La fantasía de la muerte conjunta y la extinción de todo rastro de civilización de la Tierra, es una constante religioso-cultural. El fin parece ser una necesidad humana y la muerte, inclusive una bendición que nos releva de responsabilidades. Pero hasta ahora, solo tenemos una historia de continuidad y cambio que no muestra un verdadero Apocalipsis borrando todo vestigio.
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Ya! La Atlántida, me dirán, Pompeya, el Valle del Indo…Ok, pero aquí seguimos, como un molusco pegado a la roca de la vida.
Por eso que momentos como éste en donde el “catastrofismo” ha ganado terreno, parecen ser nada más que una fórmula mediática para mantener la atención de dueñas de casa y fanáticos de teorías conspirativas que le otorgan poder a la metafísica y a los “reptilianos” donde quiera que estén, realizando el triste ejercicio de ser víctimas y nunca protagonistas de su destino.
Lo que sí debemos reconocer es que se nos ha bombardeado de sensacionales fantasías que nos hacen pensar en un fin, en un término, sin que nada en realidad haya cambiado realmente para afirmar que esto estaría sucediendo.
Las fuerzas sociales en todo el mundo quieren generar una nueva manera de llevar a cuestas el planeta para poder hacerlo de manera más equilibrada, evitando que los mismos de siempre se lleven el peso que termine por aplastarlos. Sin embargo, las plataformas de poder encarnadas en las rimbombantes siglas: UE-OEA-ONU-FMI y un largo y ridículo etcétera, mantiene las cosas congeladas, mientras el resto se derrite a causa de las emisiones de carbono, y se hunde en la inmundicia contaminante y empobrecedora de la sobreexplotación.
Las estructuras parecen erigirse aún más sobre los crédulos para amedrentarnos, y con esa cristiana sensibilidad plañidera situada en las creencias y la ignorancia, parece dejarlos desnudos, como recién nacidos en las fauces del monstruo insaciable llamado “progreso”. El “nuevo orden mundial” es demasiado viejo para que podamos asustarnos, y las guerras, ya han dejado la suficiente riqueza y devastación como para lanzarse a una nueva “cruzada” por la hegemonía. Les basta con echar mano al viejo folclor de la superstición y el miedo.
El 21 de diciembre, el día D de la supuesta profecía Maya del fin del mundo, es comparable a toda esa parafernalia que se hace a las 12 de la noche los 31 de diciembre, con petardos y tronaduras, con artificio y quemadero de plata en ciudades pobres y mugrientas como Valparaíso, provocando una catarsis, que se supone, dejará atrás “todo lo malo” para un “próspero año nuevo”.
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La distopía parece ser la continuación de un fin que no llegará con una bomba atómica y menos con una conjunción planetaria. Somos nosotros mismos los responsables del colapso, y aunque no nos guste pensar en las causas antrópicas del calentamiento global, es un hecho que somos 7.059 millones, según los últimas estimaciones, y todo apunta a que seguiremos creciendo al menos hasta los 9.000 millones sobre 1 (UN) solo planeta que cuenta con recursos no renovables explotados sin ninguna racionalidad.
La sostenibilidad es precaria y por lo tanto insustentable en el tiempo. Si queremos un futuro verde, no debemos caer en estas fábulas que nos expían de toda responsabilidad. No podemos esperar una hecatombe ni a un redentor. Tenemos que ser nosotros los que por nuestro propio bien, tomemos medidas que mitiguen en parte el daño causado.
La técnica desde el horror de los hornos de Auschwitz, ha demostrado servir bien poco para el manoseado imperativo de “bien para la humanidad” y es en esencia la herramienta para condenar los recursos naturales a la pronta extinción y con ello muchas especies, lo que nos hace vaticinar sin hacer gala de una imaginación demasiado afiebrada, de largos años de futuro madmaxiano.
No se trata de “Salvar el Planeta” queridos lectores, ya que el planeta se salvará solo de ser nosotros los primeros malogrados. Se trata de que sea la humanidad la que se salve de su propia ignominia.
Es necesario que cambiemos el foco de nuestras metas materiales y pongamos el acento en lo verdaderamente esencial que es defender nuestro derecho al buen vivir, para que sea un medio ambiente libre de contaminación de la tierra, el agua y el aire, así no seamos la primera economía del mundo, ni logremos crecer al 7% como quisieran nuestros ambiciosos gobiernos. Como dice la canción “Mi vida, vale más, vale más, vale más que todo eso” y vaya que sí.