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¿Cuánto dura lo que quieres mucho?

Sigo pensando en lo duradero y lo fugaz, y en la incertidumbre del futuro. En lo mucho que nos aferramos al amor y a lo que no es posible porque lo único que hay es este momento.

Hoy me sorprendió un sonido de hojas secas, el pavimento mojado y unas cuantas gotas en la cabeza me hicieron pensar en correr, pero preferí calmarme y empezar a disfrutar.

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Últimamente me da por caminar, correr, pensar…últimamente me da por hacer cosas que repasan la nostalgia. Nunca he sido una mujer enfocada; mi vida está llena de cosas que me distraen, pero me gusta.

Suelo hacerme muchas preguntas, como la que repito ahora: ¿cuánto dura lo que quieres mucho? Es una pregunta complicada, y aún no he encontrado la respuesta. Pero seguramente lo descubriré el día que te pierda.

Hace algunos años, llegué a pensar que siempre sería feliz. Hasta que pasó la primera desgracia de mi vida. No importa la gravedad del asunto, la primera pérdida es el inicio de una desconsolada resignación al olvido.

La primera vez que te rompen el corazón, que muere un ser querido, que te rechazan un Currículum, o te contestan un ‘gracias’ después de un ‘te quiero’, estás condenado y ya no hay manera de regresar el tiempo para evitarte la pena.

Pienso cuánto tiempo durará esta vez. A estas alturas de la vida, uno está más vulnerable que en la juventud. Las experiencias me hacen parecer un poco vieja y poco a poco me quitan el derecho de sufrir, de sentir, de amar profundamente o de poseer.

Qué risa me da hablar de la edad; esa medida de tiempo en donde se encierra la vida, esa medida que determina la seriedad de  las cosas, la prisa, los momentos, las personas especiales, los huecos y la locura.

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Estoy a punto de llegar a la esquina en donde está ese cafecito que tanto me gusta. En donde el caramelo dibuja cada día una sonrisa diferente en el café. En donde me siento a esperar que pase la lluvia, el frío y el tiempo para regresar a casa y para regresar momentos.

Generalmente es la hora en la que extraño la compañía, pero más disfruto mi soledad. Les he ganado la batalla a mis demonios muchas  veces, y cuando vengo aquí, con mi libro, y me siento en la misma mesita junto a la ventana, pienso que cada vez gano más.

Me da la impresión de que la gente es más feliz en un clima lluvioso, en todas las demás estaciones parecen medio eufóricas; saltos, brincos, cantos. Creo que es momento de relajarse, de estar solos y meditar. Pensar en el tiempo, en el sugestivo acto de crecer y cerrar ciclos.

Y bien, estoy sentada con mi café, amando este dulce momento. Sigo pensando en lo duradero y lo fugaz, y en la incertidumbre del futuro. Aquí voy de nuevo, aislándome del mundo tras un cristal empañado, un par de hojas de papel y un puño de palabras queriendo salir desesperadas.

Me asomo a este encuentro con tantas ganas de volver a empezar, a compartir una historia…o muchas. Presiento que este nuevo momento trae consigo un sinfín de próximas veces. Esta es la primera de ellas.

¿Cuánto dura lo que quieres mucho?…tanto como una taza de café y la nostalgia.

 

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