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Lo que duele

Escribir de lo que duele, es volver a abrir las heridas y curarlas de nuevo.

Se supone que escribir debería hacer más fáciles las cosas. Debe ser como encontrar ese rincón en el que nadie te ve, y entonces puedes –con toda la calma del mundo— desnudarte.

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Porque escribir es como quitarte la ropa. Es como llegar a tu casa después de un largo día de trabajo y desvestirte; empiezas por los zapatos y terminas liberándote por completo de todo.

Algunos días es más difícil que otros. A veces pasa que, el día ha sido un desgraciado y llegas aventando todo; otras veces es más sutil y relajado; y otras, de plano, no te quitas ni la ropa.

Después de un tiempo, entiendes que escribir no es tan sencillo, incluso es más difícil que hablar. Reconoces el valor de dejar las cosas lo suficientemente claras en el papel, al que leerás una y otra vez.

Escribir no es aventar las palabras al aire y huir, cada pensamiento deja una huella tangible; sí en el corazón, sí en la memoria, pero además también en las hojas, en los murales, en los blogs y en las cartas.

De pronto asumo sencillo escribir sobre lo que duele, lo que molesta y lo que en mi silencio se desborda. De pronto parece fácil hacer de cuenta que nadie te ve y ser exageradamente libre.

Pero un día entiendes que el peor lector y juez no está allá afuera; no está en tus contactos de Facebook, ni en el que recibe tus cartas, no está en tu exnovio o en el amor de tu vida, el peor juez y lector es el que escribe.

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No puedes desprenderte de él. No puedes aventar las palabras y huir, debes sentarte hasta terminar cada oración, y sin embargo leer todo al final para asegurarte.

Supongo que por eso los blogs están llenos de listas optimistas, de amor, ilusión y cosas duraderas. Por eso las novelas tienen finales felices, quizá es la manera que tiene el escritor de resolver su propia tristeza.

Los libros y diarios son viajes de nostalgia, pero se resuelven; con un beso, un encuentro o la muerte. Siempre me han parecido valientes las manos que se atreven a parar cuando ya no pueden más y dejar las historias inconclusas, no para hacernos correr por la segunda parte, sino porque simplemente así fue como ocurrió.

Y así es como pasa la mayoría de las veces, hasta el final de nuestros días no encontramos lo que estábamos buscando, ni terminamos entendiendo nada. A veces todo se termina de una manera tan radical, que ni siquiera puedes imaginarte una alternativa.

Se supone que cuando llegas al papel, con la dulce y tenue luz de una vela; cuando sientes que el corazón está a punto de estallar, cuando por fin sueltas la taza de té caliente para voltear a verte en el espejo de tus propias letras, entonces todo se aclara y parece más normal.

Y cuando terminas de repasar todas las veces lo que acabas de hacer, en una especie de arrepentimiento vuelves a coser las heridas; vas, regresas, te levantas, lloras, ríes y te duermes en la nostalgia. Te curas.

Escribir de lo que duele no es más que una catarsis engañosa; te hace creer que ya no queda más por desnudar, que tu alma está quieta ahí, por fin, observándote con una sonrisilla macabra mientras te susurra al oído que no se ha acabado. Nada se ha acabado.

Gracias por ser, estar y compartir.

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