Cuando me sumé a las redes sociales no tenía claro hasta dónde podían llegar mis comentarios personales. Por ejemplo, en Facebook nunca me cuestioné si debía sacar o no mi estado “en relación con”. Pero siempre asumí que era de mal gusto comentar en Facebook cosas sin sentido (más sobre este tema aquí). Por lo obvio, tenía a mi familia entera y compañeros de trabajo leyendo mis actualizaciones en el perfil. Pero en Twitter, la gente se planteaba de otra forma, y yo también me sentí parte de esa tendencia.
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De las primeras veces que twittié, hace unos tres años, me cuestioné muchas veces si era importante contar mi estado de ánimo. En esta discusión existen, para mi, tres puntos de vista: contarlo y tratar con las consecuencias; bajo ninguna justificación exponer tus emociones y la última y más complicada pero no es imposible, contar lo que sientes de manera original sin que nadie se sienta hastiado por tu pena.
La primera es una de las comunes, pero esta última semana parece que el otoño ha aumentado sus poderes. “Esta pena me consume”, “Siempre me puede pasar algo peor”, y así, un centenar de frases que a la larga, para aquellos que estamos conectados todo el día, resultan ser una especie de agregado desabrido a nuestras jornadas. Al final, estas personas no resultan más que un estorbo digital. Pero hay algo peor en esta historia, cuando eres tú el que se sienta mal.
Después de una larga lista de tweets, que son acompañados por lo general con link y canciones lloronas, las veces que me ha pasado, no sólo quedaron en internet. Cada persona que me veía durante el día que escribí tonteras lloronas llegó a preguntarme qué me pasaba. Pero el problema no era la preocupación, el espanto era cuando conocidos, compañeros de universidad y de pega lo hacían. Al final lo único que sentía era vergüenza.
La segunda opción frente a crisis emocionales es la más cuerda: guardar compostura ante todo. Y claro que es asertiva, la mayoría que nos sigue en twitter no son amigos, de hecho, todo lo contrario, son gente que en su mayoría nunca has visto en persona y que probablemente no les interesa si te sientes mal. Lo bueno, que puesto en una balanza, es mil veces mejor guardarse las pena, porque aquí el que dirán es el síntoma más grave de esta red social. O como una vez lo dijo un muy buen amigo mío, “que critiquen* tu trabajo, no tus emociones en internet”.
Y la tercera alternativa es la opciones menos popular, pero no por eso la más exitosa en efectos: hay formas originales de comunicar que estás triste. A simple vista esa aseveración suena como algo completamente contradictorio, pero si lo piensan dos veces, escribir también tiene la magia de informa y entretener, aunque sea en 140 caracteres. Muchas veces he leído amigas que están tristes, pero que sólo yo me di cuenta, porque las conozco y no como redactaron. Me explico. El secreto de esconder tus secretos va en la originalidad de crear una frase, si sientes que debes contar que sientes mal, redacta la idea, mezcla expresión y probablemente termines cayéndole en gracia a la gente, más que causar rechazo.
¿Cuál es de las tres es su opción? o ¿tienen alguna otra forma de combatir este fenómeno?