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Copas y coronas

Sobre reyes, campeones y hombres de buena voluntad muy apasionados.

Fui a comprar un marco de fotos y encontré uno muy adecuado en una de esas cadenas de tiendas que venden mil cosas lindas e innecesarias a precios muy razonables (razonables para mí, no para el menor de edad que las ensambla en Bangladesh), y le digo al chico de la caja si puede ponerme uno de los cientos de papeles para envolver que tiene ahí, para que no se vaya a quebrar el cristal, y me dice: “los papeles son sólo para las velas”. Hice un breve intento de convencerlo, pero me di cuenta de que sería imposible.

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Él tenía su respuesta aprendida y bueno… ya se sabe que eso de que “el cliente siempre tiene la razón”, es un fenómeno comparable a escribir con pluma.

El chico además de estar uniformado por fuera y por dentro tiene la encomiable labor de proteger los intereses de otro. De alguien que está leeeeeeejos de él. Deseándole un buen día y esperando que lo nombren “empleado del mes” me tuve que  ir con el marco bien agarradito para que no se me fuera a romper.

A mí en cambio me costó horrores encajar en el colegio, estuve siempre bajo amenaza de expulsión y no he podido pertenecer nunca a partidos políticos, clubes deportivos o asociaciones de ningún tipo. Las organizaciones benéficas me parecen bien, algunas son bastante respetables, y  también creo en protestar, pero hasta ahí llega mi fe.

Siempre que pienso en formar parte de algo con sigla, en abanderarme, me invade la idea de que estoy haciendo el tonto.

Creo que con trabajar ya hay bastante como para encima ir voluntariamente a sumar para que “otro” consiga su objetivo a costa mía, no sé,  no me convence la colaboración vertical.

Es probable que parte de la culpa en mi “falta de compromiso” sea de Ignatius Reilly, el protagonista de La conjura de los necios, una novela que leí siendo demasiado joven.

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En un momento de la historia a Ignatius lo mandan a archivar, lo contratan para eso, para ordenar cientos de documentos y él los hace desaparecer todos en tiempo récord, pero no archivándolos, sino tirándolos a la basura. Y todo el mundo lo felicita por hacer tan bien su trabajo.

Me pareció que era exactamente lo que había que hacer… Y aún hoy me lo parece.

Aquí, en España, y a propósito de gente que hace bien su trabajo, ahora se habla mucho del nuevo rey. Acabo de escuchar a un hombre mayor (un jubilado) que mientras se tomaba una cerveza en el bar que hay al lado de mi casa se definía a viva voz como “monárquico”. Ahí sentado, en ese lugar al que no ha entrado ni entrará jamás ningún rey. Es por lo menos, raro, no me digas que no.

Eso de ponerse la camiseta que por estos días estará tan tan tan de moda, me deja un poco perpleja porque francamente no consigo entender la relación que puedo tener yo, o mi vecino por ejemplo, ni con un rey ni con unos “señores”, a los que más allá del color, les pagarán millones de dólares (medio libres de impuestos, además) por ganarle a otros, a los que también les pagan sumas estratosféricas.

Es una pasión dicen, vale, pues es una industria de pasión que no levanta mi libido y creo que debería ir su madre (y los herederos) a saltar y gritar hasta la afonía bajo la lluvia o el sol tropical por sus campeones: ¡Viva Messi y Felipe VI!, para que ganen y sigan ahí por muchos años más ganando en un día lo que el resto de los hombres de buena voluntad no ganará nunca. Oe oe oe oeeeeee…

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