En definitivo, se ha generado una gran controversia con todo aquello de que si la jefa no tiene título y cómo te afecta. Sí, es cierto, a los que optamos por estudiar una carrera nos costó horas de desvelo, mucho esfuerzo y dinero (bueno, en algunos casos el dinero de nuestros padres), y nos han dicho que eso debería ofrecernos una ventaja. Pero aparte de eso hay mucha gente capaz que ha aprendido mucho a través de la experiencia, y por qué no, también gracias a la internet, al deseo propio de mejorar y superarse. Ya en sí, eso merece un aplauso.
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A mí en realidad no me importa tanto si la persona tiene un título o no, eso no lo desmerece ni lo hace mejor o peor. Siempre y cuando sean líderes fuertes y capaces, pero sobre todo conscientes de los demás, en esos casos, no me incomodan sus títulos universitarios o falta de ellos.
Yo les contaré una historia que no es sobre mis jefes en Belelú o en cualquier parte del territorio Betazeta. Es una historia de horror de cuando apenas me acababa de graduar, ya saben, el primer trabajo oficial que tuve de mi carrera, propiamente.
En este trabajo me encontré con una editora muy reconocida, con licenciatura, maestría y no sé cuántos diplomados en marketing, quien no estaba dispuesta a escuchar a nadie más que a su propia experiencia y no se adaptaba ni a su negocio a las nuevas formas de marketing. Hasta ahí no me generaba ningún problema.
Pero que los cielos nos libren de trabajar alguna vez con los dueños de la empresa, es un problema enorme. Y no lo digo por esta señora en particular, sino porque he oído varios casos donde esperan sacar el máximo de ti con el mínimo posible de pago.
Las horas en ese trabajo eran extremas, pero eso no era tan malo como la cantidad agobiante de trabajo y el hecho de que si no cumplía lo que pedía comenzaba a descontarme dinero, lo cual no sabía entonces, pero es una práctica ilegal.
Aparte del descuento de dinero, todo lo quería en su favor. Cuando amenazó con que si no cumplía con lo que pedía me iba a pagar “por texto”, se olvidaba convenientemente del hecho de que también realizaba locución y ayudaba al departamento de edición de audio y diseño. Era insufrible revisando todos mis textos, los cuales solía destrozar, y la verdad es que con cada mes que pasaba me sentía terrible.
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Lo peor es que por más que buscaba, no encontraba otras opciones en la Sultana del Norte, así que tenía que, como dicen por allá “aguantar vara”. Era todo tan malo y estresante que, mi punto de estrés, el lado derecho de mi cuello, ya no me dejaba mantener erguida la cabeza, sino de lado.
Estrés innecesario, porque la mujer quería tener los textos por adelantado UN AÑO ANTES de su publicación. ¿Díganme cómo iba a poder “ponerme al corriente”? Ni siquiera llevando trabajo a casa, y quién quiere eso, se necesita un descanso.
Si pudiera, me diría a mí misma hace un año que es hora de defenderse, que las personas no pueden pisotearte así ni porque seas recién graduado, joven e ingenuo.
Ojalá ninguno de ustedes esté en esa horrenda situación que la verdad, y para ser honestos, puede socavar mucho el autoestima. Por eso yo siempre les diré y reafirmaré lo mismo: prefiero que mi jefa tenga alma, y consideración por sus empleados, a que tenga un título.