Pienso que dentro de toda mujer hay una magia disfrazada de melancolía y un deseo que nos impulsa a buscar lo que hace mucho nos quitaron: la voz la ilusión y el valor.
Cada una de nosotras, sin importar la edad, estamos indagando constantemente por aquella razón que mantenga nuestra luz encendida. Hemos librado nuestra existencia luchando contra todo lo que ha querido opacar nuestro brillo. Y mientras más defendemos lo que amamos; a nuestros hijos, hombres, familias y mujeres, más víctimas parecemos.
No hay mujer que no sea movida por una causa en el mundo. Compartimos una naturaleza que no nos deja –ni dejará—parar hasta volver a poner a este mundo en su lugar; hasta que la Luna, las estrellas y los planetas vuelvan a su estado armonioso desde donde podamos observar al Universo en perfecta sincronía con nuestro pensamiento.
Por eso admiro a las mujeres valientes que todavía se atreven a sentirse indispensables; que observan al mundo desde los ojos del corazón y que pueden sentir sin miedo lo más absurdo y lo más intenso.
Amo a las mujeres que nos hemos unido en la misión de transformar y sanar las ideas, los pensamientos y los prejuicios. Las que salimos a trabajar, a buscar lo indispensable para construir nuestros hogares y regalar amor. Sin darnos cuenta estamos salvándonos y salvando al mundo.
Todos los días quisiera levantarme con la convicción de ser una mujer cada vez mejor y fuente de inspiración para aquellas que ya dejaron de creer y se sumieron en la desgracia de una vida condicionada a cumplir órdenes y voluntades crueles.
Estoy segura que llegará un día en el que ya no sintamos la desesperación de suplicar la justicia, en el que no habrá necesidad de una igualdad y que la libertad será, por mucho, la fuerza de nuestra verdad.
Es momento de dejar de intentar convencer a todos de nuestro valor y comenzar a demostrar que somos capaces de crear conexiones únicas entre la naturaleza y la humanidad.
Ya no somos solamente los seres dadores de vida, las musas o los premios. Es momento de bajar la guardia y dejar de ser guerreras para mejor ser cómplices.
No se trata de “aguantar” ni “resistir”, no se trata de defender ni proteger. Se trata de entender nuestra naturaleza de amar sobre todas las cosas, aun lo que no hemos llegado a entender, a pesar de las heridas.
Pienso que dentro de cada mujer hay una voz cansada rogándonos parar, pidiéndonos renunciar a la confrontación y utilizar nuestra magia para tocar nuestros propios corazones, expandir los horizontes de la mente y empezar a crear.
A ti mujer, es momento de tomar un descanso, despejar la mente y abrir más tu corazón. Recupera tu luz y vuelve al camino. Esta vez con más deseos de escuchar. Sal de la oscuridad y déjate abrazar por las que, como tú, queremos algo diferente y nuevo sin importar lo que el cambio traiga consigo.
Al final, es nuestra resiliencia lo que nos encenderá de nuevo.