Después de mi penúltima relación decidí que no quiero ser tratada como una reina. Primero, porque no lo soy, segundo, porque el término de ‘reina’ está muy devaluado últimamente (para mi gusto) y tercero, porque no quiero un sirviente, quiero un compañero.
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Aclarado el punto, es importante decirles que una cosa es que no quiera que me traten como ‘reina’ y otra es que no quiera que me traten bien, con respeto y con amor. Y aquí es cuando me pregunto ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Nada.
Quizá estoy exagerando y deba entender que la analogía solo hace referencia a que las mujeres merecen un trato digno. Punto, se acabó. Pero he tocado el punto con algunos hombres y me he dado cuenta que para ellos tratarnos ‘como reinas’ es cumplir todos nuestros caprichos, estar a nuestra disposición siempre, quitar del camino cualquier cosa que nos implique dificultades o riesgos, salvarnos de las maldades del mundo o actuar como nuestros padres.
Y como si eso no fuera suficientemente absurdo – claro, sin quitar el hecho de sí hay mujeres así – me argumentaron que las consecuencias son todavía peores porque nos convertimos en unas caprichosas insatisfechas e inalcanzables, o en el peor de los casos nos aburrimos de un hombre que nos facilite tanto la vida.
Tardé un poco en asimilar que tienen algo de razón. Entonces empecé a reflexionar en la diferencia entre una mujer y una reina, no porque las reinas tuvieran algo de malo, sino por el concepto que en este caso le atribuimos al rol. Seamos honestas, lo hemos exagerado.
No soy una reina
Soy una mujer normal que se levanta súper temprano para correr a estar lista e irse a trabajar, se me hace tarde porque tengo que limpiar mi casa antes de salir, a veces caminar a donde quiero llegar, aguantar los piropos vulgares de los gañanes que me topo en la calle, sufro porque se me termina la quincena antes de tiempo.
Pero soy feliz de recibir en mi casa a mis amigos, hablar como yo quiera, subir, bajar, hacer y deshacer a mi antojo, los paseos largos sola, amo los domingos en fachas de pizza familiar, no tener que quedar bien con nadie, mantenerme activa con mi trabajo, involucrarme con la gente y no tener que cuidarme de todos los que me topo en el día. No estoy exenta de los peligros, pero tampoco soy el blanco del poder.
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Las cosas se ganan
No soy una persona a la que tratan bien por un papel, un título o un cargo. Soy una mujer que lucha por ganarse el cariño y el respeto de la gente procurando ofrecer lo mismo. Me gusta esforzarme por tener algo. Nada me es facilitado, y creo que a muchas de ustedes tampoco, ¿y saben qué? esa es la libertad más grande que una mujer puede tener.
No es que no necesite a nadie en mi vida, ¡claro que lo necesito, y lo deseo! Pero sé que tengo que poner de mi parte para que las cosas se den de la mejor manera. Trato de vivir con la conciencia de ‘sonriele al mundo y el mundo te sonreirá de vuelta’.
No quiero un sirviente, quiero un compañero
Esta es la parte más importante. No soy una reina porque no tengo – ni quiero – un servidor. No necesito que nadie me rescate ni camine adelante para abritme paso al mundo. No necesito a un hombre que me pague todo, me mantenga o haga todo lo que yo diga cuando yo diga, es cuando les doy la razón de lo aburrida que sería la vida en pareja así.
Prefiero que me quiera y me respete pero porque yo me gano su cariño y respeto, que no necesite pensar cada movimiento o palabra para no regarla, que él no tenga que ir con sus amigos a quejarse de mí o yo no tenga que pedirle las cosas como si fuera una orden. Mejor un hombre feliz que se aventure, se atreva y se comparta con una mujer feliz y simple.
Entonces, amigas, piensen dos veces lo que quieren proyectar. No somos reinas, somos mujeres. Y ese hecho no nos da un pase automático al éxito ni al ‘hombre perfecto‘. No hay nada más triste que una chica con poses y apariencias. Termino con una frase que me dijo mi mamá hace poco:
No sientas nunca miedo de ser quien eres. Nadie te querrá por eso al 100%, pero tú serás feliz.
Gracias por ser, estar y compartir.