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En el principio fue un toro. Ese falo taurino que cayó en sus manos como regalo en 1974 sería el inspirador para que 25 años después instalara el primer y único museo del pene, bautizándolo como Museo Phaleológico de Islandia o de la Faloteca Islandesa.
El historiador Sigurdur Hjartarson exhibe orgulloso su colección instalada en Húsavík, un pequeño pueblo en la costa norte de Islandia. La casa es una monada de madera, típica de la zona, muy parecidas a las de Chiloé. La diferencia es que aquí te recibe el enorme falo disecado de un elefante, de casi un metro de longitud, que se encuentra en la sección extranjera. Es la única pieza que ha comprado. El resto de los 264 ejemplares, representantes de 90 especies diferentes, han sido donaciones gentiles de la comunidad: pescadores, cazadores, deudos de mascotas, etc.
Si bien hay varios disecados, la gran mayoría de los penes flotan en formol, medio apretujados en frascos de mermelada, miel y pepinillos. El más largo es el de un cachalote y mide 170 centímetros de largo y pesa 70 kilos. El más pequeño es el hueso del pene de un hámster, de menos de 2 milímetros.
Conocí a Hjartarson durante un viaje a Islandia en 2004, cuando era uno de los países más prósperos del mundo y no se vengaba del ninguneo financiero a punta de fumarolas volcánicas. Era, e imagino que sigue siendo, un hombre culto y muy apacible, casado con las misma mujer desde los veinte años. Abuelo y padre querendón, que tras vivir en Suecia, México y Sevilla y dar clases durante 25 años en Islandia, se había retirado ese mismo año a Húsavík, llevándose consigo su curiosa colección.
Han pasado doce años desde que abriera el museo y la colección sigue despertando una curiosidad enorme. De hecho, el 60% del público son mujeres y les aseguro que la muestra no tiene nada que ver con erotismo o pornografía. Al principio, las autoridades locales lo miraron con gran recelo. No sabían si etiquetarlo de queer o de pervertido. Pero ya la gente se lo toma con diversión. Además es de las escasas atracciones culturales que tiene la aislada comunidad.
Del homosapiens sólo dispone de un prepucio y un par de testículos. Según contó en una entrevista hace un par de años hay falos prometidos en Alemania, Estados Unidos, Islandia y Gran Bretaña. Hubo una vez uno a punto de entregarlo, pero ante el soplo de que el miembro viril por antonomasia se encogía post mortem, declinó inmortalizarlo.
Hay algo de eso en la falta de representación masculina en esta colección. Mientras tanto Hjartarson sigue en busca de su pene humano.