Cumplir años en julio nunca es fácil. Siempre es una moneda al aire. Quién va a venir, quién se va a ir de vacaciones, quién misteriosamente no llegará. Que a veces se celebrará en familia, en ocasiones afortunadas con amigos y que, sí, por ser en vacaciones, en muchas otras pasará ligeramente desapercibido.
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El cielo es el que nunca se olvida. Es una parte natural de cumplir años en este mes, que al menos en la Ciudad de México es lluvioso. Lo he dicho siempre: si no llueve, no es mi cumpleaños.
Es raro, pero tantos años de esperar ver a tus amigos de la escuela aparecerse en tus piñatas y que luego no lleguen, cala un poco. Un poco, no demasiado. No debería, pero nos programa un poco para la decepción. O para no esperar demasiado del día más genial del año. Ven que no es que yo sea desconfiada, es que de pequeña tuve varias decepciones cumpleañezcas.
Pero con todo eso de que estoy madurando, decidí que me desharé de esa programación. No sólo para mi cumpleaños, y por ser mi cumpleaños, sino en la vida en general. Más allá de eso, 26 es un número importante. Más importante que tener una crisis de un cuarto de vida.
Estoy harta de las crisis y esa necesidad social de decir que nuestra vida siempre va por un momento crítico desde que nacemos, crecemos, envejecemos. Me niego a tener una crisis a los 26 , aunque puedo admitir que quizás me dé una a los 30.
En este año estoy especialmente feliz por este día. No sólo porque lo pienso celebrar muy padre entre amigos, sino porque me siento agradecida. Como que en verdad encontré la felicidad. Ha sido un año muy lleno de descubrimientos, de conocer a personas increíbles y, además de todo, de que las personas importantes se queden o regresen.
Los cumpleaños son una cosa bonita. Siempre me han gustado, aunque no pueda predecir cómo saldrán o quién vendrá, incluso quién se acordará. Sin importar eso, es mi día preferido del año. Y estoy feliz, porque esta vez lo celebraré con amigos.
Foto: Rofayda Tarek