En la segunda mitad del siglo XX aún persistía la herencia de la tradición muralista en la pintura mexicana, legado de los grandes Rivera, Siqueiros y Orozco: un arte figurativo, de ideología izquierdista y arraigado en un contexto sumamente político.
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A finales de los años 50’s un grupo de pintores propondría un arte reaccionario y alejado de ese academicismo imperante e influenciados por las vanguardias europeas. Ellos conformaron un movimiento denominado “La generación de la ruptura” donde destacan más de una decena de artistas mexicanos y extranjeros radicados en México, como José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Roger von Gunten, Alberto Gironella, Vlady, Pedro Coronel, Manuel Felguérez y Fernando García Ponce.
Y en medio de ellos, una sola mujer: Lilia Carrillo (1930-1974). Esta última fue una pintora que desde muy pequeña, gracias a la amistad entre su madre y una importante promotora de arte, estuvo involucrada en los círculos artísticos e intelectuales de la época. A los 17 años ingresó a la Escuela de Pintura “La Esmeralda” donde fue alumna de Manuel Rodríguez Lozano. Al graduarse, el pintor Juan Soriano la animó para viajar a Europa para que conociera las vanguardias que se estaban gestando; una vez ahí Lilia sería influenciada por la filosofía existencialista y por los movimientos del cubismo, expresionismo abstracto y el informalismo.
Cuando regresó y se casó con el pintor Manuel Felguérez, su obra empezó a ser difundida a pesar de que no sería estrictamente el estilo que la identificaría, más bien siguiendo los patrones de la artesanía y el folclor mexicano para mantener estable su economía. Despúes de ese lapso, en los siguientes años hasta su muerte, su pintura estaría definida dentro de la corriente del informalismo abstracto.
Lilia Carrillo ponía objeción sobre un método riguroso para su arte, que si acaso existía aseguraba que variaba en cada pintura. Ella enfrentaba en lienzo en blanco sin dibujos ni trazos previos, ejecutando una poesía (abstracción lírica como sería definido por Juan García Ponce, defensor literario de la Generación de la Ruptura) obtenida a través del automatismo psíquico, una dinámica utilizada principalmente por los surrealistas para sacar provecho directo del subconsciente.
La ausencia del dibujo y de contornos que delimiten al color y la forma es lo que la llevaría a manifestar los temas recurrentes como la ansiedad, la introspección, onirismo y predicciones, y las palabras de poemas que no figuran sino a través de las siluetas.
A pesar de su intensa y corta carrera, su obra fue expuesta y reconocida desde que era joven: cuando residió en París, en casi una decena de galerías estadounidenses, en México en el Museo de Arte Moderno desde su inauguración y en varias galerías más; en Sudamérica en Colombia, Perú y Brasil; en España y Japón, tanto individuales como colectivas. Así como han seguido homenajes póstumos, pues Lilia Carrillo murió en su madurez al contraer una enfermedad que avanzó demasiado rápido.
Lilia Carrillo es sin duda una gran referencia femenina en el arte mexicano y en la controvertida Generación de la Ruptura. Una mujer que quizá no ha trascendido en la leyenda de las heroínas mexicanas de la Escuela de Pintura que todos conocemos, pero sí la que abanderó una visión vanguardista del arte del siglo XX, única entre muchachos que enfrentaron los lienzos con nuevas formas de expresión pictórica.