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La vida es un carrusel

En alguna etapa de mi vida sentí que todo me tambaleó. Después de tantas vueltas, hoy te cuento cómo fue y cómo salí de eso. La vida es un carrusel del que hay que bajarse de vez en cuando.

Este texto está inspirado en las letras de Alicia Yagüe, colaboradora de Belelú. ¡Gracias Alicia!

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Cuando leí “Te propongo bajarte del carrusel para descansar”  me detuvo una idea: “estoy mareada, ya me quiero bajar”. Entonces empecé a ver mi vida como un carrusel que estaba girando demasiado rápido, al que ya no podía seguirle el ritmo. Tenía unas náuseas terribles de desesperación, desconsuelo, soledad, confusión, etc., todas esas sensaciones que llegan cuando te das cuenta de que te has dejado llevar por la inercia de la vida; codependencia, preocupación, falta de “algo”. En ese momento no entendía muy bien qué era, pensaba “cómo es que una mujer tan llena de vida, con un empleo que la hace feliz, una linda familia, pocos amigos pero suficientes, su independencia y libertad podía sentirse así de abrumada”, la respuesta era simple: hace mucho no me daba cuenta de que, justamente, tenía todo eso.

Llegué al punto en que me envolví en todas mis zonas de confort y las vueltas, entonces sin pensarlo me descubrí ahí, al borde del vómito y la caída. A nada de soltarme de lo único que me sostenía en toda esa inestabilidad. Tenía el corazón roto y la cabeza revuelta (pésima combinación). Hubo un colapso, algo me hizo detener el carrusel y con todo el terror del mundo bajé un pie para “hacer tierrita”, como dicen. En ese momento supe que aquello tendría un costo: la pérdida y la soledad. Dar ese paso implicó un cambio radical en mi vida. Por primera vez en mucho tiempo empecé a escuchar una voz que había apagado; la voz de mi interior.

El carrusel seguía dando vueltas sin parar, pero ahora yo tenía un pie abajo, y sabía que no podía quedarme así por mucho tiempo. Tenía qué soltarme de lleno, antes de quedar mutilada. Quedarme así significaba que me iba a doler, y mucho, caer. Y entonces me solté.

Ahí estaba yo, parada a un lado de mi carrusel que todavía giraba, mientras yo esperaba ansiosa por dejar que se me pasara el efecto de los giros repetitivos sobre el mismo lugar. Vomité, una y otra vez, hasta sacar toda la basura que tenía adentro. Entonces pude calmarme al ver que el carrusel bajó su velocidad y empezó a girar en armonía. Vaya, lo único que él necesitaba era que yo me bajara un momento, era yo la que lo estaba haciendo girar sin cesar.

Mi ego no me dejó aceptar que era yo el problema. Me llevó días de lágrimas intensas, cóleras, reclamos y sueños raros convencerme de ello. Lo hice, y con mucho amor decidí respirar hondo hasta que pudiera ver mi carrusel girar sin sentir que yo debía estar arriba y no abajo. Era normal todo lo que sentía; no es nada fácil dejar ir. No es fácil quedarse quieto viendo pasar las cosas, las historias que dejaste arriba, las ilusiones y esperanzas que construiste, la gente. La realidad era que yo ya no funcionaba con ellas, y ellas necesitaban un descanso de mí. No hay cosa más complicada que eso.

Lo único que siento hoy es paz. Y no lo niego, hay momentos de ansiedad de estar arriba otra vez, hay momentos de tristeza y nostalgia de seguir compartiendo esas historias, esos momentos y abrazar a las personas que he dejado girar ahí arriba. Me da tranquilidad poder verlos desde otra perspectiva, sin esa locura de querer agarrar todo agotando mi fuerza, porque ya no tenía más fuerza. Hacer una pausa y bajarme era simplemente necesario. Hoy creo posible el hecho de poder contemplar con fe y amor todas esas cosas que me hicieron feliz. Hoy creo firmemente que algún día recuperaré la fuerza para emprender la búsqueda de un nuevo carrusel, al que quizá pueda subir las mismas historias y otras nuevas.

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Hoy estoy respirando profundo a un lado de mi carrusel, y en medio de todos los otros de los que me he bajado con dolor, y la tranquilidad que eso me ha dado. Es hermoso saber que he podido regresar, de repente, a algunos; subir a saludar y a recordar las cosas lindas que en su momento me regalaron y me compartieron. Eso es lo que anhelo con este último. Lleva tiempo y mucha fuerza de voluntad, pero cuando lo he logrado me he sentido plenamente feliz.

En medio de toda la tristeza, la nostalgia y las ilusiones que dejé arriba, hay una pequeña luz de consuelo, de serenidad y de agradecimiento al saber que di lo mejor de mí, de que crecí junto con todas las maravillas que descubrí. El poder del agradecimiento es más grande y fuerte que el vacío de la despedida. Esta vez, la fuerza que me mantiene en pie, es la oportunidad de descubrir algo nuevo y mejor de lo que tuve. Todo lo que aprendí ahí arriba debe valer la pena. La culpa ya no existe, sólo la consecuencia, y esa es inevitable. Los errores son inevitables.

En este momento soy yo, con mis deseos y mis heridas, de los que tanto me había costado hablar. Y aunque por un momento sentí que me rompí, ya logré recoger todas las piezas para construirme de nuevo, con más fuerza, con más amor, con más sensatez y madurez.

Así es, soy un montón de carruseles de los que he tenido que bajarme en algún momento. Todo está girando siempre, y se que el próximo está por ahí esperándome. Sólo necesito la fuerza y el momento adecuado para agarrarme de él; lista a para descubrir, vivir y compartir. Pero todo a su tiempo…todo a su tiempo.

Gracias por ser, estar y compartir.

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