Hola, soy Ada, y soy adicta a la tristeza. Pero ahora estoy en recuperación, y te comparto mis pasos para salir de los dramas innecesarios.
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Pasé muchos años triste. Pasé mucho tiempo viendo todo lo malo de mi historia personal; mi fallida vida amorosa, los traumas de mi infancia, mis complejos físicos, los problemas de dinero y la existencia no perfecta y complicada que me tocó vivir (como si fuera la única con una existencia no perfecta y complicada).
Todos esos temas me despertaban a medianoche, me recordaban que siempre había razones para estar mal, desolada, desesperanzada, sin ganas de moverme demasiado de mi zona de confort.
Incluso, en ocasiones, me ponía triste por sentirme feliz y saber que esa felicidad estaba destinada, como todo a terminar. Me ponía triste porque algún día iba a morir y la gente que amo también se iba a ir de este planeta y entonces nada tendría sentido alguno, ¿y para qué, entonces, esforzarme por cumplir mis sueños? ¿Qué valor tenía en realidad levantarme todos los días a la rutina, si no hay una sola cosa en el mundo que no lleve colgando un letrero de “The End”?
Recuerdo cuando vi Melancholia, de Lars Von Trier, y en una escena, cuando al personaje de Kristen Dunst le dan a comer su platillo preferido, ella rompe en llanto y dice en voz alta: “It tastes like ashes” (Sabe a cenizas). Justo así sentía mi vida en la garganta, como cenizas que me impedían disfrutar el presente y me orillaban siempre a la siempre cómoda nostalgia, donde todos los recuerdos parecían perfectos y brillantes.
Pero como todo termina por cansarnos, me cansé de la tristeza; me aburrí de saborearla en mis platillos preferidos, de verla en todos los eventos a los que asistía, de dormir a su lado y de despertar con ella, de frente, que me contagiaba su apatía por un nuevo día.
Fue en ese momento de hastío donde tomé cartas en el asunto; acepté que era adicta a ella, le di las gracias, me despedí y la guardé en lo más profundo de mi cerebro, reservándola para los verdaderos momentos tristes que no faltarán en mi futuro, la mandé a la banca con mis monstruos interiores y me atreví a experimentar cómo es vivir sin su compañía diaria. Y chicas, ahí la llevo.
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Como toda adicción no ha sido fácil, pero estos 12 pasos (que viví por accidente, voluntad o por destino, si es que existe) han sido sumamente útiles:
- Enamórate sin miedo. Porque nada se compara con la endorfina de pensar en alguien que te vuelve loca, y porque si te lastiman es un hecho que lo vas a superar, entonces, ¿para qué sufrir?
- Deja de atacar a la del espejo. Porque esa es la única persona que te va a acompañar todos los días de tu vida, y con todo y sus defectos, tiene mucho por darte.
- Olvida la crítica. Porque perder el tiempo juzgando a los demás te roba demasiada energía y no te aporta nada.
- Ríe, ríe mucho y a diario. De lo que sea; de un video tonto en YouTube, de cualquier meme o de tus propias fallas.
- Perdónate. Porque cargar con los errores del pasado sólo te predispondrá a repetirlos en el futuro. True story.
- Aprende a estar sola. Y aprovecha todos esos ratos para leer, descubrir música nueva o ver películas. Te llenarán de ti.
- Conserva el orden. Nada peor para una adicta a la tristeza que tener su recámara hecha un desastre, su lugar de trabajo lleno de papeles o su bolsa atascada de cosas que jamás usa. Ordenar te mantiene ocupada y además, te da tranquilidad.
- Expresa tu amor a los demás. Porque tu familia y tus amigos algún día podrían ya no estar, y por ende, nada más bonito que terminar cualquier llamada con un “Te quiero”.
- Come bien, pero no demasiado bien. Porque las frutas, las verduras y el agua natural darán a tu cuerpo energía, pero un chocolate o un whisky le dan placer.
- Ten cero expectativas. Porque las cosas jamás estarán a tu altura y siempre te desilusionarán si las idealizas. Deja que la vida te sorprenda.
- Desconéctate. Porque las redes sociales en exceso intoxican, y las fotos perfectas de las personas en Facebook mienten. Dedica tu tiempo libre a algo más enriquecedor.
- Rétate a ti misma. Involúcrate en algo que jamás esperaste poder hacer, como aventarte en paracaídas, tener un blog, cantar en público o viajar a un lugar exótico. Porque no sabes de todo lo que eres capaz hasta que lo intentas.