Mientras que ser un adolescente te da un permiso casi implícito de cometer errores, de enamorarse fácilmente, de tener períodos largos de vacaciones y poder echarle la culpa a tus papás cuando algo no te sale bien (aunque no lo recomiendo), la adultez nos la pintan como algo que es todo menos agradable.
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Claro; está el trabajo, la rutina, las cuentas por pagar, que ciertas partes de tu cuerpo ya no se encuentren en donde solían estár, cuidar un poco más lo que comemos, las arrugas, la presión por casarse y tener hijos… la lista es interminable. Y si le preguntas a cualquier persona cuerda, te responderá inmediatamente que extraña la adolescencia (o tal vez no, si es que no le fue muy bien).
Pero bastan cinco minutos más para darse cuenta de que cada etapa tiene algo maravilloso, y la adultez -siendo probablemente la más larga- es la que más maravillas trae consigo. Están las pruebas difíciles de la vida, por supuesto, pero también hay cosas maravillosas que pesan mucho más que eso.
Por ejemplo, está el hecho de ser responsable de sí mismo. Y aunque para algunos es una carga, también es una oportunidad maravillosa de tomar las riendas de tu vida y llegar hasta donde te lo propongas. Está el independizarse o casarse, cualquiera que sea el camino que elijas, y la alegría de poder colgar en tu casa el cuadro de tu artista favorito sin que tus padres te digan que “no va con la decoración” o poder llenar el refrigerador de cerveza, una que otra fruta y no tener en la alacena más que un Mac&Cheese.
No me ha tocado ser madre así que no puedo hablar de la experiencia de tener un hijo; pero sí algo que para mí es lo más valioso: La oportunidad de poder regresarle a mis papás todo lo que ellos han hecho por mí.
Si bien económicamente aún no puedo darme el lujo de llamarles y decirles que empaquen sus cosas porque nos vamos de vacaciones, todo pagado por mí, hay otras cosas que compensan cualquier tipo de viaje todo pagado. Cuando mi madre pasó por un momento difícil, haber sido la primera persona a la que recurrió para hablar del problema fue algo muy gratificante.
Lo digo porque recordé todas las veces que ella me ha consolado y dirigido cuando la he buscado para un consejo; cómo sus palabras fueron para mí el único alivio que pude sentir. Ser para mi mamá lo mismo que ella ha sido para mí, una persona que te ama y apoya incondicionalmente – con todas las cualidades que ser un adulto responsable conlleva, no tiene precio.
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También están las relaciones más estables; esas en las que no necesitas demostrar el amor con regalos caros sino con detalles mucho más personales, que se traducen en un masaje de pies u hombros cuando los días son pesados. Compartir algo especial con alguien que hace que todos los días valgan la pena, alguien que haga sentir cualquier lugar como un hogar cuando está contigo.
Supongo que esas, y muchas otras cosas, hacen que todas las otras dificultades valgan la pena. Además, si todo estuviera resuelto, ¿qué haríamos todos los días?