Yo provengo de una familia de diabéticos. Mi madre es diabética desde los veintitantos años. Mi abuelo y abuela materna lo fueron; mis tíos y tías lo son. Yo mismo nací con una predisposición genética, pero es una enfermedad que aún no se manifiesta en mí. Por tanto -aunque no padezco este mal- sé lo que es comer como diabético.
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Aprendí a comer sin sal y sin azúcar. Cuando iba en la primaria, mi madre me preparaba jugo de nopal en el desayuno; a ella se lo había recomendado el doctor (las investigaciones demuestran que su consumo está asociado con el control de glucosa en la sangre). Vivíamos en una perpetua dieta, pero yo nunca lo noté. Al contrario, me acostumbré a comer todo tipo de verduras, a frutas, a comidas sin grasa.
No digo que sea un santo culinario. Por el contrario, estoy unos siete u ocho kilos por encima de peso ideal. Me encanta la comida mexicana -que puede ser una auténtica bomba- y no soy asiduo de seguir regímenes alimenticios. Pero, en la medida de lo posible, intento comer bien. Tengo la fortuna de tener una novia de ascendencia japonesa, por lo que he descubierto en la cocina nipona (tan baja en grasas y rica en sabores) una balanza a mis gustos culpables.
Aprender a comer en una casa de diabéticos fue una experiencia muy valiosa. A la fecha, no hay verdura que se me cruce que me niegue a comer. También sé que la gama de sabores es amplia y que no por comer algo menos cargado estoy negándome algo. Lo que unos aprenden por gusto, yo lo comprendí por necesidad. Claro, tengo la suerte de estar en niveles controlados de azúcar y poderme dar ciertos pecados (a veces, con más regularidad de la que debería), pero también sé que hay platillos maravillosos y muy saludables a mi disposición.
Hoy es el Día Mundial de la Diabetes. México, desafortunadamente, es el país número uno en obesidad en el mundo. Tenemos 6.5 millones de diabéticos en el país. No quiero hablar ni del costo social ni económico. Quiero hablar de tu bienestar, del mío, del de cualquiera que pueda desarrollar esta enfermedad. Como en todo, la base está en la prevención. Nunca es tarde para iniciar (o en algunos casos, para recordar) una buena alimentación.
Mi madre tiene más de 40 años siendo diabética y está entera como un roble. Lo más importante: vive feliz. Con los años aprendió a comer bien y es algo que me ha transmitido a mí y a toda la familia. Si recién fuiste detectado con el padecimiento: ¡ánimo! No pienses en que te limitarás a la hora de comer: por el contrario, te educarás en las porciones que son buenas para tu organismo y descubrirás recetas deliciosas que nunca habías considerado.
Finalmente, el control metabólico -un término bonito para decir “comer saludablemente”- no está peleado con disfrutar de la comida. Comer bien te hace sentir bien. Que esta fecha sirva para algo más que cifras alarmantes y golpes de pecho: que te sirva, como persona, para evaluar tus hábitos y, más que nada, para atreverte a probar ese vegetal que no te gustaba de chico o intentar cambiar el refresco de hoy por un vaso de agua. Todo gran cambio inició siendo uno pequeño.