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Opinión: La moda colombiana, una cantera de fascistas con buena pinta

Varios diseñadores que apoyan artesanos y lo sostenible votarán por Iván Duque.

No hay nada más certero en estos tiempos que lo genuino. Que lo coherente. Y sobre todo en la moda, que ahora se ha apropiado de tantos discursos que se han visibilizado por Internet, como la migración, lo LGBTI, lo sostenible, lo artesanal, el feminismo. Ahora la gente no es tonta: se da cuenta cuando una marca les miente y en la cara. Y por eso quienes enarbolan estas causas deberían, en teoría, estar comprometidos de raíz, socialmente, con lo que dicen apoyar. Hacer de su propuesta algo político, ya que lo personal es político.

Pero indudablemente, en Colombia, eso solo sirve para fingir que se está pensando en esto como una tendencia para vender camisetas y ropa sobrevalorada, mas no para apoyar, verdaderamente lo que dicen apoyar. Figuras como Silvia Tcherassi, Johanna Ortíz, CreoConsulting, Hernán Zajar, que trabajan con artesanos, cuyas vidas han sido destruidas por los paramilitares, cuyas comunidades están en riesgo por el fracking y cuyos integrantes vieron destruidas sus existencias por la violencia, van a votar por Iván Duque, apoyado por quien, durante su gobierno, ayudó a causar todo eso: Álvaro Uribe.

«Iván Duque no es Álvaro Uribe, dará trabajo, impulsará la economía, porque tiene mano dura», son los argumentos de estas personas y marcas para votar por alguien que sin duda es apoyado por quienes han sostenido el poder durante años, por quienes han apoyado la corrupción, la intolerancia hacia las minorías y que pretenden minar la democracia y la pluralidad. Que han apoyado desfalcos y sobre todo, masacres.

Qué importa el número de muertos del reportaje de The New York Times, qué importa que una madre en Soacha ( a la que nunca han ido ) llore por un hijo vestido de guerrillero. Qué importa que los mismos estén con los mismos para seguir robando y para seguir dejando tantas heridas en la impunidad, porque todo eso son simplemente daños colaterales, porque no nos toca desde nuestro brunch en nuestros lindos apartamentos europeos y neoyorquinos o chapinerunos, porque la 72 es el sur, porque Cartagena solo es linda en las murallas y porque sí, los artesanos tan divinos, pero allá ellos y allá nosotros. Y eso es la moda colombiana y siempre lo ha sido: un sistema excluyente que refleja en sí mismo un país fragmentado y excluyente. Donde unas élites son las que se alaban a sí mismas hasta el hastío sus vestidos de diseñador, sus musas de belleza convencional pero sin talento, sus mismos eventos glamurosos. Y donde lo que hacen no significa nada para nadie. Tan felices vistiendo sedas, mientras el país se cae a pedazos.

Porque, como la pusilánime yegua Mollie de «Animal Farm», qué importa quién gobierne, mientras puedan seguir mimándolos.

Muchos de ellos dirán que se han recorrido el país, que han aprendido de los artesanos, que conocen su trabajo, con ese paternalismo de white savior que solamente los tiene ahí, como salvadores patronales, sin meterse por un día en la piel del otro, solamente como unos Anthony Bourdain wannabes y distantes, hasta muertos de asco, que se meten y se toman el selfie y hacen documentales y aprenden el trabajo para cobrar ochocientas mil veces más por un bolso que ellos venden a precio de hambre (aunque les den el crédito), pero que no se han puesto un solo día en su lugar, ni han sufrido sus penas, su historia de violencia, de expoliación de recursos, de un estado inmisericorde que les roba y los abandona. Cómo, si al recorrer el mundo, como lo dicta su clase, no saben nada de él y así seguirán per sécula seculorum. Qué importa el tipo de Usiacurí que hace mi canasta,  mientras una Vanderbilt me la compre y la luzca en la Quinta Avenida.

Ellos no saben que este país pide a gritos un cambio. Que hay personas que lo hacen desde lo visual, desde puntos tan lejanos como Buenaventura y San Andrés, desde la misma esfera influencer, desde las mismas propuestas de moda que se limitan a aplaudir y de las que no comprenden nada. Pero tampoco saben que luego de estas elecciones, gane quien gane, esos discursos que tanto dicen apoyar ya nadie se los va a creer. Porque no entendieron el costo político. Uno que les servirá para seguir cosechando éxito y salir en las mismas revistas de siempre. Pero uno que éticamente es imposible de creer. Que produce simplemente repulsión.

**Aclaramos que las opiniones de la columnista no representan las de este portal**

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