Retrotraernos a lo que comían nuestros ancestros además de un ejercicio gastronómico, es un ejercicio que busca la raíz. Es una travesía hacia nuestra memoria genética y cultural. A nuestra semilla.
PUBLICIDAD
La marihuana tiene distintas historias como una planta que crece y fructífera en la Tierra. Desde ese aspecto, ha tenido un lugar en el mundo en términos de mercado como planta apetecida por sus distintos y magníficos usos, siendo el alimenticio uno de los más antiguos e importantes para la sobrevivencia humana.
Expertos hablan de la traza genética que los alimentos pueden llegar a dejar en nuestro adn. El arroz en los chinos, el maíz en Latinoamérica, la vaca, o dios sabe que otra cosa en América del norte. Con esto me refiero a que somos lo que comemos.
Y en estos términos la marihuana , se quiera o no, está en nuestra identidad cultural, negada o aceptada, e incluso genética y de ahí la marihuana un asunto tan polémico.
En épocas muy, muy pasadas, la marihuana estaba en la dieta como si se tratase de una lechuga. Su semilla no había sido privatizada y estaba lejos de su prohibición por lo cual no existía un mercado ilegal en torno a su cultivo y a su uso.
En esa época lejana como una estrella, el cáñamo pasaba inadvertido en la escena constante y en las calles y ferias multicolores era un producto barato (como nada en estos tiempos) que los chinos de todas las castas, exceptuando la noble, la consumían para subir sus defensas y mantenerse firmes en la lucha cotidiana.
El omega 3 y 6 era la clave incluso para quienes no tenían más para comer que unas semillas. Ellos eran justamente los vagabundos que echaban el cuerpo a la meditación y al candor universal, siendo respetados como sabios. Para otros pobres el alimento principal también era el cáñamo.
PUBLICIDAD
Hace más de 5000 años, junto con la cebada, mijo y sojas era el aceite que estaba presente como clave de cocción y bálsamo de los alimentos consumidos del oriente.
Integramente era preparada de diversas formas y consumida en sus distintos periodos de maduración. Escasamente se fumaba, pues se comía a diario.
Pero pronto, como está sucediendo con la papa, o con cualquier otro tipo de alimento que se ha privatizado desde su gen, se fue encareciendo y quedo casi ausente de la mesas de los pueblos (que consiente o inconscientemente añoran su regreso).
De alguna forma perdió su naturaleza, y comenzó a “generarse” una enorme cantidad de investigación científica en su torno, no tardando los garantes del discurso de poder en dar una versión oficial de lo qué era esta planta y desatar la emergencia de “No ingerir”.
Así se manifestó como producto de ciertos grupos de la sociedad que siéndole fiel, pero en silencio, se solapaban, como ahora ,ante la posibilidad de ilícito. No falto poco para que se situara en el consumo recreativo y no nutritivo, hasta que se condujo hacia el closet brillante del “in door”.
El alimento perfecto que no se fuma sino que se come, sigue estando en la sustancia, en el deber ser de la marihuana. No es que se esté incitando a hervir con leche con chocolate un par de ramas, o hacer un dulce muffin con sus hojas picadas, o que en vez de vitaminas de colores se coman sus semillas. Pero es ahí donde está su principio.
Devolviéndolas a la Tierra no solo como un mercado parecido al del licor, la marihuana volverá a las ferias para ser consumida en las mesas, apelando a la identidad cultural y genética del ser humano.
Seguro que así como el licopeno del tomate previene del ataque cerebral y el cáncer de próstata, los cabinnoides nos salvarán de todas esas enfermedades ligadas a la oxidación o mal funcionamiento del sistema nervioso central y a las de la “mente”, que en la frecuencia incorrecta pierde su armonía.
Quizás encontrar la dimensión correcta, la nutrición óptima, la energía para comenzar a conectarnos pasa como muchas otras cosas por la alimentación, por volver a alimentarnos con el cáñamo.
Siempre pienso en que el futuro podría ser tan verde como el inicio, si nos lo propusiéramos.