Hubo un momento en el que creí que el tiempo estaba a mi disposición. La verdad es que vivimos con prisa. Y no solo eso, también vamos por ahí exigiendo todo como si lo mereciéramos, y si puede ser rápido, mejor. No sabemos esperar.
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Crecimos con la idea de ganarle hasta al tiempo. No nos enseñaron la paciencia, nos enseñaron a luchar SIEMPRE por lo que queríamos. ¿Quieres el premio? Gánatelo. Así es toda la vida. Ser competitivos es necesario para poder cumplir metas. No nos enseñaron a relajarnos nunca. Y entonces crecimos bajo ambientes de tensión porque las cosas tenían que suceder y dejamos de disfrutar.
En este mundo, el que renuncia es un perdedor, y esa es la razón por la que envejecemos jóvenes, llegamos a casa estresados, tenemos pesadillas y nos enfermamos de todo.
Hay una delgada línea que separa el hacer que las cosas sucedan del dejar que las cosas sucedan y las dos juntas son la fórmula para que no empieces exigiéndote y termines en guerra contigo por no haber logrado lo mejor.
Llenamos el tiempo de expectativas equivocadas porque muchas veces no dependen solo de nosotros. Y dentro de toda esa euforia estratégica y los escenarios que armamos para acomodar las que después aliviadamente llamamos coincidencias, es imposible quedarnos quietos un momento.
Ceder es la palabra que suena más bien como ese mandamiento que nunca supiste que existía, pero sí existe. El tiempo necesita tiempo, y que confíes un poco.
Nadie te pide que deshagas tus expectativas, solamente haz tu parte y luego, muy tranquilamente, déjale el paso libre a las cosas para que fluyan. Deja que las cosas pasen.
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Date cuenta, a lo único que puedes controlar es a ti —¡vaya responsabilidad!— , y si dentro de esa culminación se involucra otra persona, no hay paso. Lo siento.
Pero acá viene la parte linda de todo, y es que cuando sabes que has terminado con tu parte, empiezas a fluir y las cosas suceden por sí solas.
Dejar de presionar es permitir que la puerta se abra. Hay una frase que me gusta mucho del libro Comer, rezar, amar, de Elizabeth Gilbert, cuando Richard “el Texano” le dice a Liz:
Si pudieras despejar todo ese espacio que ocupas en tu mente por obsesionarte con esta persona […] tendrías una puerta, y ¿sabes qué haría el Universo con esa puerta?, se colaría y te llenaría del amor que jamás hubieras podido conocer.
Hace referencia a la obsesión hacia una persona, pero es perfectamente aplicable al tiempo. ¿Sabes lo que pasa cuando dejas de obsesionarte con el tiempo, con la prisa, con el “ya quiero que suceda”? Fácil, abres una puerta y dejas que el Universo actúe.
Entonces, pon mute a la voz interna que siempre te está diciendo qué hacer y relájate un momento. Repasa los pasos que has dado para llegar a donde estás, cómo has hecho las cosas, qué debes cambiar. Después, cuando te sientas satisfecho con eso, puedes empezar a dejar que las cosas pasen. Suéltalas.
Al final del día, el tiempo solo existe para aprovecharlo, no para apresurarlo, ni hacerlo bueno o malo. Así que dale lo necesario y lo demás… lo demás viene solo.
Gracias por ser, estar y compartir.