Desde que nacemos, todo tiene que ver con las decisiones. Cuando somos pequeños, el poder de decisión está coartado por lo que nuestros padres consideran que es mejor para nosotros.
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A pesar de que es importante que nuestros padres nos cuiden cuando no podemos hacerlo por nuestros propios medios, hay un momento en la vida en que sabemos que ya es hora de decidir lo que queremos.
Cuando crecemos, tenemos conciencia de nuestras preferencias, de lo que nos gusta y lo que no, y de qué queremos lograr en la vida a corto y largo plazo.
Salvo por algunas excepciones en que los padres consideran que, aunque los hijos hayan crecido, ellos deben decidir por ellos, los seres humanos somos libres de elegir.
Se cree que para evitar problemas y conflictos en la vida lo más útil es aprender a tomar las decisiones correctas. Esto es muy cierto; si sabemos lo que es mejor para nosotros, deberíamos tomar las mejores opciones disponibles.
Sin embargo, resulta que aquellas personas que han tenido problemas y los han superado, suelen tener un mayor poder de decisión que aquellos que siempre escogen el camino fácil.
El sitio Psychology Today plantea en un artículo que las personas generalmente evitan tomar decisiones difíciles. Esta teoría se basa en un estudio publicado en el Journal of Experimental Psychology hecho por Jennifer Savary, Tali Kleiman, Ran Hassin, and Ravi Dhar.
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Se explica que las personas que tienen metas conflictivas o que tienen que luchar por lograrlas, tienden a pensar mejor en las opciones y las usan para lograr derribar los obstáculos.
También se plantea que, por lo general, las personas tratan de aplazar o postergar la toma de decisiones complicadas, pero que si lo hicieran de inmediato, lo más probable es que serían capaces de decidir mejor en otros aspectos a futuro.