La universidad como institución se creó en 1600 en Chile, pero recién en 1866 entró Eloísa Díaz, la primera mujer estudiante de Medicina de la Universidad de Chile. Eloísa debía ir a acompañada de su mamá y estudiar detrás de un biombo. Fue pionera en graduarse de la Universidad de Chile y se convirtió en la primera médica de Latinoamérica. Once años después, se firmó el Decreto Amunátegui, que permitió a las chilenas acceder a los estudios superiores.
Pese a que en el proceso de admisión de este año, según cifras del portal Mifuturo.cl del Ministerio de Educación, las mujeres alcanzaron el 53% de la matrícula y en los últimos 10 años su participación ha aumentado en un 47%, todavía existen obstáculos para que se incorporen al mundo académico a la par con los hombres.
En mayo pasado, el Presidente Sebastián Piñera dio a conocer la agenda de género del gobierno con el compromiso de “avanzar para que hombres y mujeres tengamos los mismos derechos y oportunidades”, pero no se refirió a la consigna “por una educación no sexista”, instalada por la ola feminista, lo que le costó varias críticas.
Erradicar el machismo como dinámica social
Las diferencias de género no sólo se evidencian a nivel de pregrado, sino también en doctorados y magísteres. En los salarios de las profesoras y profesores, en el acceso a puestos de representación de la alta jerarquía de las universidades, en micromachismos dentro del aula y mansplaining –explicar algo a una mujer de forma condescendiente– por parte de colegas, e incluso de estudiantes hombres. Además del acoso y abuso sexual propinado incluso por parte de tutores, o guías de investigaciones en postgrado.
La analista internacional y candidata a doctora en Estudios Americanos, Constanza Jorquera, profesora en la Universidad Diego Portales y en la Universidad Miguel de Cervantes, se encuentra con el machismo a diario. “Algunos alumnos mayores, u otros profesores, me corrigen, aconsejan, tratan de explicarme cosas, o me dicen ‘es que tú no sabes porque eres jovencita’, o ‘no te embaraces, porque te vas a embarrar la carrera’”.
No sólo eso. Cuando la invitan a paneles y el moderador es hombre, le preguntan primero a los otros participantes y asumen que ellos saben más que ella. “Ha sido difícil hacerme un nombre como investigadora. En consejos de profesores, creen que soy ayudante y tengo que decir ‘hola, llevo hartos años haciendo clases aquí’”, cuenta.
Origen del problema y fin del sistema
Javiera Arce, cientista política y Secretaria Ejecutiva de Igualdad y Diversidad de la Universidad de Valparaíso, plantea que la raíz de las brechas de género viene desde el origen de las universidades, porque “estos espacios fueron creados de manera androcéntrica, con una estructura masculina y sin la participación de mujeres”.
Para la experta y también editora del libro El Estado y las Mujeres, falta mucho para lograr la paridad entre hombres y mujeres en la academia. “La situación es asimétrica. La brecha de género que genera acoso sexual es sólo la punta del iceberg de un sistema de desigualdades mucho más complejo que no se soluciona con protocolos”, dice. “Para mí también es insegura una universidad donde se me exige más que a un hombre y me pagan menos”, agrega.
Entre otras diferencias, Arce plantea la dificultad de las mujeres para optar a cargos de representación en las facultades: “Hay muy pocas que llegan a ser decanas o directoras de escuela. Nos ponen como secretarias académicas y eso divide todo en dos clases sociales: los que inciden políticamente dentro de las universidades y las que gestionan”.
Para Arce, se debe poner urgencia a un cambio en las relaciones de género a nivel institucional. “Se ha conversado en el Consejo de Rectores (de las universidades chilenas) y la Agrupación de Universidades Regionales. Necesitamos que el Estado financie una política de igualdad. Las declaraciones de buenas intenciones no solucionan nada”, demanda.
Lo que Chile necesita
Hace unos días se realizó la primera jornada de “Diálogos por una educación no sexista” en el Ex Congreso Nacional, en la que participaron las diputadas Camila Rojas (FA), Camila Vallejo (PC) y Cristina Girardi (PPD), académicas de diferentes universidades, la Red de Investigadoras (RedI), entre otras organizaciones.
Para Adriana Bastías, doctora en Ciencias, presidenta de la RedI y directora ejecutiva de Redes Chilenas, es necesario visibilizar las barreras que impiden el desarrollo de las académicas en todas las disciplinas. “Hay un constante cuestionamiento hacia tu quehacer, y en las entrevistas para doctorado todavía te preguntan: ‘¿Quieres tener hijos?’ o de frentón de dicen: ‘Si tienes hijos, mejor no entres porque no te la vas a poder’”, relata. “Nuestra carrera como investigadoras mujeres está llena de vallas, mientras que la de los hombres, no”.
Desde la RedI presentaron un proyecto de ley para sancionar el acoso sexual en contextos educativos, pues según Bastías existe total desprotección para las estudiantes de doctorados y magísteres. “La legislación chilena considera el acoso sexual asociado a un contrato de trabajo, pero no sólo las estudiantes de pregrado no tienen un contrato, las de posgrado tampoco son reconocidas como trabajadoras, no hay un paraguas legal que las ampare”.
Sobre el tiempo que tardará esta modificación estructural de los modelos educativos en Chile, la bioquímica no es muy optimista: “Llevamos dos mil años de patriarcado, no creo que ahora nos demoremos poco tiempo. Chile necesita una política de género transversal a todas las instituciones de educación superior. La urgencia la debe poner la presidencia”.
Evidencia: sí se puede
En el Colegio Latinoamericano de Integración, un establecimiento particular de Providencia, se enseña sobre temas de género, diversidad sexual, violencia en el pololeo, entre otras temáticas. Incluso sus alumnos, apoderados y profesores han participado como comunidad de las marchas feministas del último tiempo.
En su página de Facebook se puede apreciar este espíritu a través de una de las publicaciones más recientes, que muestra a un grupo de estudiantes de Quinto Básico posando, luego de una jornada de reflexión, junto a letreros que ellos mismos escribieron con frases como “¿qué significa para ti correr como niña?”, o “los colores no tienen género”.
El establecimiento, con más de 50 años, se caracteriza por ir a contrapelo de lo que se considera común, mostrándose como una alternativa. Así lo explica Rosario Olivares, profesora de Filosofía y directora. “Necesitábamos una perspectiva feminista, una nueva forma de entender la educación, por eso desarrollamos nuestro propio proyecto no sexista”, revela.
La profesora, quien también se desempeña como académica en la Universidad Alberto Hurtado, cuenta que el colegio ha debido transformarse y que, al abrir el debate entre la comunidad, el proceso ha sido natural y basado en el respeto.
“El Ministerio de Educación ha entregado orientaciones en esta temática, pero no son obligaciones, queda a voluntad de cada sostenedor o municipio, del director o directora, de los y las docentes y, como nadie supervisa, se convierte en letra muerta”, explica.
Desde la dirección, reconoce que, como colegio particular, su situación es excepcional y privilegiada. Aunque, al no contar con un ente regulador externo, sus prácticas son aún más valorables y demuestran que sólo se necesita voluntad para llevarlas a cabo. De este modo, Olivares coincide con el resto de las académicas citadas en este reportaje e insta a no perder la oportunidad de mejorar el futuro para la generaciones siguientes, pues “recibir una educación con enfoque de género es un derecho”.