El año pasado estuve en República Checa viviendo un semestre. Allá conocí a una chica de Saltillo que posteriormente se convertiría en mi amiga. Hacíamos siempre trayectos caminando de los dormitorios a la parada de tranvía y de allí a la parada de la universidad, donde cruzábamos un par de calles para llegar al campus.
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Viajamos juntas por diversas ciudades europeas, aprendí a leer mapas y a buscar los planos de metro y transporte público en cada uno de los aeropuertos a donde llegaba. Es fácil si uno se toma esa molestia; yo, además, amaba saber que podía sobrevivir siempre con mis mapas y me convertí en la que guiaba al grupo, revisaba un día antes nuestros itinerarios para revisar estaciones de metro o bus y ahorrar tiempo (cosa que es muy preciada en viajes de un par de días).
Aprendí a hacerlo después de perderme un 15 de septiembre en algún barrio de Praga y quedarnos sin cenar por ir con la idea de que “no pasa nada, llegas porque llegas”, me enojé muchísimo y aprendí la lección: nunca volvería a perderme y a ir sin saber por dónde iba. Llegué en pleno otoño y me fui en pleno invierno. Corrimos con suerte, porque no fue un invierno muy crudo. Aprendimos a sortear la nieve que se transforma en hielo en los pisos y a caminar con paso cuidadoso para no resbalar.
Todo esto viene a cuento porque cuando eres peatón, aprendes a ver el tema de la movilidad de manera distinta. Quizá también tenga que ver el hecho de vivir temporalmente en un país donde la movilidad es otro cuento y existen espacios democráticos e incluyentes para todos los que participamos en ella y entiendes que sí, que la realidad sí puede ser distinta a aquella donde siempre has vivido.
Caminando y usando el transporte público, fue que Margarita (mi amiga saltillense) un día me preguntó lo siguiente: “¿te has dado cuenta de que hay muchísima gente con discapacidad en este país?”. Yo puse cara de anonadamiento porque la verdad es que no, no me había dado cuenta. Pero era cierto: gente de todas las edades en silla de ruedas, con bastón, con muletas, yesos. “¿Por qué será?”, me preguntó de nuevo y no supe contestarle.
Entonces procedimos a preguntarle a nuestros amigos checos y eslovacos. Tampoco supieron contestarnos. Lo veían como algo completamente normal. No se percataban de lo que un par de mexicanas veían: había demasiadas personas con discapacidad.
Llegó el invierno y con ello la nieve y con ello el hielo en el asfalto. Varias veces estuvimos a punto de resbalar, pero nuestros amigos checos nos pasaron los tips para aprender a notar que cuando el suelo brillaba es porque era ya hielo y ahí había que caminar con cuidado. Sin embargo, varias veces mientras viajábamos en el tram nos volvíamos a preguntar lo mismo. Nos intentamos convencer de que seguramente la respuesta estaba en la nieve: “es que resbalan mucho y tienen accidentes”. Nunca quedamos satisfechas con esa explicación.
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Entonces me tocó regresar a México y empezar a trabajar en Todos Somos Peatón porque después de una experiencia peatonal y de transporte público tan buena, regresé convencida de que tenía que hacer algo para mejorar las condiciones de movilidad de mi ciudad. TSP es un movimiento ciudadano que busca incidir en política pública para mejorar la infraestructura peatonal.
Estamos seguros de que cuando la infraestructura es democrática se mejoran los procesos de movilidad y esto puede llegar a verse reflejado incluso en la reconstrucción del tejido social: sociedades más equitativas, democráticas y respetuosas.
Infraestructura democrática significaría que todos los que participamos en la movilidad en nuestras ciudades tuviéramos las condiciones óptimas para hacerlo: automovilistas, peatones, usuarios de transporte público y ciclistas. ¿Nuestra infraestructura es democrática? No. Y desde los años 50 (con la llegada del automóvil a México) se ha puesto cada vez peor.
Llevamos décadas dándole preferencia a la infraestructura del que más daño causa y más nos cuesta: el auto. Sin estigmatizar al auto y aquel que elige la comodidad de esta forma de transporte, usar automóvil en México es mucho más barato y muchas veces representa la mejor opción para moverse dado que, de nuevo, se ha dejado de lado la infraestructura peatonal, ciclista y de transporte público.
Un círculo vicioso que lleva años sucediendo: preferimos el coche porque es más barato (en tiempo y dinero), se destina más dinero público a la infraestructura automovilista, la gente compra más coches (el parque vehicular ha crecido 10% cada año desde 2006) y así sucesivamente…
Al año, según el “Diagnóstico de Fondos Federales para Transporte y Accesibilidad Urbana” se destina 75% de los recursos federales a infraestructura para el automóvil, 11% para el transporte público y sólo 3% para el transporte no motorizado (ciclistas y peatones). La cifra se vuelve más alarmante cuando nos enteramos que en México, sólo 28% de los que participan en movilidad se mueven en automóvil. ¿Es esto democrático y equitativo?
Fue viendo estas cifras (y llevando a mi sobrina en carriola por la ciudad) fue que pude responder a la pregunta que me hiciera meses antes en República Checa: no es que allá hubiera más personas con discapacidad; es que simplemente allá sí pueden salir porque la infraestructura es óptima para todos los peatones: rampas, ausencia de puentes “peatonales”, transporte a nivel piso, banquetas anchas, transporte público seguro y en todos los horarios.
En México, si como peatón se sufre, siendo un peatón con alguna discapacidad es toda una odisea. En nuestro país, 5.1% de la población sufre de alguna discapacidad (en República Checa se estima que existen 1.3 millones de personas con discapacidad.)
¿Es justo y democrático lo que sucede en México en cuestión de movilidad? La respuesta es muy sencilla.