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Mi primera semana laboral

¡Estoy feliz! pero estoy agotada...

Después de dos años de trabajar free lance y hacer la tesis, entrar a trabajar por primera vez es rudo. Estoy tremendamente feliz, pero agotada. Es que es fuerte levantarse a las siete y no a las diez, tener que ducharse cuando aún hace frío (aunque sea verano) tomar desayuno viendo las noticias y no La Jueza. Es raro no poder hacerme masajes en el pelo día por medio ni tomar sol mientras leo un libro. Es raro destinar 10 horas del día para trabajar, en vez de las 4 ó 5 que estaba acostumbrada. A pesar de que  no hacer prácticamente nada puede resultar muy tentador, les digo que no lo es. Al menos no por demasiado tiempo. Todo el mundo está ocupado, y puede resultar bastante deprimente no hablar con nadie en horas, y estar solo todo el rato. Además, llega un minuto en que ya no queda clóset, ni velador ni cómoda que ordenar; ordené el botiquín de mi casa, los apuntes de toda la historia universitaria, el escritorio del computador (el desktop y el mueble) y hasta el clóset de las escobas. ¿Cómo es que fue, entonces, mi primera semana laboral?

Día cero: intenté acostarme temprano, pero no me pude quedar dormida. Soñe puras tonteras y desperté sintiendo que había dormido diez minutos.

Día uno: Quizá un poco abrumador. Conocí a más de 30 personas en 10 minutos. Luego, un computador nuevo, diferente al que uso en casa; comas, puntos y arrobas se hacen diferentes; unos programas que en mi vida había usado y aún no aprendo a usar el servicio de mensajería electrónica instantánea interno. Se me quedó mi colación, y mi veloz metabolismo, casi tan apurón como yo, me reclamaba comida a cada instante. Almuerzo no había traído porque no cachaba el mote y entre tanta reunión de bienvenida, el tiempo se hizo escaso, así que rápidamente engullí un sandwich que compré en la esquina. Llegada la tarde, tenía una mezcla de emociones tan grande, que andaba idiota. No quería que nadie me hablara. Sólo quería comer, dormir y que me apapacharan. Pero obviamente todos andaban ansiosos y expectantes de que les contara cómo había sido mi primer día, y me daban ideas super buenas pero que yo no estaba en condiciones de pescar. Le contesté mal a todos y sufro por ello. No me pude acostar más temprano.

Día dos: harto mejor, sin novedad. Mis compañeros vencieron la timidez y son re buena onda. Me gusta el ambiente. Llevé almuerzo y colación. Tampoco me acosté más temprano, pero ya no estaba tan estresada.

Día tres: maravilloso. Anduvimos como reloj suizo, nos organizamos perfecto y las ideas y contenidos fluyeron. Ya no me sentía tan pajarito nuevo. Logré dormirme 20 minutos antes, y como ya cachaba cuánto demoraba en llegar, me levanté 10 minutos después.

El día cuatro, aparenta ser mejor. Pero apenas pasó media hora, el dolor en la cara fue insoportable: el bruxismo me ataca una vez más. Qué lata cuando uno se siente mal y eso te baja el ánimo. ¡Vamos que se puede!

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