Estamos hartas de mujeres lloriqueando sobre corazones rotos. No hay nada que nos motive más que un «I’m in my penthouse half naked, I cooked this meal for you naked. So where the hell you at?»
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Seamos realistas, seamos capaces de enojarnos en lugar de llorar, de romper la vajilla, que no tenemos, si necesitamos hacerlo: los corazones rotos ya pasaron de moda.
En 2002 Beyoncé comenzó su carrera como solista, y nos consta que aún no conocía el poder de sus caderas. Hoy en día no sólo sigue locamente enamorada, también es más fuerte que nunca.
A decir verdad, Beyoncé me daba lo mismo hasta hace un par de años, cuando busqué certezas y encontré «Halo», esa sencilla canción que escuché una y otra vez hasta que entendí a qué se debía el poder que ejercía sobre mí.
Significaba mucho comprender cómo el amor derriba todas esas ideas que has construido, pero increíblemente te mantiene de pie. Y ahí me quedé unos cuantos meses escuchando una y otra vez esa canción que no se hizo realidad hasta que la escuché en vivo.
Había luces desenfocadas que no se debían a mi miopía, sino a los ojos nublados por las lágrimas: el pop tiene un efecto tan poderoso que nos recuerda lo frágiles que somos al compartir un mismo sentimiento con millones de seres humanos.
Aunque la relación que Beyoncé y yo manteníamos ya era sólida y conocida por todos los que me rodeaban, una vez más volvió a derrumbar todo lo que ya habíamos logrado obtener. El 13 de diciembre del año pasado apareció con un disco nuevo que lleva su nombre: fondo negro, letras rosas.
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En el momento en el que lo escuché, entendí que Beyoncé moría por experimentar, por olvidar un rato el pop, por perderle un poco el miedo a aquella que cantaba sobre mujeres dominando el mundo, o sobre anillos de compromiso.
Beyoncé necesitaba gritar “soy feminista, pero amo a mi esposo” y motivarnos a todas a dejarnos llevar por ese frenesí que significa ser mujer: una locura que disfrutamos cada día, y al menos, en el disco de Beyoncé, en cada canción.
Ser feminista para Beyoncé significa que la misma mujer de «Crazy in Love» se resignifique una y otra vez gracias a ese otro que la complementa, sin olvidar el poder que tiene ella con o sin él.
Escucho a Beyoncé cuando me bañó, cuando hago ejercicio, cuando estoy furiosa, cuando tengo el corazón en las manos, cuando tengo trabajo y pienso que tanto sus días como los míos tienen las mismas horas.
Hablemos de que un icono del pop vino a hablarnos del feminismo, del poder que tiene la mujer de ser la esposa amantísima y al mismo tiempo quien se sube a un escenario a decirnos que al carajo con los estándares de belleza, ¿para qué querer la delgadez de Kate Moss, si podemos tener las curvas de Beyoncé?
Tratemos de entender por un segundo todo eso que ella nos invita a ser cuando la escuchamos: nosotras mismas.
Bow down, bitches. Qué afortunadas somos en vivir en una época en la que ser mujeres es lo mejor que nos pudo haber pasado.