Hace algunos años, adopté a Frida Kahlo como una de mis mujeres favoritas. No por la artista, sino por la mujer, y me faltan las palabras para describirla. Abracé a Frida en el momento en el que empecé a leerla. Siempre me ha parecido una mujer completa, de esas que siguen siendo aunque ya no estén físicamente.
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Lo cierto es que el legado que dejó va mucho más allá de su pintura y su amor incondicional hacia Diego. Frida es la artista y la mujer, intensa hasta la coronilla. Muchas veces me pregunté por qué hablamos tanto de ella, hasta que abrí las primeras páginas de su diario, entonces me di cuenta de que todas tenemos algo de Frida.
Amor desmedido
A veces enloquecemos en el amor, somos adultas pero niñas cuando amamos. Al principio no entendemos de límites ni razones. No hay justificación válida para medirnos y andamos por ahí derrochando, como intentando descubrir hasta dónde podemos llegar. A cierta edad es una prueba de fuego que para nada nos gustaría repetir.
Pienso en Frida y Diego, y su enfermedad perfectamente compatible. A veces locos, a veces enfermos. El amor es el amor, ojalá alguna vez lo podamos vivir así de intenso.
Vanidosa, vanidosa
Mitad amor, mitad vanidad. Frida no solo era la artista, también fue la musa. Quizá fue eso lo que la mantuvo siempre de la mano de Diego, con cláusulas y condiciones, pero al fin juntos.
La vanidad de Frida rebasó los estándares de la sociedad. A pesar de su mutilación, sus múltiples heridas y su enclaustro, no hubo un día en el que dejara de luchar por ganarse día a día el amor de su “rana gorda”.
La vanidad de una mujer puede llevarla a la cima o hacerla pedazos. Si repaso la historia de esta mujer, me encuentro con un desesperado intento de llenar vacíos con locura, ansiedades, vicios, mujeres, hombres, ¡de todo! Claramente, una etapa de su vida en la que su realidad se destrozó por la traición de su hermana y la infidelidad de Diego.
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Hay momentos en nuestra vida, en la que nuestro ego nos eleva y nos hace perder el piso. Por vanidad, más que por amor, sometemos nuestra propia salud mental a juegos y relaciones dañinas.
Desafiante
Si el peligro tuviera un sentido optimista, no hay nada más peligroso que una mujer liberándose. Frida desahogó toda su furia en una Revolución como parte de un movimiento que luchó por la destrucción de estereotipos y retó a la autoridad. Se convirtió en una mujer con poder por el simple hecho de atreverse. Generalmente eso es lo que proyecta una mujer cuando defiende lo que ama, cuando tiene clara la línea de su vida. Porque eso sí, chueca o derecha, Frida sabía perfecto lo que quería.
Su enfermedad la terminó impulsando a una de las cosas que más tarde la convertirían en una de las mejores artistas mexicanas: el arte.
Apasionada
No hay nada más sexy que una mujer apasionada. Más allá de cualquier línea física, una mujer con pasión es un reflector. Date cuenta; cuando haces lo que te gusta, estás con quien quieres estar, amas la vida y te quejas menos, empiezas a fluir con tal naturalidad que todo resulta ventajoso. Así fue la vida de Frida, su dolor físico y emocional fue un impulso para desarrollarse como mujer y como artista. Las circunstancias que la destrozaron fueron las mismas que la elevaron, pero todo porque siempre supo amar la vida.
Como lo dije al principio, me resulta muy difícil ponerle palabras a esta mujer. Pero les aseguro que en cualquier descripción que encuentren de ella, con algo se identificarán. Quizá en la fuerza, la entrega y pasión, en lo absurdamente enamorada, en el dolor, en la rebeldía, etc.
Lo cierto es que en cada una de sus frases, pinturas o cartas, encontramos la sensibilidad que todas compartimos. No importa la edad, el amor es el amor, el dolor es el dolor, y tú —mujer— seguramente encontrarás algo de Frida en ti.
Gracias por ser, estar y compartir.