Recuerdo perfectamente aquel día, quizás para algunas personas puede ser una experiencia vergonzosa, pero para mi definitivamente no lo fue. Llevaba pensando hace un buen tiempo la posibilidad de ir a un sex shop, pero la idea de solo pronunciar la palabra “vibrador” frente a mis amigas me provocó sobrecogimiento, no porque me fueran a criticar, sino porque temía la primera crucial reacción que pudiera recibir.
Me encontraba soltera y mi vida por fin tomaba un rumbo tranquilo luego de mi quiebre de corazón. Mi rutina se basaba en el trabajo, mi casa, cuidar a mis sobrinos y salir con mis amigas a pasear y tomar ricos cócteles. Aún recuerdo el día en el que al levantarme muy temprano un domingo lluvioso tuve ganas de verlo a él, de sentir nuevamente su cuerpo, pero como también sabía que eso no ocurriría, pensé en adquirir un juguete que satisfaciera mis ganas sexuales que comenzaban a volver a mi vida.
Debo reconocer que me costó la idea, que crecí bajo el alero de que juguetes sexuales como este no eran bien vistos para una “señorita bien”, pero ¡al diablo con los convencionalismos! No me iba a privar de disfrutar mi vida sexual sólo porque no tenía pareja y para que hablar de matrimonio, el cual sigue viéndose muy lejos de mis planes.
Lo pensé por un par de semanas, hasta que me decidí a comprar un vibrador que fuera perfecto para mi, entonces decidí investigar en Internet para tener todas las opciones posibles. Encontré que existen de todos los colores y con muchas texturas posibles, además de que hay algunos a pilas y otros manuales. Por otro lado se encuentran aquellos dedicados a la estimulación anal, del clítoris y del punto G,
En ese mismo momento supe que existían miles de productos destinados a dar más placer a mi vida sexual que yo no conocía y no exagero al decir que mis ojos se abrieron excesivamente y me entretuvo la idea de todo lo que podía conocer en la red. Pensé en lo que me estaba perdiendo al tratar de llevar una vida sexual “convencional” y supe que definitivamente ya no quería perder ni un segundo más esperando a un príncipe azul que puede que nunca aparezca, y decidí salir a encontrar esta tienda del placer.
Iba decidida, lo admito, pero cuando la vi frente a mi, dudé. Tuve temor de entrar y quedarme paralizada, no saber qué decir o imaginarme que algún conocido me vería y se mofaría. Pero ya no estaba en edad de dudar de mis gustos, me conocía perfectamente y no estaba dispuesta a darle a los demás el gusto de ser una persona que yo no quería ser. Entré y todo resultó bien, compré lo que quería y me sentí satisfecha con mi compra. Me sentí cómoda y nadie me miró como si fuera una degenerada en potencia, lo que se sintió muy bien.
Al salir de la tienda me sentí mejor, como liberada, puede sonar ridículo, pero no solo estaba comprando un juguete sexual, sino que estaba decidiendo quién quería ser y tomando así mismo las riendas de la vida que quería construir.
Me fui a mi casa esperanzada con mi nuevo mejor amigo, pero esa es una historia para otra columna…