Existen diversos motivos por los que debiéramos negarnos a disfrutar del día de los enamorados o en estricto rigor, del día de San Valentín.
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1-. El despiadado consumo, guiado por un sobre explotado mercado de flores y bombones que intentan representar sentimientos que no necesariamente se hacen presentes el resto del año.
2-. Encontrarse soltero y creer que el amor es sólo reflejo de encontrarse “emparejado”.
3-. No creer en el amor… ¿hay algo que agregar en este caso?
4-. Ser ateo o no creer en el cristianismo y pese a que puedan existir otras razones, es en este punto donde quiero reparar.
Cuando iba en el colegio, una de mis profesoras más arraigadas a la ferviente enseñanza católica que recibíamos en ese entonces, nos contó “la verdadera historia del día de los enamorados”, el que al igual que Navidad, fue consignado por la iglesia en el calendario romano, el que al igual que navidad, reemplazó su humilde significado por una fiebre de consumo y regalos.
La leyenda cuenta que en el siglo III el emperador Claudio II prohibió el casamiento entre jóvenes, debido a que estimaba que los solteros sin familia le servían mejor como soldados. Ante este panorama y desafiando los dictámenes del gobernador, un sacerdote continuó casando en secreto a los enamorados.
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Cuando el emperador se enteró, Valentín fue llamado a palacio y posteriormente encarcelado. Fue ahí, cuando el encargado de encarcelarlo quiso poner a prueba al cura y lo retó a devolverle la vista a su hija llamada Julia. De acuerdo a la creencia cristiana, Valentín aceptó y en nombre de su Dios le devolvió la vista.
El padre de Julia y su familia, se convirtieron al cristianismo, pero Valentín siguió encarcelado y el emperador Claudio ordenó que lo ejecutaran el 14 de febrero del año 270.
Julia, en eterno agradecimiento, plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba, convirtiendo a aquella flor en un símbolo del amor.
Entre el año 496 y el 498, el Papa Gelasio estableció el 14 de febrero como el día de San Valentín, el santo del amor.
La idea de intercambiar regalos y cartas de amor nació en Gran Bretaña y en Francia durante la Edad Media, costumbre que adoptaron los gringos a principios del siglo VXIII y que para 1840, el envío de las primeras tarjetas postales masivas fue todo un revuelo en Estados Unidos, gracias al súper-ingenioso invento de Esther A. Howland que debió haber ganado muchos millones con su creación, sin siquiera haber sospechado la denigración actual del día del amor.
Pese a no compartir este tipo de fe, ni celebrar el día de los enamorados, me pareció legítimo aclarar el origen de una leyenda que no nace precisamente desde la sociedad de consumo, sino que bajo el humilde sentimiento de un hombre que cree y arriesga su vida en nombre de los enamorados.
Después de todo, es usted quien decide si festejarlo o no. Al final de cuentas, con 14’s de febreros o no, indiscutiblemente todo lo que necesitamos es amor ¿O no, John?