Me ha tomado mucho entender que todo, todo lo que hago sirve para algo al final; que no existe tal cosa como tiempo perdido (con claras excepciones, como ir a ver a ver Transformers 3 y ese tipo de cosas).
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No hay trabajo en el que no aprendas algunas cosas, si no del trabajo en sí, al menos de tus compañeros o jefes; la enseñanza incluso puede ser cómo no quieres llegar a ser en la vida. No hay clases de danza que no te hayan servido, incluso si fue solo para darte cuenta que tienes dos pies izquierdos y que es mejor intentar la pintura. O la cocina. O alejarte de la cocina y ponerte ropa deportiva e irte a escalar.
Una relación que termina no es tiempo perdido. Están los momentos maravillosos, están las cosas que vivieron juntos y están las cosas que ya aprendiste que no quisieras volver a vivir. El único tiempo “perdido” es el que pasamos pensando que pudimos haber hecho las cosas diferente porque, como sabiamente dicen, el hubiera no existe.
Entonces, pararte firmemente en donde sea que te encuentres en este momento de la vida, mirar para atrás y saber que todo lo vivido te ha llevado a donde estás y que lo que viene depende de ti, es una gran satisfacción. Y no algo para encogerse de hombros, sobre todo cuando entiendes que no hay tiempo perdido, solo tiempo invertido.
