendy se suma a esa lista.
Los feminicidios siguen a la alza.
Según el informeViolencia contra las Mujeres de la Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), hubo un alarmante aumento en los feminicidios al día, pasando de un promedio de 10 al día, a 18 en 2020.
Un total de 6,861 mujeres fueron brutalmente asesinadas solamente durante 2020 y las cifras de 2021 van a la alza.
No importa cuántas veces denunciemos, cuántas veces exijamos justicia, las autoridades siguen ciegas ante la violencia que vivimos.
Por si fuera poco, la sociedad ha normalizado tanto la cultura de la violación que incluso bromea sobre ello, lo que hace que pase desapercibida cuando sucede.
La indignación y la furia derivadas de la incredulidad de las autoridades en torno al movimiento feminista se convirtieron en el impulso más grande para nada nos detuviera, ni en las calles, ni en las redes sociales.
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