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¡ATENTOS SPOILER!
Para algunos convertirse en madre es un milagro de la naturaleza. Un estado de gracia. Una prueba de la superioridad femenina. Un misterio humano. Para Pablo Illanes y algunos maestros del terror como Roman Polanski, ser madre es antes que nada una entrada hacia la dimensión desconocida.
Como madre de dos hijos, he entrado dos veces en esa dimensión desconocida. Y gracias a Baby Shower, la primera película de Illanes estrenada ayer en salas, una tercera. Es cierto, el embarazo es una experiencia personal que cada mujer vive distintamente. Algunas vomitan, se aíslan, tiemblan ante cada ecografía, lloran a escondidas. Otras siguen su rutina como si nada, pueden bailar en una disco a las 2 de la mañana, tener sexo, parir sin anestesia. Pero en esos nueve meses de espera, siempre hay un momento en que nos sorprendemos “a la deriva”, o al menos sumidas en un indescriptible estado de hipersensibilidad, que nos tiene caminando aturdidas por una calle asoleada como la inolvidable Mia Farrow en El Bebe de Rosemary , o recluidas en las afueras de la ciudad y sin querer ver a nadie, como la hipnótica Ingrid Insensee en Baby Shower.
No sé si Illanes es Polanski, pero el talentoso guionista de series como Donde está Elisa es lo suficientemente sensible, morboso y empático hacia el género femenino, para ponerse en la piel de Angela una mujer en sus 30 y algo ad portas de parir, quien sufre de depresión pre-parto. Angela no necesita decir que se siente mal para transmitir su mal estar. A través de su percepción epidérmica de la realidad, vemos cómo la celebración de su baby shower se convierte en la masacre de sus mejores amigas; amigas, que en su delirio paranoico, ella quisiera ver muertas por la sencilla razón de que una de ellas está teniendo un affair secreto con su marido. Junto a un río de sangre, en Baby Shower corren las grandes emociones, tabúes y dilemas femeninos de todos los tiempos. De partida está eso, la sangre (el splatter en jerga de terror).
La sangre es nuestro elemento natural y el cine B de terror no le hacen asco a ese fluido rojo que el cine A, mainstream, prefiere esconder o simplemente omitir. ¿Por qué en las películas de Hollywood nadie nunca menstrúa?, recuerdo que me preguntaba en mi adolescencia.
En la realidad, cada mes gritamos despacio, o al menos suspiramos, cuando vamos al baño y vemos una mancha de sangre en el calzón. La sangre siempre nos acompaña. Cumplimos 12, 13, 14 años y empezamos a menstruar. Perdemos la virginidad y nuevamente sangramos. Parimos y seguimos sangrando. No es de extrañar entonces que en el imaginario del horror, encontremos nuestra muerte o castigo en un baño de sangre, ya sea con nuestro clítoris arrancado de un mordisco, como le ocurre a la querible Francisca Merino; un lápiz bic enterrado en la nariz de una yonki Kiki Rojo, o sufriendo mutilaciones que dejan a una inocente Sofía García, convertida en un conejo sin su pata derecha.
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Aunque de las 4 amigas de Angela, sólo se salva una (la almodovoriana Claudia Burr), la masacre del fundo de Los Cipreses termina siendo más que un acto de misoginia, un homenaje a las mujeres y su mundo. Las mujeres de Illanes escapan el cliché moralista de algunas pelis de terror donde las víctimas suelen ser ideales de virginidad o perras que merecen ser castigadas. Son tan de verdad que llegan a incomodar. Todas se ganan nuestro cariño en su imperfección. Desde la conservadora Francisca Merino y sus aros de perla (susurrando “mis niños” recién violada) a la decadente y sola Kiki Rojo.
Ingrid Insensee por su parte, increíblemente parecida a la Isabelle Adjani de Posesión, encarna todos los traumas de ser madre, ese lado B del embarazo, del cual poco se habla y deriva en una mezcla de estado paranoico e irremediable lucidez. Angela se ve acechada por una serie de miedos con los cuales cualquier mujer que ha sido madre se puede identificar: miedo a la gente, miedo a las buenas intenciones de sus amigas, miedo a la infidelidad del marido, miedo a dejar de ser niña, miedo a tener sus hijos y perderlos.
Su consuelo espiritual es su peor enemiga, Soledad, una gurú desquiciada (Patricia López), quien aunque jamás lo diga, desea secretamente ser madre y arrebatarle uno de los mellizos a Angela. Ser madre y no poder serlo, es otro de los temas de Baby Shower, una película más sufrida de de lo que aparenta y donde el hombre, finalmente aparece como un sicópata silencioso y de chaqueta de chiporro, castrador irracional del sano histrionismo femenino.