Hace unas semanas me encontraba en una conversación con algunas personas de mayor edad que yo. Dentro de los temas que se tocaron en esas habituales conversaciones de sobremesa, cuando uno se queda tomando café y arreglando los problemas del mundo, se encontraba el de la masculinidad. Esto, a partir de los problemas que tenía con su novio la hija de una de las señoras presentes. En la mitad de la discusión, una de las señoritas que se encontraba allí –una mujer joven para el promedio de edad de la mesa debo remarcar, cercana a los veinticinco años- realizó un comentario que me pareció curioso, pero que fue rápidamente secundado por algunas de las veteranas presentes.
Tomando como referente la serie de televisión “Mad men”, ella lanza la siguiente frase: “esos eran hombres de verdad”. Ambientada en los años ‘60, “Mad men “refleja los últimos años de una sociedad donde un sujeto para ser considerado un “hombre” debía ser viril, fuerte y dominante. Por su parte la mujer en contrapartida debía ser lo opuesto para considerarse una buena mujer.
Ahora bien, ¿eso quiere decir que los de ahora son hombres de mentira? ¿De dónde se construye y sostiene esa afirmación?
A decir verdad ha pasado casi una semana de aquella conversación, y semejante frase me quedó dando vueltas. Esto, ya que a lo que ella apuntaba es a una relación que culturalmente está cambiando, y que nos refleja una serie de elementos sobre el estado actual de las cosas.
El tema es que históricamente el nivel de “hombría” de un tipo ha estado sujeto a un elemento que nada tiene que ver, en esencia, con el ser hombre. Tendemos a pensar que es la virilidad, casi como una esencia invisible e impalpable, algo propio del hombre, cuando lo que nos muestran los cambios culturales es que no es así en lo absoluto.
Indudablemente el hombre está cambiando, y también las formas en que se debe y puede serlo. Esto ha sido casi una necesidad, en tanto que hombre y mujer son elementos que se definen mutuamente, que están relacionados. A partir de los años ’60, pero incubándose desde mucho antes, los referentes que definían esa masculinidad de antaño han ido poco a poco cediendo. Actualmente, un hombre difícilmente pueda definirse por su masculinidad, es más, actualmente se le exige también que ceda en eso. A diferencia de lo que ocurre en “Mad men”, lo masculino pasa efectivamente a ser una pregunta, y no una certeza.
Nos encontramos de manera evidente en un momento donde la identidad masculina pasa a ser un devenir, un camino a recorrer y que puede llevar a distintos lugares.
La misma chica que hizo el comentario sobre “Mad men”, aquella que añoraba a los hombres de antaño, me comentó hace pocos días que la relación con su novio se había acabado. Le dolía, según me contaba, que cuando terminaron él no derramó ninguna lágrima, no hubo ningún gesto ni emoción alguna aparente. “Fue como un robot”, me dijo. Me pareció curioso.
A lo que quiero apuntar con todo esto es a lo peligroso que puede llegar a ser cuando se cae en la reducción del hombre en un prototipo cuya vigencia ya cada vez es más escasa. Puede ser tremendamente desconcertante, ya que se construye una imagen del supuesto funcionamiento del otro –la pareja por ejemplo- basado en criterios que actualmente son cada vez más flexibles, y a los que además muchas veces las mujeres no quieren que caigamos.
Un amigo me comentaba el domingo pasado sobre esta dificultad. “No sé que quiere mi novia. Cuando soy más duro con ella, me dice que actúo como idiota, pero cuando trato de ser más empático o me sale el lado más sensible ella colapsa, y me pide que actúe como hombre”.
La pregunta por las nuevas identidades masculinas sigue abierta, construyéndose. Lo interesante es que no es una lucha cerrada dentro del “género masculino”, muy por el contrario, es una donde la mujer tiene mucho que decir.