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Mal de Diógenes sentimental

Sincerarse y cerrar capítulos es importante para no terminar intoxicada con el gas emanado por la basura de lo que ya no es, ya no fue.

Terminaste otra vez.

En realidad no terminaste, todo se fue al carajo, no volvieron a hablar.Y ahí quedó , todo en el aire otra vez, todo ese montón de dudas, de qué viene ahora, y si nos encontramos por ahí y si no. Nada quedó claro.

Porque así fue las otras veces también con otras personas: o no volvieron hablar hasta que se volvieron a encontrar por casualidad y todo fue como rarito. O el carrete y el alcohol no permitieron que todo fuese absolutamente claro, todo se vio un poco extraño, nadie estaba en sus 5 sentidos como para afirmar a ciencia cierta que era lo que estaba pasando con el otro. Había que mantener la buena onda, obvio, no era el momento para hacer un escándalo o “hablar de eso”

Te quedaste con la sensación de que alguien te debía una explicación, tú misma sientes que deberías haberlas dado, que habría sido bueno conversar. Y piensas que en realidad a todo el mundo le debe pasar un poco y en eso estás en lo correcto: para todos siempre es difícil relacionarnos con un otro, ahora más todavía en la era de las “comunicaciones” donde además tenemos que interpretar chats, emoticones y leídos. Pero lo que arrastras es lo que viene exactamente después: no sueltas nunca.Y te vas quedando —como esos casos del mal de Diógenes que muestran en las noticias de vez en cuando— atrapada en un montón de (historias) basura. Y te transformas en alguien que va acumulando sin terminar al menos en ti, las historias anteriores.

¿En qué momento botas toda esa carga? Porque se supone que eres adulta. Se supone que ya no tienes esas relaciones de cuando eras adolescente y había un inicio y un término, con llorada, devolviendo cosas y con permiso para sentirte triste abiertamente. Pero ahora ya no, porque tú no querías una relación seria, tú no quieres nada formal, tú quieres vivir la vida. Pero al final del día, igualmente te enganchaste con ese que te acostabas de cuando en vez  los últimos 3 años de tu vida. Porque igualmente te encariñaste de ese loco que ¡oh! ¡Sorpresa! salían hace como 6 meses, pero nada, si eran amigos con ventaja no más.

Pero como no hubo ni principio ni final, como las amigas te decían que pa’ qué te ibas a sentir triste por una relación que ni lo era, por un loco que no valía tanto la pena, decidiste pasar por encima de eso que realmente sentías, lo minimizaste. Y quedó ahí, como un percudido de la ropa que se lava, pero algo queda medio manchado. Te quedaste con una bolsita de basura que se acumuló con otras y cuando te diste cuenta, te era tan difícil seguir caminando y avanzando con un montón de bolsitas sentimentales similares. Te estaba tapando la visión y ni si quiera podías ver con claridad si aparecía por ahí alguien que valía la pena, enceguecida por estas basuras emocionales acumuladas en la puerta.

Como parafraseando a uno de esos reggetoneros que no sé su nombre: lo que pasó, pasó. Sincerarse y cerrar capítulos es importante para no terminar intoxicada con el gas emanado por la basura de lo que ya no es, ya no fue. De repente cuando hagas aseo general, cuando elimines de tu vida —¡Hey! ¡No sólo de tu facebook, twitter y whatsapp, si sabemos que lo espías igual!— a lo que ya se pudre, te encuentres con lo que quieres y la vida te florezca. Antes, es sólo una pérdida de tiempo.

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