La posmodernidad o los tiempos violentos que corren desde el año dos mil se han convertido en el almanaque perfecto de las relaciones a distancia.
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Como si el amor no fuera ya complicado, hemos decidido conservarlo a pesar de los pocos o muchos kilómetros. Y ahí comienza una cosa tremenda, una oleada de sentimientos que se van al estómago y se empeora la gastritis, se adelgaza, se engorda, pero todo se va ahí.
Relación a distancia: dícese de aquella época en la que el corazón se nos fue al estómago.
¿En quiénes nos hemos convertido para aceptar que el amor se convierte en un asunto quincenal, mensual o semestral? Nos hemos convertido en mujeres incapaces de entender que las distancias son reales, que diez mil kilómetros, por más que estén a doce horas de vuelo, son diez mil kilómetros.
Antes era más fácil entenderlo, eran meses de viaje en barco y bueno, la gente maduraba en esos meses, y también cambiaba. Sin embargo, pensar que sólo estamos a horas de distancia y a unas cuantas quincenas de ahorro, nos hace creer que estamos “cerca” y si a eso le sumamos las redes sociales, los mails, el teléfono, las videollamadas y muchos emojis, la relación se vuelve cercanísima.
Pero el dolor en el estómago sigue ahí y los domingos sin él, también.
Después de cinco años de relación, incluyendo dos de bienvenidas y despedidas, puedo decir que el primer año es el más difícil; como en todo: una ciudad te pone a prueba un año, en tu trabajo nunca estás del todo segura hasta cumplir un año, después de rentar por un año un departamento, un día finalmente lo habitas, y así sucesivamente.
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El primer año es la prueba de fuego, no hay más. No voy a decir que la vida sea perfecta después de ese tiempo. Puedo decir que finalmente habitas tu propio cuerpo, pero nunca te “acostumbras” a la ausencia del suyo; aunque el corazón vuelve a regresar un poco al lado izquierdo del pecho y el estómago descansa (tantito).
La pregunta es, ¿qué hacer con tanta soledad? Y esta soledad es muy diferente a aquella que se experimenta cuando una relación se acaba, porque aquí tienes la certeza de que del otro lado del celular hay alguien que se reirá del señor que viste en ese restaurante y que no cabía en la silla.
También sabes que al final del día alguien te escuchará llorando sobre cómo tu jefe te hizo la vida imposible. Pero nunca entenderá qué es tener que desperdiciar la comida porque antes él se comía lo que nunca te acababas. Piensa: tú tampoco entenderás que él se queda con hambre porque ya no tiene ese pedacito que siempre le dejabas.
Y hoy, mientras sientes que esas dos, ocho o trece horas de distancia son enormes, todo este tiempo a solas contigo misma te ayudará a entender tu relación como un tú + yo que están separados pero siguen sumando un nosotros.
También entenderás por qué esa persona cambió tu concepto de lejanía. Aunque claro está que los emojis nunca serán suficientes para decirle te extraño, y que el chat de Gmail nunca entenderá que tu corazón se pone rojo por él, no rosa.