María de Jesús Patricio Martínez tiene un sueño: ser la primera mujer presidenta de México.
Marichuy, como la llaman sus simpatizantes, tiene dos retos por superar: ser la primera mujer indígena registrada en una boleta electoral, y ser también la primera fémina en llegar a la Presidencia mexicana.
La semana pasada la mujer se registró como candidata independiente a las elecciones presidenciales en México 2018. Iba acompañada de otras mujeres indígenas que no dejaron de apoyarla y de gritarle: “¡Todas somos Marichuy!”.
Además de que iba rodeada de decenas de estudiantes, músicos, maestros e integrantes del Concejo Indígena de Gobierno y de diferentes organizaciones sociales que portaban cartulinas y mantas con las leyendas:
“Es el tiempo de la voz de los pueblos” y “Justicia para Ayotzinapa”, este último en referencia al caso de los estudiantes normalistas desaparecidos y cuyo paradero hasta el momento no ha sido confirmado ni aceptado por sus familiares.
El caso de Marichuy rompe los paradigmas y enfrenta los prejuicios de que una indígena, curandera nahua, originaria de Tuxpan, Jalisco (en el Pacífico mexicano), se hiciera realidad.
“Vamos a caminar al estilo de los pueblos indígenas, con el apoyo de nuestros pueblos”, declaró la ahora candidata después de haber registrado su nombre en el Instituto Nacional Electoral, al sur de la Ciudad de México, la capital del país.
Marichuy tiene el rostro amable, el pelo negro y la fidelidad a sus raíces. Vistiendo siempre vestimentas típicas de su región, el cabello sujeto con cintas de colores y sin ninguna gota de maquillaje en el rostro, la aspirante a la presidencia de México tiene un historial político que la respalda.
Es también vocera del Concejo Nacional Indígena y también la esperanza de muchas mujeres que como ella, con un origen humilde y admirable, representa un sueño por superar.