Duermes, despiertas, observas, ¡ya es tarde! Corres, caminas, te detienes. ¿Qué sigue? ¿un café? Una taza, agua caliente, un colador, café molido y canela, mezclarlo todo lentamente, percibir con cada sentido cómo lo vacías en la taza. El tiempo se detiene porque te gusta, porque lo disfrutas. No tienes idea de lo que va a llegar después y no importa porque estás ahí siendo feliz, con plena conciencia del placer.
En otro escenario te agitas, te bloqueas, hay un principio y un fin.
Entre un ritual y un hábito se encuentra la fugacidad del tiempo. En el primero no pierdes de vista el detalle, vas paso a paso y hay un estímulo real y emocional, hay un recuerdo que te mueve, hay una sonrisa en tu rostro y una sensación de paz. El hábito es fugaz y convenenciero, está lleno de expectativas y prisa.
Las mentes más brillantes han sabido combinar perfectamente los dos elementos, porque no debería existir uno sin el otro, porque es la sinergia que provocan lo que te ayuda a sentirte mejor y más vivo.
Levantarme a las seis de la mañana todos los días (incluso ya sin despertador) no sería tan hermoso como si al levantarme no me diera por llegar al lavamanos a mojarme la cara con agua muy fría y sentir como cada poro de mi rostro se cierra y se abre.
En general, las mañanas no serían tan hermosas ni motivadoras si no fuera por los primeros 15 minutos de silencio y todos los pensamientos que recorro pausadamente, para elegir los que más me ayuden a salir de mi casa.
Ir al gimnasio no es un problema, pero no sería tan divertido si no fuera por el camino alternativo que encontré para llegar, en el que me voy deteniendo en cada uno de los árboles para recoger una flor y al llegar se las regalara a la chica del mostrador que siempre trae los audífonos puestos y ni sabe quién soy.
Beberme una cerveza no sería tan delicioso si no lo hiciera desde la botella, después de haber limpiado la boquilla con una servilleta, misma que utilizo como portavaso para no mojar la mesa.
Los rituales son la parte más divertida del día, y sin querer me he dado cuenta que tengo varios. Seguramente tú también.
Deja que los hábitos sigan y aparezcan. Pero preocúpate cuando ninguno estimule lo suficiente tus sentidos para querer volverlo a hacer, más que por costumbre, por convicción y placer.