Este es mi cuerpo, te lo presento. No me importa lo que digan las revistas, es un regalo de dioses, hermoso en toda su expresión. Si eres mujer, lo conoces, en esencia es parecido, exceptuando todo aquello que lo hace único. Sus cicatrices, sus lunares, ese seno que es ligeramente más pequeño y más levantado que su hermano.
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Si eres hombre, podrías tener un día la suerte de conocer sus relieves y valles. Debes saberlo, es un honor, porque nunca ha sido mejor de lo que es ahora. Y no porque haya cambiado, sino porque ahora me pertenece por completo.
A cierta edad, una chica ya no cae tan fácil. Ya no se acuesta con cualquier hombre que le dice que es hermosa, ni para que le diga que lo es. Su amor ya no es tan simple como el erotismo de sus inseguridades. Ya es otra. No necesita que nadie le hable de lo grandioso que es su cuerpo, lo sabe y lo asume. Pero no habla de eso demasiado. Su amor por sí misma es mucho más profundo.
No se enamora de cualquier chico con el que se acuesta, contrario a lo que éstos a veces pudieran pensar. Precisamente porque no necesitan que nadie las salve de sí mismas. Necesitan mucho más que eso para enamorarse de manera irremediable.
Entre las sábanas, y no entre las líneas, pone sus límites: no va a aceptar semen en la cara, a menos que en verdad le guste, claro. Ni sólo cumplir las fantasías de él, porque claro, su cuerpo también tiene sus propias fantasías.
Ella no aceptará nada menos que un intercambio equitativo de placer. Asume su responsabilidad en el placer, juega, se divierte. Se da la oportunidad de disfrutar el momento y no crea innumerables escenarios de posibilidades futuras buenas y malas en su cabeza. Y no se preocupa demasiado porque su maquillaje está corrido, o por los rincones de su cuerpo que no son perfectos.
Yo soy la dueña de mi cuerpo, aunque a veces lo comparta. Y todo lo que faltaba era, que en realidad me apoderara de él. Y lo disfruto, porque no será mío por siempre. Por ahora estamos juntos, y no me permito desperdiciar ni despreciarlo. Cada centímetro de su piel es un tesoro invaluable. Y me fascina sentirlo así.
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Porque más allá de los hombres que lo han conocido, bien o mal, lo aprendido y desaprendido, los movimientos y retruécanos, lo que en realidad hace la diferencia entre las mismas sábanas, es que lo hice mío.
Foto: Rainpow.com